Por manida, la omnipresente palabra crisis podría estar a punto de convertirse en otro de esos lugares comunes casi vacíos de significado. De hecho, si solo se tratara de turbulencias financieras y signos negativos en los indicadores, la gran mayoría de los ciudadanos quizá ni siquiera vería la recesión como algo propio. Por desgracia, indisolublemente vinculados al término crisis están los Expedientes de Regulación de Empleo, que ponen nombre y apellido a la verdadera crudeza de la realidad económica.
Esas tres letras, ERE, son las responsables de dejar sin trabajo a 266.556 personas en los primeros cinco meses de este 2009, casi 13 veces más que en el mismo período del pasado año (al menos según reflejan los últimos datos de CCOO). Con tales antecedentes no es de extrañar que cualquier trabajador que oiga pronunciarlas se eche a temblar de inmediato. Eso sí, como se encargan de recordar los sindicatos, la parte del león de la destrucción de empleo se lleva a cabo mediante despidos individuales, menos mediáticos, pero igual de traumáticos que los colectivos.
Los ERE hicieron su irrupción con Martinsa Fadesa, y lo hicieron por todo lo alto. Quizá de ahí que el sector de la construcción se haya ganado a pulso el dudoso título de padre de la crisis. Y quizá lo sea del colapso financiero, pero no de los Expedientes de Regulación, pues tal honor corresponde a la Industria.
En ella se incluye el automóvil, que se ha llevado la peor parte. En total, 212.480 de sus empleados sufrieron las consecuencias de los temibles ERE. Nissan, Seat, General Motors o Iveco son solo algunos ejemplos.
Iveco, precisamente, gritó tan fuerte al pedir ayuda, que provocó que en la Asamblea de Madrid se prohibiera la entrada a los invitados, algo que, finalmente, quedó en papel mojado. Esta ciudad empresarial vio peligrar el puesto de 1.000 de su empleados. El portavoz de CCOO de la compañía, Joaquín Ferreira, describe este situación como «muy desagradable», y asegura que el temor de los trabajadores es superior al sentimiento de rabia que hay ante la amenaza de los despedidos. «De hacer 110 camiones al día hemos pasado a 20, lo que supone que, aunque no te despidan, trabajas una semana al mes, o un día a la semana y ya no sabes que hacer» lamenta Ferreira asegura antes de añadir que «aunque hayamos alcanzado un acuerdo provisional, el miedo nunca se va del todo».
Por supuesto la automoción no ha sido la única víctima. El ladrillo, aunque en menor medida, también ha sentido la bota de los ERE. Hasta mayo, más de 7.000 personas, casi cinco veces más que un año antes, sufrieron sus embates.
Además de la ya mencionada Martinsa Fadesa, destacan Sacyr, Begar o Hilti. Esta última una compañía dedicada a la elaboración de maquinaria, que vio cómo 197 de sus empleados caían bajo las siglas malditas. El portavoz de UGT, José Morales, asegura que vivieron «momentos traumáticos», agravados si cabe porque no se lo esperaban.
Ante una situación que amenaza con extenderse a todo el tejido productivo, sindicatos y patronal lanzan su grito de socorro al Gobierno y reclaman la regularización de las empresas privadas de recolocación para que se pueda buscar acomodo a los despedidos.
Todos parecen de acuerdo en su necesidad, pero el problema reside en quién debe pagar sus servicios. El coste de cada recolocación es de unos 800 euros, que siempre habían corrido por cuenta de la empresa. Tal realidad se antoja ahora surrealista ¿acaso va a gastar ese dinero la misma compañía que se ha visto obligada a un despido masivo ante la incapacidad para pagar las nóminas?
Uniconsult es una de estas compañías y su director, Fernando de Salas, prevé que el paro se disparará todavía más. A su juicio, tan incontestable realidad hace necesario que el sector privado y el público (INEM) unan sus fuerzas para ayudar a los trabajadores, porque en tiempo de crisis todo respaldo es poco».
En cualquier caso, con o sin recolocaciones, los peores augurios, aquellos que hablaban de una avalancha de ERE, ya se han hecho realidad. Están siendo los grandes protagonistas de 2009 y prometen seguir haciéndolo el año que viene… siempre de la mano de su fiel aliada, la crisis.
