Internet y la revolución silenciosa producida en las tres últimas décadas han transformado nuestras vidas de una manera que hubiera parecido inconcebible en los años 80. De golpe, gracias a las redes satelitales y a internet, todo el planeta se conectó, y los ordenadores pasaron de ser grandes equipos que había que colocar en una mesa especial a caber en el bolsillo del pantalón.
Porque eso es nuestro móvil, un pequeño ordenador en el que llamar y recibir llamadas es apenas una de sus funciones, en el que conviven múltiples aplicaciones con las que podemos pedir un coche, una pizza, pagar servicios, hacer compras, organizar una cita romántica, escuchar música o ver una serie de streaming, entre otras cosas. Suscripciones -o no- mediante.
Cuando las suscripciones nos alcanzan
No es solo el móvil, hay dos equipos más en nuestros hogares que se han convertido en ventanas del cibercomercio y a estas suscripciones, como los servicios de streaming y otras plataformas distintas y aplicaciones: el ordenador y el televisor.
Plataformas de streaming como Netflix, Disney o Amazon; de música como Spotify, de videojuegos, citas, para pedir comida o hacer compras, entrenar o alquilar coches, son solo algunas de las plataformas a las que seguramente estamos suscritos, y aunque muchas son gratuitas, también hay muchas que no lo son, y que pueden llegar a tener un peso considerable en nuestro presupuesto.
Al menos 3 de cada 4 españoles paga una o varias suscripciones, y el número se incrementa cuando hablamos de personas menores de 35 años. Estar suscrito a un canal de streaming, a una aplicación de citas o a una plataforma de videojuegos se ha vuelto tan normal como el wifi o el pago mensual de algún servicio básico. Ya es parte de nuestro presupuesto ordinario, y no un lujo o un gasto puntual.
Muchas de estas aplicaciones son gratuitas, otras nos obligan a ver publicidad a cambio de no pagar (como Spotify y YouTube), y después vienen las que tienen varias modalidades de pago, y que incorporamos a los gastos que se deducen de las tarjetas.
Nos vamos suscribiendo a distintos servicios hasta que llega un momento en el que este gasto se hace sentir a la hora de pagar, y es cuando consideramos la posibilidad de hacer recortes.
La “toma de conciencia”, y la recaída
Un estudio realizado este año por EAE Business School indica que 2 de cada 3 hogares tienen al menos un servicio por suscripción, a pesar de que las tarifas de medios audiovisuales han subido más de un 80% en los últimos diez años, siendo los precios demasiado altos la principal causa para interrumpir uno de estos servicios.
Hay un momento de lucidez, por el que hemos pasado muchos, que se produce en algún momento del año, al revisar la factura de la tarjeta y darnos cuenta de todo lo que estamos pagando por tener acceso a distintas aplicaciones.
Es cuando empiezan los recortes, y el intercambio de llamadas y mensajes con “mediadores”, que ofrecen otros descuentos o intentan convencernos de que estamos cometiendo un error.
Es probable que veamos los efectos de las medidas los primeros meses, pero después comencemos a incorporar casi sin darnos cuenta nuevas aplicaciones, o las mismas, porque están llegando nuevas temporadas de nuestras series favoritas.
Se trata de una modalidad de consumo que ha llegado para quedarse y que cada vez utilizamos más, sobre todo porque nos venden más servicios y posibilidades de acceso, al tipo de cine o música que nos gusta, a los mejores videojuegos o a la red de citas que parece dirigida a nuestra edad y nuestras preferencias.
Ya estamos viviendo en un universo de apps que abarca desde el ejercicio físico hasta todas las formas de entretenimiento; quizás lo que nos queda es aprender a elegir las que más nos convienen, y vigilar nuestro presupuesto.
