La trashumancia, una práctica tradicional que se mantiene desde hace siglos, tiene unos efectos positivos sobre el paisaje y el medio natural que podrían perderse si, como todo parece apuntar, los últimos ganaderos trashumantes terminan dejando esta actividad. Ésta es una de las principales conclusiones del estudio que han realizado Raquel Casas Nogales y Roberto Hernández Yustos gracias a una de las becas de Medio Ambiente de Caja Segovia, un trabajo que se presentó en la tarde de ayer en el centro Los Molinos de la entidad de ahorro.
Según explicó Roberto Hernández a este periódico, el principal problema es que en el mundo de la ganadería trashumante no se está produciendo un relevo generacional, de manera que “prácticamente todas las entrevistas que hemos hecho eran a personas mayores, ya retiradas; solo hemos encontrado en la provincia a tres personas en activo”.
El investigador añadió que la situación se repite en otras provincias españolas; “es la crónica de una muerte anunciada”, sostiene Hernández, quien añade que en España las administraciones “no se preocupan mucho por la trashumancia, que en Francia ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad”.
Roberto Hernández subraya que si la trashumancia desaparece, “parte del paisaje segoviano no se va a conservar igual que ahora, se va a deteriorar”, y ofrece un dato que da cuenta del camino que lleva el sector: en los últimos cinco años, Castilla y León ha perdido más de un millón de ovejas.
En cuanto a los efectos beneficiosos de la trashumancia, que podrían perderse, el trabajo destaca una mejor conservación del suelo y de los recursos hídricos respecto a la ganadería intensiva; su aportación a la conservación de la biodiversidad así como la flora y la fauna; y la conservación tanto del paisaje (salvaguardando elementos del mismo como los cercados de piedra, los prados, las majadas y corrales) como de los elementos del Patrimonio cultural ligados a estas prácticas, como los esquileos y los lavaderos.
