La primera globalización data del siglo XVI, tal vez la más relevante de las tres fases registradas, incluida la actual. Aquello fue “Big Bang”, cataclismo; y, puso las bases para lo que vino después. La forja de una auténtica economía mundial, antes inexistente, representa su aporte más relevante, vía triangulaciones en red: Europa-América-África; y Europa-América-Asia. Esta segunda era más compleja, dada la implicación de dos océanos.
A partir de las expediciones de Cristóbal Colón, como en carrera de relevos, se registran algunos momentos críticos, fundacionales, del nuevo escenario global: el descubrimiento del Pacífico por Vasco Núñez de Balboa (1513); y el primer viaje, iniciático, de vuelta al mundo, capitaneado por Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano (1519-1523).
El llamado galeón de Manila –o Acapulco- estableció una ruta comercial transoceánica, que conectaba, cada año, ambas ciudades, hermanadas; es decir, Asia y América. Línea operativa desde la segunda mitad del siglo XVI hasta inicios del XIX. Los navegantes españoles, vascos en su mayoría, descubrieron unas corrientes que aceleraban el viaje de retorno –tornaviaje-.
La cuadratura del círculo, ni más ni menos. Los portugueses habían integrado la carrera de la India con Brasil; pero, quedaba inédito el vector Asia-América. A partir de aquellos inicios, la región de la Cuenca del Pacífico no cesa de ganar centralidad geopolítica y económica en el mundo del siglo XXI. Y todo esto comenzó con el galeón, nudo gordiano para la gestación de la primera globalización. Además, téngase en cuenta que las distancias entre las dos riberas del Pacífico llegan a ser inmensas en relación al Atlántico, donde solo hablamos de “cruzar el charco”. Cuando se planteaba que en los dominios de Felipe II no se ponía el sol, consideremos que Filipinas contribuyó a dar el toque global a este imperio “de facto”, aunque numerosos historiadores prefieren no utilizar dicha denominación, con Madrid como centro de poder.
Un cordón umbilical había quedado establecido, vía galeón, entre las Islas Filipinas y México. El nexo iba más allá del transporte marítimo. Desde la tradición de descentralización, imperante en las Españas bajo auspicio de los monarcas de la Casa de Austria, les comentaré un dato bastante desconocido: el archipiélago del Sudeste Asiático dependía del virreinato de Nueva España, cuyo presupuesto financiaba el gasto público ejecutado desde Manila- “el situado”-. Algo bastante inédito en la historia de los imperios de la Edad Moderna. La Ciudad de México estaba más cerca que Madrid, tanto en clave logística como política.
El mundo del siglo XVI podía ser muy sencillo en relación al actual, incluso en entes incluyentes de burocracia tan compleja como la Monarquía Hispánica. Así, en mis lecturas sobre estos temas, nunca olvidé algo ocurrido en el siglo XVII. Si el galeón de Manila hacía escala en la isla de Guam, un pobre viajero, deseoso de volver a España, tras años pasados en Filipinas, fue obligado a aceptar el cargo de gobernador. Se trataba de un sargento: el imperio ofrecía estas posibilidades de movilidad social ascendente, si bien exigentes de grandes sacrificios.
Desde su posición ubicua en la inmensidad del Pacífico, la isla de Guam dispone de gran valor estratégico. Así, a raíz del Desastre del 98, los Estados Unidos se la quedaron, como estado libre asociado, estatuto similar al de Puerto Rico. Hace años, asistí a un acto organizado por la Asociación Española de Estudios del Pacífico: una conferencia impartida por un nativo de dicho territorio, tan romántico como hispanista que había vivido varios años en México. El hombre se mostraba indignado ante la asimilación cultural, tendente a borrar los vestigios de la presencia española. De forma artificiosa, como reclamo para el turismo asiático, se proyecta la imagen de un segundo Hawaái. Mi familia y yo paseábamos todas las tardes por la Gran Vía de Madrid; y nunca vimos tanta gente como en las jornadas del encuentro del Papa Ratzinger con los jóvenes. Qué ilusión ver a un grupo portador de la bandera de Guam. Nos dijeron que no hablaban chamorro, lengua isleña, que, según ocurre también con el tagalo de Filipinas, incorpora muchas palabras del castellano; pero, está en franco retroceso.
Si en los inicios del siglo XVII también había desplazamientos, una embajada compuesta por varios samuráis, convertidos al catolicismo, visitó nuestro país. Japón se cerró al exterior durante su estancia; y decidieron asentarse en Coria del Río, cerca de Sevilla. En la actualidad, casi mil españoles tienen “Japón” como primer apellido; y otros tantos como segundo, tercero, etc. Empiecen a sumar. El profesor Francisco Villota, amigo y compañero de despacho en la Universidad Complutense, lo llevaba en su árbol genealógico. María José Suárez, una de las “Miss España” más guapas que hemos tenido, nacida en la localidad referida, también tiene estos orígenes; y su rostro refleja esta honorable huella genética.
Manila se convirtió en emporio global, gracias al galeón icónico. Se trataba de una ciudad cosmopolita, donde, junto a la presencia de nativos y españoles, había comerciantes y artesanos chinos. A partir de su éxito, esta minoría étnica fue presa de persecuciones ocasionales, que las autoridades debieron sofocar.
Los productos asiáticos se exportaban en el galeón hacia Acapulco. Una parte de los cargamentos se quedaba en la América Hispana; pero, la mayoría seguía por tierra hasta Veracruz, puerto y baluarte defensivo. Desde allí, se embarcaba a Sevilla o Cádiz. Los costes de transporte resultaban muy elevados, dadas las distancias enormes; mientras, según ocurre también hoy en día, aquellos se encarecen más en los tramos terrestres. En dicho contexto, ¿qué mercancías resultaban más competitivas para ser exportadas? Los bienes de alto valor añadido eran los únicos capaces de neutralizar portes tan altos; y otorgar beneficios. De esta forma, géneros suntuarios como abanicos y textiles, fabricados en China, eran almacenados en Manila, “entrepôt” para redistribución hacia Indias (América) y Europa.
Aunque más pesadas, las cerámicas del gigante asiático también se incorporaron con fuerza. Si en muchas iglesias de México se conservan piezas de gran valor artístico procedentes de Filipinas, como tallas en marfil, me sorprendió una figura sobre el mueble de la sacristía de cierta iglesia de un pueblo palentino, donde me había trasladado para consultar el archivo parroquial. Una miniatura muy antigua del Santo Niño de Cebú.
¿Cómo se pagaban los artículos asiáticos? Muy sencillo. Una parte de los metales preciosos de América, sobre todo de plata mexicana, se desviaba a Filipinas. Sevilla y Manila quedaban emparejadas, como canalizadoras respectivas de dichos activos hacia Europa y Lejano Oriente. Así, España contribuía al nacimiento de un sistema monetario internacional; mientras, el real de a ocho es embrión del dólar estadounidense.
El acceso a los objetos de lujo se democratiza con el paso del tiempo. Así, abanicos y mantones de Manila devinieron en iconos de los chulapos del Madrid castizo de finales del XIX, parte integrante de la cultura afectiva, recogida por las zarzuelas que encandilaban a los estratos populares. En su novela “Fortunata y Jacinta”, Benito Pérez Galdós refiere la existencia de tiendas madrileñas especializadas en los productos de Filipinas.
Todo había cambiado; y el Imperio Británico, potencia con aspiraciones hegemónicas, abría mercados, durante la era victoriana en la segunda globalización, a fuerza de cañonazos y falta de ética si era menester. En tanto México era república independiente, con la ruta del galeón de Acapulco extinta, funcionarios y otros españoles se desplazaban hasta Manila vía Canal de Suez, con escalas en Singapur. Sus impresiones quedan reflejadas en algunos libros de viajes.
En el contexto de los ciclos posteriores de globalización, el archipiélago todavía daba juego a los emprendedores españoles. San Miguel, fundada en la capital de Filipinas (1885), disfruta de posición de liderazgo dentro del mercado cervecero de Asia Oriental, región que es talón de Aquiles para la mayoría de multinacionales hispanas.
Si Manila era puerta de entrada a China para españoles, Abelardo Lafuente, fallecido en Shanghái (1931), destacó por sus edificios de estilo morisco, en el periodo de esplendor de la que fuera “ciudad internacional” –-igual que Tánger-. En el antiguo Astor House, uno de los hoteles con más encanto donde he tenido el privilegio de alojarme, brilla su preciosa sala de baile, obra del arquitecto madrileño. Por su parte, Antonio Ramos Espejo ha pasado a la historia como pionero en la apertura de cines en Shanghái, a comienzos del siglo XX, tras haberlo intentado en Manila.
Si el protagonismo de la nueva China, “fábrica del mundo”, es el titular de la tercera globalización –fase actual-, adviertan el simbolismo implícito en lo que les voy a contar. La sesión inaugural de la Bolsa de Shanghái (1990), cerrada tras el triunfo del comunismo, se llevó a cabo en la sala de baile del Astor House, donde tomaron el té tantas personalidades internacionales, desde Charles Chaplin a Albert Einstein. En el fondo, las autoridades transmitieron mensaje de continuidad con el legado de la segunda globalización, durante la cual prosperó la ciudad internacional, regida entonces por las grandes potencias.
España y el galeón de Manila están en el origen de todo esto.
