Se notan mucho los afectos en “El testigo”, el montaje con el que Rafael Álvarez El Brujo, reconocido unánimemente como uno de los mejores actores españoles sobre los escenarios, llegó al Teatro Juan Bravo de Segovia el pasado viernes. Se nota el cariño y se nota la complicidad con la que El Brujo se mete en el papel del testigo, un cantaor flamenco de segunda, Juan, que entre mesas, sillas y buenos lingotazos de manzanilla traza la figura de Miguel Pantalón, un grande entre los grandes, muerto hace la pila de años, al que una discográfica con ganas de vender ejemplares de un disco-homenaje ha resucitado.
Se ve un afecto grande hacia Fernando Quiñones, poeta gaditano muerto en 1998, muy pocos días después de que la misma Diputación Provincial que gestiona el Juan Bravo le entregara el Premio Jaime Gil de Biedma por “Crónicas de Rosemont”. De hecho, Quiñones, autor de este texto, no pudo ni recoger ya ese premio, pero los que pudimos cambiar unas palabras con él por teléfono tuvimos ocasión de oirle hablar con pasión del flamenco, que le interesaba incluso más que la poesía.
Esa misma pasión, ese afecto por el flamenco compartido por Quiñones y El Brujo, es otro de los que se aprecian en el montaje. El padre de El Brujo fue un gran aficionado y él creció con el flamenco como referencia; cuenta incluso el actor que el flamenco fue para él un método secreto para ganar seguridad cuando empezaba en el teatro, y que les debe mucho a aquellos tonos y gritos.
Se nota en este “Testigo” un homenaje de El Brujo, impregnado de cariño, a su padre; a un Fernando Quiñones a quien conoció y a quien admiró y, sobre todo, a un compendio de cantaores, que son todos los grandes y a la vez no son ninguno, a los que admiraron su padre, Quiñones y él mismo, y que se unen y se fusionan y se hacen carne, la de Álvarez, para convertirse en Miguel Pantalón.
En él están todos los tics de los más grandes; esas espantás, ese cantar bien un día y medio regular cuarenta, ese andar mal tirando y siempre a la cuarta pregunta, pidiendo a los amigos un dinero que se va en juergas y tablaos… Vamos, un compendio de todos los tópicos clásicos en torno a los artistas en general y los flamencos en particular que, como todos los tópicos, su parte tendrán de ciertos.
El texto de Quiñones borda ese homenaje y la interpretación de El Brujo, con sus adaptaciones y sus morcillas incluidas, lo lleva a otro punto, ya que lo convierte, además, en muy muy divertido. De la capacidad gestual de Rafael Álvarez, de su facilidad para jugar con el cuerpo, con la cara, con la voz… no vamos a descubrir nada ahora, porque lleva muchos años dejando constancia de ello por los escenarios de toda España. Las referencias a la actualidad que introduce hacen además que, para el espectador que no quiera profundizar más, el espectáculo sea, simplemente, hora y media muy entretenida.
En esa misma línea cómica, y en la de la cercanía al espectador, hay que enmarcar tanto la introducción que El Brujo hace al espectáculo como el pequeño epílogo final, momento en los que aparece ante el público no como el personaje, sino como el actor. Sin embargo, esa salida del personaje es, desde el punto de vista de la dramaturgia, lo que menos me convence, porque resta peso dramático a la obra.
FICHA:
Espectáculo: El testigo, de Fernando Quiñones.
Compañía: Producciones El Brujo, en coproducción con el Centro Andaluz de Teatro.
Intérpretes: Rafael Álvarez El Brujo.
Diseño de vestuario: Georgina E. Mustellier.
Diseño de iluminación: Miguel Ángel Camacho.
Composición musical: Javier Alejano.
Adaptación y dirección: Rafael Álvarez ‘El Brujo’.
Lugar: Teatro Juan Bravo. Clásicos’12.
Fecha: Viernes, 14 de diciembre de 2012.
