Es el título del escrito realista de Julián del Olmo en el Miércoles de Ceniza. A pesar de que en el actual contexto de preocupación en el que vivimos y en el que todo parece frágil e incierto, hablar de esperanza podría parecer una provocación, él nos invita a renacer de las cenizas…
“Estamos hechos polvo… como arena del desierto en días de tormenta, como ciudad arrasada por un terremoto, como ramas de olivo quemadas al principio de la Cuaresma para poner su ceniza en nuestra cabeza y recordamos que “somos polvo y al polvo volveremos”.
Estamos hechos polvo… por el despiadado y mortífero ataque del coronavirus que ha dejado millones de víctimas en el camino, por el miedo que nos ha inoculado en el cuerpo y en el alma, por el obligado confinamiento que nos ha trastocado todo y a todos.
Estamos hechos polvo… por la falta de besos y abrazos que no pudimos dar ni recibir, por no poder celebrar cumpleaños, aniversarios de boda, encuentros familiares y fiestas populares que nos alegran la vida.
Estamos hechos polvo… pero dispuestos a renacer de las cenizas, corregir los errores cometidos antes y después de la pandemia, y construir un mundo más humano, más justo y más fraterno.
Estamos hechos polvo… pero con la esperanza en lo alto sabiendo que “Dios levanta del polvo al desvalido y saca de la basura al pobre para sentarlos con los príncipes de su pueblo” (Sal 113,7)”.
Las soluciones a los problemas reales no van a venir de un genio saliendo de una lámpara, sino de la capacidad de cada uno para buscar propuestas válidas. A los creyentes se nos invita en este tiempo de Cuaresma a fortalecer nuestra fe en el Dios que nos ama antes de que nosotros mismos seamos conscientes de ello y a practicar el ayuno, la oración y la limosna. Me atrevo a sugerir a quienes no participen de nuestra fe, a vivir, a su modo, estos tres aspectos también.
Ayuno. No solo de comida o de otras privaciones. “Ayunar significa liberar nuestra existencia de todo lo que estorba, incluso de la saturación de informaciones —verdaderas o falsas— y productos de consumo, para abrir las puertas de nuestro corazón a Aquel que viene a nosotros pobre de todo, pero «lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14): el Hijo de Dios Salvador”. (Papa Francisco). En este sentido, el ayuno, nos prepara para una relación adecuada con nosotros mismos que potenciará nuestra humanidad, superando el hedonismo que nos arrastra al placer. El placer de comer no es malo, el comer solo por placer sí.
La oración. Que nos ayuda a descubrir a Dios como fundamento de nuestro ser y nos abre el camino hacia la plenitud. Tiempo, desde distintos ámbitos, de silencio, de reflexión, de interioridad. Debo dilucidar cuál es el camino para dar sentido trascendente a mi existencia. No se trata de renunciar a nada sino de elegir lo mejor. Desde la superficie nunca llegamos a ser nosotros mismos.
Limosna. No como un tranquilizante de conciencia porque doy algo de lo que me sobra. No se trata solo de dar, sino de darnos y compartir como una manera de manifestar una actitud de verdadera humanidad. Si nos damos a los demás porque los consideramos como algo de nosotros, cualquier signo de esa actitud nos humanizará.
“En la Cuaresma, estemos más atentos a «decir palabras de aliento, que reconfortan, que fortalecen, que consuelan, que estimulan», en lugar de «palabras que humillan, que entristecen, que irritan, que desprecian» (Fratelli tutti, 223). A veces, para dar esperanza, es suficiente con ser «una persona amable, que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia» (FT, 224).” (Papa Francisco).
¿Estamos hechos polvo?… Quizá, pero “dispuestos a renacer de las cenizas, corregir los errores cometidos antes y después de la pandemia, y construir un mundo más humano, más justo y más fraterno”. Será lo mejor para todos.
