Lejos de la tensión que se vivió en anteriores citas, con toda la opinión pública planetaria pendiente de las necesarias reformas que los países más industrializados habían prometido llevar a cabo para superar el colapso financiero global, el G20 se cita esta semana en Canadá con un ambiente apenas protocolario que anticipa la ausencia de decisiones de calado.
Pese a que los cambios en el modelo económico ni se han producido ni se producirán, al menos mientras la democracia siga consistiendo en depositar un voto cada cuatro años, los líderes de las principales potencias llegan a Toronto sin otro afán que hacerse las fotografías de rigor Para dejar claro hasta qué punto la reunión resultará infructuosa, EEUU ya se encargó ayer de agrandar las diferencias que le separan con la UE y que, de facto, bloquearán todo intento de acercamiento.
Así, los representantes de la Administración Obama, que llegan a la cumbre reforzados por el acuerdo logrado ayer en Washington para sacar adelante la mayor reforma del sistema financiero desde la Gran Depresión, insistían en la necesidad de apostar por medidas para impulsar el crecimiento global, mientras que Europa se mantiene fiel a su idea de que la prioridad esencial es recortar el gasto público, y, por tanto, se deben retirar en buena medida las ayudas estatales para facilitar la reactivación.
«Espero que podamos seguir avanzando en el progreso (logrado en reuniones anteriores) y coordinar nuestros esfuerzos para impulsar el crecimiento», proclamaba ayer genérico Barack Obama, quien acudirá personalmente a la cita, que se celebra a partir de hoy a 200 kilómetros de Toronto, con la intención de evitar las políticas fiscalmente restrictivas.
Fue precisamente el presidente de la superpotencia quien inició la polémica al expresar su temor, en una carta dirigida a sus homólogos del G20 el sábado pasado, a que la aún frágil economía mundial vuelva a entrar en recesión si se retiran las medidas de estímulo. El equipo económico de la Casa Blanca sostiene que, si el gasto público se contrae bruscamente, la demanda podría caer, lo que minaría el crecimiento. Los expertos han bautizado ese hipotético escenario como el momento Hoover, en referencia al prematuro endurecimiento fiscal que tuvo lugar durante la presidencia de Herbert Hoover en los años 30, al que se responsabiliza de que la Gran Depresión durase más de lo previsto.
Sin embargo, los países europeos, ahogados por un déficit que amenaza al euro, abogan alertados por las consecuencias de la crisis de deuda griega, por apretarse el cinturón. Así lo han dejado claro, en los últimos días, un líder comunitario tras otro, empezando por la canciller alemana, Angela Merkel, y acabando con el flamante nuevo primer ministro británico, David Cameron. Ayer mismo el titular teutón de Finanzas, Wolfgang Schäuble, echó más leña al fuego al mencionar en un artículo que, «mientras que a EEUU le gusta concentrarse en las medidas correctivas a corto plazo», Alemania y Europa prefieren concentrarse en «el largo plazo». Eso explica, dijo Schäuble, el que el Viejo Continente esté «más preocupado con las repercusiones de unos déficit excesivos y los riesgos de una elevada inflación». Entre los países en desarrollo, China apuesta también por frenar los estímulos, mientras que Brasil mantendrá las ayudas públicas.
Más allá de ese debate, otro de los asuntos delicados en la agenda del G20 es la propuesta para imponer un impuesto global a la banca, que se destinaría, entre otras cosas, a financiar futuros rescates. Canadá, el país anfitrión, se opone a la idea, que no generó consenso ni durante la reunión de los ministros de Finanzas del G20 en Washington en abril, ni en la que tuvo lugar en Corea del Sur como preparación de la cita de este fin de semana. Entonces, el comunicado final se limitó a decir que existe una «gama de distintas políticas» al respecto, por lo que se espera que la discusión continúe.
Eso sí, es previsible que los mandatarios del G20 concreten sus planes para exigir a las entidades financieras elevar su nivel mínimo de activos líquidos.
