Cada presidente tiene su afán. Nadie llega solo para gestionar, sino para hacer una aportación histórica. Felipe quería progreso, Aznar soñaba grandeza, Zapatero con paz y Rajoy con que le dejaran en paz. Sánchez anhela convencer a Cataluña de que se está mejor dentro de España. Tan constitucional es el 155 como los indultos.
Escandalizarse por el dialogo es inútil en los inicios, cuando solo se habla del dialogo, no del contenido. La Monarquía no va a tomar partido. Bruselas no va a intervenir. Los socios de Gobierno no quieren otro gobierno. Sánchez no va a dimitir ni a convocar. Las encuestas son fotogramas de serie. No saben, pero contestan. Quedan dos temporadas de recuperación con reparto de fondos, de control de la pandemia, nuevas caras en el Gobierno y un Podemos domesticado.
La amenaza de la izquierda que gobierna no es hoy la derecha política buscando su tono. El riesgo de la izquierda política está en la desconexión de una parte de la izquierda social. Basta darse una vuelta por los barrios más humildes de Madrid o Segovia para oír sus filias y fobias. No son indicadores científicos. Solo es sociología al sol. Indicios de una pérdida de los valores allí donde históricamente han estado más arraigados. Una especie de empacho con algunas propuestas de la izquierda que no acaban de entender. La tentación del populismo ante lo políticamente correcto es tendencia.
La justicia es la garantía de que los poderosos no ganen siempre. Un valor de izquierdas. Privilegiar territorios genera agravios entre personas. La ecología es otro valor progresista. Improrrogable. Pero los esfuerzos de la transición no deben pagarlos los más débiles. El feminismo es igualdad. Nadie razonable debería oponerse, a no ser que se presente de manera impostada. La tecnología es progreso siempre que no ponga en riesgo el trabajo. Hasta oímos hablar de limitar la comida industrial cuando entendíamos que las grandes superficies eran la democratización del consumo o de una Ley que nos presenta un género fluido después de haber entendido todos (menos Vox) que la mujer sufría discriminación y violencia por su género. Valores progresistas y vigentes que al contacto estresante de lo identitario se convierten en excluyentes, en amenazas, en regañinas.
Regañar por conducir un diésel y no un eléctrico, por comer procesados en lugar de eco, por oír a Bad Bunny y no Love of Lesbian, por llevar pulseras de España y no de Europa, genera rechazo
Regañar por conducir un diésel y no un eléctrico, por comer procesados en lugar de eco, por oír a Bad Bunny y no Love of Lesbian, por llevar pulseras de España y no de Europa, genera rechazo. Porque hay gente que no contrata inmigrantes, sino que compite con ellos. Que no desdobla el lenguaje porque no le sale natural. Que no teletrabaja porque trabaja con su cuerpo. Que pone la lavadora cuando puede. Que ama el único país que conoce…la biología siempre gana a la ideología.
En esta modernidad líquida global se corre el riesgo de que algunos obreros se sientan desamparados, confusos ante propuestas que les parecen raras, que les parecen caras. Valores que ni entienden ni pueden pagar. Oyen economía colaborativa, circular, resiliencia, emprendimiento…pero ven amenazas de paro verde, paro digital y precariedad. El precariado necesita soluciones reales y baratas en lugar de regañinas. Afecta a todas las edades y procedencias y pide certidumbres y valores conocidos para adaptarse a una nueva realidad inevitable, pero desconocida. Ya se cometió el error de regañar a los tabernarios, pensando que se defendía el privilegio de quienes tomaban las cañas y se olvidó defender el derecho de quienes las ponían.
