Voy a vivir intensamente esta primavera. Voy a vivirla por dos, porque la del año pasado solo la pude contemplar desde la ventana. Esta primavera voy a estar muy atenta a las cosas importantes. Esta primavera voy a trazar el mapa en el tiempo de la floración de todos los ‘prunus’ que encuentre, porque no todos abren sus preciosas flores rosas o blancas a la vez: cada uno se toma su tiempo, de manera que el dulce y suave olor que regalan se dilata en las calles. También haré un inventario mental de los trepantes brotes que engordan y engordan en las ramas hasta que rompen en arrugadas hojas rojizas que se desperezan en verde o brotan suaves como el terciopelado y tardío roble.
Esta primavera voy prestar tanta atención al canto de las aves como si fuera capaz de identificarlas más allá de su fisonomía y color. Además, buscaré los primeros cigüeños en los nidos y observaré la danza del milano que tanto se acelera cuando se lanza tras la presa descubierta. Y esperaré a los vencejos, aviones y golondrinas, desearé a los murciélagos que con su aleteo prometen noches cálidas en las que buscar planetas, estrellas y matices en la luna.
Esta primavera quiero comprobar el orden de las bulbosas: ¿narcisos?, jacintos y tulipanes; seguir los ritmos de los lilos y buscar las amapolas en los prados que tanta agua parecen esconder este año. Quiero toparme con las ardillas en el pinar, con las peonías bajo los robles, con las mariposas, abejas y abejorros entre las zarzas y los espinos en flor. Quiero, quiero. Quiero distinguir en los charcos a los renacuajos y a esos extraños seres que juegan a hacerse conchas con arena donde se esconden disfrazados de fragmentos de ramitas. Voy a vivir intensamente esta primavera, amaneceres, anocheceres, cada hora y cada cambio que haga. Voy a vivirla intensamente, porque no quiero perder ni una primavera más.
