El día 19 de octubre de 1469 se casaron la princesa Isabel de Castilla y el príncipe Fernando de Aragón en la ciudad de Valladolid, por lo que ayer sábado 19 de octubre de 2024 se cumplieron 555 años de aquél enlace, y la ciudad de Valladolid lo conmemoró con una ofrenda floral, una exposición y una representación teatral, organizadas por la Asociación Cultural Conde Pedro Ansúrez.
La manda testamentaria de Juan II de Castilla, padre de Enrique IV y de los infantes Isabel y Alfonso, decía: ―si sus hermanos Enrique y Alfonso llegaban a fallecer sin descendencia legítima, a Isabel correspondería recibir la sucesión que ahora tenía don Enrique―, por lo que quedaba claro que Isabel era la tercera en la sucesión a la corona de Castilla.
En el otoño de 1464 Enrique IV accedió a que Alfonso, cuya custodia entregó al marqués de Villena, fuese proclamado heredero del trono, con la única condición de que se casase con la princesa Juana, a la sazón una niña de dos años.
El 5 de junio de 1465, Enrique IV sufrió el escarnio de ser depuesto en efigie, es decir, un destronamiento simbólico en la llamada Farsa de Ávila, e inmediatamente, en el mismo acto Alfonso fue erigido rey de Castilla, que pasó a ser nominado Alfonso XII. Se produjo una situación insólita, Castilla se encontraba regida… ¡por dos reyes! Desde ese momento Castilla vivió un enfrentamiento civil entre la Liga Nobiliaria, que había proclamado nuevo rey a Alfonso, y los partidarios de Enrique IV.

Tres años después, el 5 de julio de 1468 murió el Alfonso XII a los 14 años de edad, e Isabel se convirtió en candidata al trono de Castilla, y con una asombrosa energía y capacidad política para una joven de diecisiete años, inició las negociaciones con Enrique IV para buscar una salida pacífica al conflicto sucesorio, planteándolo desde la absoluta convicción de su derecho al trono.
Estas negociaciones culminaron el 19 de septiembre de 1468 en la conocida como Concordia de los Toros de Guisando. Por la que disponía el nombramiento de Isabel como princesa legítima heredera del rey, que se obligaba a vivir con él en la corte hasta que se casase, que podría hacerlo con quien deseara, pero con la autorización del rey; el rey reconocía que no estaba legítimamente casado con la reina, y que ésta debería salir de los reinos en el plazo de cuatro meses; que no se consintiera que la reina se llevara a su hija, Juana; y que, en prueba de cumplimiento de lo pactado, el rey pusiera a disposición de la princesa la fortaleza de la villa de Madrid y el tesoro real, custodiado en su Alcázar.
PROPUESTAS MATRIMONIALES QUE LE HICIERON A ISABEL
La primera propuesta matrimonial fue con el que luego sería su esposo Fernando de Aragón, Isabel tenía 3 años y Fernando 2; Tres años después Enrique IV rompió el compromiso para comprometerla con Carlos príncipe de Viana, hermano mayor de Fernando, al que se opuso Juan II de Aragón, padre de ambos príncipes; en 1564 Enrique IV intentó firmar el compromiso matrimonial de Isabel con su cuñado Alfonso V de Portugal, al que se opuso Isabel; en 1467 fue comprometida por el rey Enrique IV con el maestre de Calatrava Pedro Girón, hermano del marqués de Villena, quien murió antes del enlace; en 1468 Enrique IV convino, una vez más, el enlace de Isabel con el rey Alfonso V de Portugal, aduciendo la potestad que le otorgaba Concordia de los Toros de Guisando. La propuesta entrañaba una trampa para casar a su hija Juana la Beltraneja con Juan II de Portugal, hijo de Alfonso V. De esta manera Isabel sería trasladada al reino vecino, y a la muerte de su esposo, los tronos de Portugal y de Castilla pasarían a Juan II de Portugal y su esposa, Juana la Beltraneja. Tanto Isabel como la Liga Nobiliaria se negaron en rotundo.
Isabel rechazó la propuesta de matrimonio con Alfonso V, y pensó en Fernando de Aragón, que había sido el primer candidato. A sus íntimos Gonzalo Chacón y Gutierre de Cárdenas reveló que “me caso con Fernando y no con otro alguno”. Pero Isabel y Fernando era primos por lo que necesitarían, una bula papal que les exonerase de esta consanguinidad. El papa, no llegó a firmar este documento ―bula― por las posibles consecuencias negativas, al atraerse las antipatías de las coronas de Castilla, Portugal y Francia, todos ellos interesados en desposar a la princesa Isabel con otro pretendiente. Por ese motivo, ordenó al cardenal Rodrigo Borja dirigirse a España como legado papal para facilitar este enlace.
Los escrúpulos de Isabel fueron vencidos con la connivencia de Alfonso Carrillo, arzobispo de Toledo, y la presentación de una supuesta bula emitida en junio de 1464 por el anterior papa Pío II a favor de Fernando, por la que se le permitía contraer matrimonio con cualquier princesa con la que le uniera un lazo de consanguinidad de hasta tercer grado.
Isabel aceptó y se firmaron las Capitulaciones Matrimoniales de Cervera el día 5 de marzo de 1469. En ellas, Fernando se comprometía a respetar las leyes, usos y costumbres de Castilla; fijar su residencia en este reino y no ausentarse sin consentimiento de Isabel; no enajenar parte alguna de los bienes de la corona; no elegir ningún extranjero para los oficios municipales; no hacer nombramientos para empleos civiles o militares sin la aprobación de Isabel, y dejar a esta en exclusiva, la facultad de los nombramientos para los beneficios eclesiásticos. Todas las órdenes sobre los negocios públicos han de firmarse por ambos. Fernando se obligaba además a continuar la guerra contra el moro, a reconocer y respetar al rey Enrique IV, como el único y verdadero rey de Castilla.
El día 7 de marzo, estando todavía Fernando en Cervera, el rey Juan II de Aragón anunció que cedía a su hijo Fernando el reino de Sicilia que llevaba aparejados los títulos de los ducados de Atenas y Neopatria, con todas sus rentas, y a su futura nuera que podía titularse princesa y reina, los señoríos de Borja, Magallón, Crevillente, Siracusa y Catania, más los 100.000 florines de oro que constituían la Cámara Reginal de Sicilia.
A mediados de mayo de 1469 con la excusa de visitar la tumba de su hermano Alfonso que reposaban en Ávila, Isabel escapó de Ocaña donde estaba custodiada y estrechamente vigilada por don Juan Pacheco. Marchó hacia Madrigal, y con la ayuda de Alfonso Carrillo, arzobispo de Toledo, y de don Fadrique Enríquez, almirante de Castilla, llegó a Valladolid en el mes de agosto. Pedro de Acuña, a la sazón hermano del arzobispo del Carrillo, envió a Gutierre de Cárdenas y a Alonso de Palencia al reino de Aragón a informar de la nueva situación.
El 8 de septiembre Isabel notificó a su hermano Enrique IV su decisión de casarse con el rey de Sicilia y príncipe de Gerona, títulos dados por Juan II a su heredero antes de la boda, a la vez que le reiteraba su obediencia. Por su parte, Fernando atravesó Castilla en secreto disfrazado de mozo de mulas de unos comerciantes para burlar el sistema defensivo de Enrique IV. Cruzó por Burgo de Osma (Soria) y llegó a Dueñas (Palencia) el 9 de octubre, alojándose en el palacio propiedad del referido Pedro de Acuña.
El día 14 de octubre, Fernando prescindiendo de su disfraz se encaminó a Valladolid para conocer a su prometida llevando presentes de compromiso; su comitiva fue muy alegremente recibida por Isabel en el palacio de los Vivero. Ella, que no conocía físicamente al que iba a ser su próximo marido, preguntó a Gutierre de Cárdenas, quien la previno de la identidad y apariencia de Fernando con un sencillo: ―Ese es, ese es…―. En esa primera entrevista firmaron el compromiso, y cinco días después, el 19 de octubre de 1469, se casaron en el palacio de los Vivero en Valladolid, mientras un fuerte contingente armado protegía en el exterior que nada perturbase el acto. La sencilla ceremonia fue oficiada por el arzobispo Carrillo, ejerciendo como testigos don Fadrique Enríquez, almirante de Castilla, y doña María, esposa de Juan de Vivero. Seguidamente se celebró un suntuoso banquete para 2.000 personas que no paraban de aclamar a los recién casados.
En la mañana del 20 de octubre Fernando mostró en público la sábana nupcial, no tanto, o no sólo, para atestiguar la doncellez de la esposa, sino para mostrar la capacidad sexual del esposo, hecho nada menor en el reino del Impotente Enrique IV, que su supuesta impotencia dio lugar a la guerra sucesoria en Castilla, ante multitud de notarios, regidores y caballeros, dando fe de la consumación del matrimonio y de la virginidad de la esposa.
El matrimonio con Fernando costó a Isabel el enfrentamiento con su hermanastro, el rey Enrique IV, quien llegó a paralizar la bula papal de dispensa por parentesco de los contrayentes.
Isabel y Fernando apenas contaban con partidarios entre la nobleza, por lo que muy prudentemente decidieron retirarse a Dueñas, donde fueron nuevamente agasajados por Pedro de Acuña, quien les cedió su palacio, donde el día 2 de octubre de 1470 alumbró a su primogénita, Isabel; y ese mismo mes de octubre Isabel y Fernando enviaron una carta al rey ofreciéndole acatamiento, amor y obediencia, a la vez que le proponían una amplísima consulta que resolviese el conflicto hereditario.
CEREMONIA DEL VAL DE LOZOYA
Enrique IV montó en cólera por los acontecimientos, pues según él interpretaba el Pacto de Guisando, contaba con la prerrogativa de escoger marido para su hermana Isabel, y ayudado por los Pacheco y los Mendoza, a cuya familia se había unido por matrimonio don Beltrán de la Cueva, montó el acto de Val de Lozoya, donde repudió a Isabel y volvió a reconocer a Juana como su legítima hija y heredera de la corona. Tras este acto, Enrique IV publicó una declaración por la que se renombraba a su hija Juana princesa de Asturias y anulaba oficialmente la Concordia de Guisando. En un documento análogo la princesa Isabel, replicó justificando su boda con Fernando de Aragón y acusando a su hermano de perjurio, con lo que el reino volvió a la anarquía.
El 1 de diciembre de 1471, el papa Sixto IV resolvió las dudas sobre la legalidad canónica de este enlace por medio de la bula ―Oblate Nobis― que dispensaba de consanguinidad a los príncipes Isabel y Fernando, quienes a la vez que la bula de dispensa para su matrimonio, habían negociado con el legado papal, cardenal Rodrigo Borja, la concesión del capelo cardenalicio para Pedro González de Mendoza.
En 1472, el legado pontificio, cardenal Rodrigo Borja, desembarcó en la península ibérica, y tras reunirse con Enrique IV, se encontró con Isabel y Fernando en Alcalá de Henares, donde les comunicó que la Iglesia respaldaba la Concordia de los Toros de Guisando que legitimaba su sucesión al trono castellano y con la bula papal que les entregaba, legitimaba su matrimonio. El legado pontificio hizo pública la postura de la Iglesia administrando la confirmación a la hija de Isabel y Fernando, que entonces cumplía los tres años de edad. También traía el encargo que le habían hecho en su anterior visita a España, el nombramiento de Pedro González de Mendoza como cardenal, cuya poderosa familia pasó en bloque a ser una de las más firmes defensoras de los príncipes.
PACES ENTRE ENRIQUE IV E ISABEL
El 4 de noviembre de 1473 Alonso Pimentel, conde de Benavente y Andrés Cabrera, alcaide del alcázar, mayordomo y tesorero real, concluyeron el acuerdo de juntar a Enrique IV y a Isabel en Segovia con el ánimo de que ambos se reconciliasen y que buscasen una salida para Juana adecuada a su condición de hija de reina. Cabrera con la mayor reserva posible informó a la infanta Isabel, que se encontraba en Aranda de Duero, advirtiéndole de que debía estar preparada para trasladarse a Segovia en cuanto se le avisase.
Se convenció a Enrique IV para que fuera a pasar las Navidades a Segovia, alojándose en el Alcázar donde podía descansar y reponerse de su quebrada salud. Allí Andrés Cabrera y su esposa Beatriz de Bobadilla expusieron al rey todo el programa que habían trazado. Se trataba de evitar una guerra civil de resultado siempre incierto, desastrosa especialmente para Juana que se encontraría abandonada si Enrique llegara a faltar. El rey aceptó aquel razonamiento.
En la tarde del 5 de noviembre, Isabel explicaba el contenido del acuerdo en una carta para su marido que se encontraba en Aragón, en la que le pedía que apresurase su retorno a Castilla. Fernando aceptó la petición de su esposa; salió de Zaragoza el 26 de diciembre y apresuró su marcha.
Beatriz de Bobadilla se presentó en la tarde del 27 de diciembre de 1473 en la residencia de Isabel en Aranda de Duero, e inmediatamente salieron para Segovia, donde la recibió el rey con un efusivo abrazo. Cenaron juntos en público el 30 de diciembre de 1473; la princesa bailó delante de su hermano y este encontró la vena de humor suficiente para entonar una canción. Al día siguiente, Isabel pasó aviso a su esposo para que se reuniera con ellos, y así lo hizo el 1 de enero de 1474. Cuando los criados anunciaron a Enrique IV que el príncipe-rey de Sicilia había llegado al vestíbulo de entrada del Alcázar, se levantó de la mesa y se adelantó a recibirle. Esta relación ya nunca sería modificada. El día 8 de enero los Cabrera, verdaderos forjadores de la reconciliación, ofrecieron un descomunal banquete a cuantas personas de relieve se halla entonces en Segovia. El domingo día 9 al salir de misa, los segovianos pudieron comprobar cómo el rey y los príncipes cabalgaban juntos.
