Hay veces que no resulta nada fácil sentarse a escribir sobre un espectáculo. Por ejemplo, cuando detrás de un trabajo no solo se adivinan un montón de buenas intenciones, sino que se entrevé una implicación emocional intensa de su autor, pero la plasmación del mismo se queda lejos de tener un discurso narrativo y escénico coherentes.
Es el caso de “Suspiro”, el montaje que el joven artista madrileño Aitor Sanz Juanes presentó el martes en la antigua Cárcel y que volvió a ofrecerse ayer, como cierre de Titirimundi 2013. “Suspiro”, se ve claramente, es una apuesta muy personal de Sanz Juanes; su intención, según se explica en el programa, es abordar el drama de las guerras, tomando la óptica de la guerra civil española.
Muchos lo considerarán tema manido, pero la apuesta de Sanz Juanes, montar todo el espectáculo a partir de prendas de ropa, sonaba cuando menos interesante. Desgraciadamente, a partir de esa premisa, no ha sabido montar un discurso mínimamente ordenado; las imágenes se suceden sin que el espectador tenga una idea muy clara de lo que quiere expresar el autor, más allá de la sangre y la violencia, obvias.
La obra resulta farragosa y lenta y la propuesta dramática es, también, difícilmente comprensible; los escasos momentos de manipulación más o menos cercana al teatro de títeres o de objetos (Sanz Juanes ha estudiado en la Escuela de Charleville-Mezières) no es que sean sencillos, es que son simplones; las camisas arriba y abajo son reiterativas hasta el tedio; y de escenas como la rata pululando por el escenario, mejor ni hablamos. Al menos en la función del martes, las caras de los espectadores, de estupefacción, fundamentalmente, hablaban a las claras de un montaje fallido.
