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Europa desde los valores cristianos

por Ángel Galindo García
9 de junio de 2024
en Opinion
ANGEL GALINDO
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Memento mori

¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos?

Cuando la diplomacia se arrodilla ante la Leyenda Negra

Aunque es cierto que en el ámbito de la gestión política europea los representantes políticos han perdido los valores cristianos referidos a la convivencia social, sin embargo el pueblo europeo, sus habitantes y costumbres están configurados en torno a los valores cristianos, grecolatinos, anglosajones y eslavos. Aquí radica una de las razones del por qué, según las estadísticas, existe un abismo existente entre las propuestas de los políticos, la vida y valores de los ciudadanos.

De ahí que la Doctrina social cristiana muestre la importancia y el interés por “la construcción de una Europa unida”, pese a que, en la actualidad, el interés decae. Es un problema clásico de las democracias representativas el cuidar bien la relación entre ciudadanos y parlamentarios. Es lo que el papa Francisco ha llamado el “pluralismo interno” en estas instituciones; especialmente “en ciertas cuestiones en las que están en juego valores éticos primordiales y puntos importantes de la doctrina social cristiana, es necesario estar unidos”.

El político cristiano debe distinguirse por la seriedad con la que afronta las cuestiones, rechazando soluciones oportunistas y manteniéndose siempre firme en los criterios de la dignidad de la persona y del bien común. En su reciente viaje a Hungría, Francisco invitó a una visión de una Europa que mantiene relacionadas la unidad y la diversidad. Esto es fundamental: “Una Europa que aprecie plenamente las diferentes culturas que la componen, su enorme riqueza de tradiciones, lenguas, identidades, que son las de sus pueblos y sus historias; y que al mismo tiempo sea capaz, con sus instituciones y sus iniciativas políticas y culturales, de hacer que este riquísimo mosaico forme figuras coherentes”.

Para ello, se necesita ‘un alma’, se necesitan ‘sueños’, apuntó Bergoglio. “Hacen falta valores elevados y una gran visión política para sostener una Europa que se enfrenta a los grandes retos globales del siglo XXI”, y hacerlo unidos, al estilo de los padres fundadores de esta Europa. Los políticos cristianos de hoy deben ser reconocidos por su capacidad de traducir el gran sueño de la fraternidad en acciones concretas de buena política a todos los niveles: local, nacional, internacional. Por ejemplo: desafíos como el de las migraciones, o el del cuidado del planeta, sólo pueden abordarse a partir de este gran principio inspirador: la fraternidad humana.

La apuesta original y actual es aspirar no sólo a una organización que proteja los intereses de las naciones europeas, sino a una unión en la que todos puedan vivir una vida a escala humana, fraternal y justa. Quienes quieren reanimar hoy a Europa, deben hacerlo para que responda plenamente a las expectativas tanto de sus pueblos como del mundo entero. Porque un proyecto para Europa hoy sólo puede ser un proyecto mundial.
“No olvidemos cómo nació la Europa unida; no olvidemos la tragedia de las guerras del siglo XX”, dice Francisco. Europa tuvo la inspiración de generar un espacio en el que los pueblos pudieran vivir en libertad, justicia y paz, respetándose en la diversidad que en nuestro tiempo se hace más necesario que nunca. “Hoy este proyecto se pone a prueba en un mundo globalizado, pero puede relanzarse inspirándose en la inspiración original, más pertinente y fecunda que nunca no sólo para Europa, sino para toda la familia humana”.
Aunque en las elecciones europeas actuales no será el entusiasmo que nazca de la nueva fase del proyecto político realista que necesitamos en Europa, sino un frívolo emotivismo, hemipléjico y mitinero, que anula el conocimiento y distrae la voluntad, será importante soñar con Europa saliendo del cascarón en que los españoles estamos encerradlos.
La nueva fase del proyecto europeo tiene que ser menos burocrática y tomarse más en serio la dimensión moral y cultural del proyecto europeo. Las élites están entregadas a las doctrinas de género e ignoran sistemáticamente las voces y propuestas de organizaciones europeas de matriz cristiana, tanto católica (COMECE, CEC), como ortodoxa (AIO). La exclusión y marginación intencional de sus propuestas sobre valores, familia, defensa de la vida e integración social suponen un olvido preocupante del artículo 7 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea. El hecho de que las instituciones europeas no sean confesionales no exige a sus ciudadanos abrazar ‘eurovisivamente’ el ateísmo práctico, la frivolidad moral y el mal gusto.
——
(*) Profesor emérito.

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