Aunque hay quien la aborrece, la Navidad es un tiempo de momentos especiales. Y a pesar de lo machacona que puede llegar a ser, también hay cosas que se salen de la rutina festiva del calendario para tener una vida propia. La Navidad en Segovia no es distinta. Las administraciones públicas, los comercios, los entes y asociaciones de todo cuño, incluso yo mismo, me predispongo a buscar cierta singularidad en los actos que se organizan y a los que asisto. Y no, no me refiero a la clásica programación navideña, tanto religiosa como laica, de casetas, belenes, mercadillos, música, luces y consumo, no. Me refiero a otras actividades más… ¿cómo diría yo? sugestivas y simpáticamente canallas de esas en que, conociendo el fondo, es fácil imaginarse la frase con la que comenzó todo: “¿Qué no me atrevo? Sujétame el cubata”. La ilusión, la imaginación y la osadía siempre fueron herramientas de empuje social. Compruébenlo.
Uno de los ejemplos paradigmáticos seguramente sea la Carrera del Pavo que se celebra cada diciembre en nuestra capital. Esa competición de bicicletas sin cadena, divertida y popular que desde hace nueve décadas concentra a centenares de segovianos en la bajada de la calle Teodosio, el grande, la plaza del Azoguejo y la subida de la calle Cervantes para disfrutar con los escorzos y contoneos ciclistas de los participantes. Es parte de su atractivo. Pero hay más.
El Chapuzón del Resfriado es un acto simpático, a medio camino entre la reivindicación y la fiesta que se celebra cada 31 de diciembre en San Rafael. Un grupo de bañistas ataviados para la ocasión y al compás del atabal y la dulzaina, se sumergen en las gélidas aguas del río Gudillos —no suelen estar por encima de los cuatro grados— para reivindicar la recuperación del río a su paso por la localidad. ¡Así llevan los últimos veintiocho años! Y es que, en el tramo del río donde se celebra el evento no sólo estuvieron las antiguas pozas de baño de la colonia veraniega, también aglutina parte de la intrahistoria fluvial fondillera; el puente de la barandilla de hierro; el paraje de la poza del tío Juanillo; el lavadero de mineral del siglo XIX; el puente de Avelino, incluso el apeadero de tren y todas las historias que, arracimadas a esos lugares, han ido depositando nuestros mayores en la memoria colectiva. Allí, junto a su orilla, Rafael Alberti compuso Marinero en Tierra (premio nacional de Literatura 1925) y también allí trabajaba Ramón Menéndez Pidal a la sombra de un artilugio que él llamaba “el pirulí”. Alberto Martín Baró soñaba con un paseo fluvial; los bañistas, los asistentes y yo, también.
Por último, en el auditorio de El Espinar, se celebra el próximo día 27, el evento musical “Mira quién canta” protagonizado por los propios vecinos. Créanme, no es una anécdota. Realmente es un espectáculo y una muestra más de una convicción personal; probablemente El Espinar sea el municipio de la provincia con mayor base y cultura musical entre sus vecinos. Vale.
Sí, comprendo que hay muchos tipos de Navidad. Una Navidad de recogimiento y religiosidad; una Navidad infantil de familia, ilusión y regalos; una Navidad de evocación, nostalgia y dolorosas sillas vacías; una Navidad bulliciosa, comercial y consumista; una Navidad contemplativa, reflexiva y cultural; una Navidad de mesa, mantel y encuentros; otra de propósitos, de esperanza e ilusiones… Pero también hay una Navidad ocurrente, divertida y desvergonzada que se mueve entre pavos, chapuzones y notas musicales. Y todas ellas construyen nuestra Navidad en Segovia. Sea cual sea la suya, feliz Navidad.
