Los entrenadores son un elemento fundamental en los éxitos y fracasos de los equipos y deportistas. El rendimiento de sus jugadores depende de la planificación técnica y táctica, de la preparación de los entrenamientos y partidos y, sobre todo, de sus dotes para crear un buen ambiente en el grupo. Precisamente estas capacidades para motivar son las que posibilitan ese salto de calidad cuando se trata de ganar campeonatos o partidos clave.
El contenido de su discurso varía según se trate de un entrenamiento o de un partido.
Es durante la competición cuando el estrés emocional a veces no se controla. A veces la banda se convierte para muchos entrenadores en un espacio ideal para desfogarse y vocear constantemente a sus pupilos. Afortunadamente, para otros se convierte en un lugar para la reflexión y la autocrítica, incluso demuestran dotes de estoicismo ante los errores garrafales de los árbitros y jugadores.
Una cosa es qué decir y otra cómo decirlo y con qué tono hablar
Pero quizás sea en los tiempos muertos cuando se manifiesta verdaderamente el carácter del entrenador. Un momento limitado que permite variar el curso del partido, de ahí que tengan mecanizado el orden de las informaciones a dar. Pero una cosa es qué decir y otra cómo decirlo y con qué tono hablar.
Los medios de comunicación saben perfectamente que es una ocasión única para el espectáculo y algunos entrenadores lo usan para su minuto de gloria. Eso sí, a veces son discursos poco aleccionadores y formativos. En estos casos sería conveniente retirar el micrófono en cuanto los mensajes se carguen de tacos y expresiones soeces y ofensivas que poco tienen que ver con los valores positivos del deporte.
