Maduro, con esos bailecitos que nos muestra la televisión y esos gestos desafiantes, lo único que revela es que está más paranoico que nunca, más aferrado al poder que nunca y consciente de que su supervivencia personal depende de no perder el control del Estado. Se enfrenta a presiones internas, externas y a la sensación de que no tiene una salida segura.
Por otra parte, cuando una potencia como E.E.U.U. ofrece una recompensa tan grande por un dirigente (50 millones de dólares), el mensaje debe producirle una doble preocupación: inseguridad interna (esa cifra pude tentar a personas dentro de su propio entorno) y deslegitimación total (se le equipara públicamente con un criminal de alto nivel). Y eso le produce miedo, y el miedo, como decía Edmund Burke: “Es el más ignorante, el más injurioso y el más cruel de los consejeros”.
Por eso, Maduro debe estar muy preocupado porque es consciente de que cada general, ministro o asesor podría convertirse en un potencial delator. Sabe que está atrapado porque abandonar el cargo no le garantiza una retirada segura. Además, se encuentra totalmente condicionado porque su seguridad personal depende del aparato militar, de la inteligencia interna y de redes que pueden no ser eternas. De ahí su postura desafiante en público porque la autopercepción del líder exige no mostrar debilidad.
Debido a todo ello, no sería extraño que Maduro viva en un elevado estado de desconfianza, porque una recompensa así es echar gasolina al fuego; y porque psicológicamente, es típico de estos regímenes que el líder entre en un estado de hipercontrol del entorno, distancia emocional, obsesión por la lealtad y refugio en un discurso de resistencia épica.
Estas y algunas otras razones son la que aparentemente muestran que “Maduro está maduro” y que su caída está próxima. Y entonces, ¿qué repercusiones tendría en España?
Tendremos portadas, debates encendidos y sesiones parlamentarias tensas. También investigaciones, reproches y debates sobre los vínculos históricos de algún partido con el chavismo. Y, por supuesto, un reposicionamiento general sobre la doctrina exterior hacia Hispanoamérica. Pero lo que es evidente es que será el tema central del debate nacional durante semanas.
Aunque hay otra cuestión no menos importante, porque, si un régimen tan cerrado como el de Maduro colapsara, archivos internos, contratos, comunicaciones diplomáticas y empresariales podrían hacerse públicos. Además, es habitual que en las transiciones políticas funcionarios públicos filtren documentos para protegerse o congraciarse con el nuevo poder; esto ya ha pasado en otros países con cambio de régimen (Argentina post-Kirchner, Brasil tras el Partido de los Trabajadores, países del Este tras el comunismo, y en las dictaduras africanas que se desmoronaron en los noventa). Y es que cuando el poder cambia de manos, la verdad deja de estar en custodia y se convierte en mercancía política.
Si esto fuera así, ¿aparecerían informaciones nuevas sobre políticos españoles? Es de suponer que sí. Por un lado, cualquier figura que haya tenido un trato cercano con el régimen sería examinada, y todos sabemos que hay casos muy sonados; y por otro, se sabría si las acusaciones sobre la financiación política del chavismo a movimientos en España, Italia o Hispanoamérica son ciertas, porque si el régimen cayese, documentos internos, registros financieros y comunicaciones diplomáticas saldrían a la luz.
Sea cual sea la naturaleza real de la relación entre políticos españoles y el chavismo, hay una convicción que debería guiarnos: la luz; porque la luz, incluso cuando deslumbra, es más saludable que la penumbra. Si en una futura transición venezolana emergiesen documentos comprometedores, España deberá investigarlos sin miedo, porque la democracia no se fortalece ocultando, sino mostrando. Aunque quizás el mayor problema no es lo que sabremos, sino lo mucho que durante años preferimos no preguntar.
