Se celebra este 7 de junio el Día de las Fuerzas Armadas, con motivo central en Santa Cruz de Tenerife, presidido por el rey Felipe VI. Como relativa novedad, un despliegue a gran distancia de capacidades defensivas de nuestra nación ciertamente significativas. Acto vistoso, colorido e impregnado hasta la médula de su rito tradicional, donde el Homenaje a los Caídos que dieron su vida por España es, sin duda, el punto culminante de la celebración.
Seguramente habrá aplausos para los participantes, vivas a España, torrente de datos proporcionados por los medios, puede que un amago de discurso huero por la ministra del ramo; y la retahíla de siempre contra lo militar, los gastos de defensa y la guerra, por parte de algunos encantados de haberse conocido. Como si la guerra fuese una consecuencia de la existencia de ejércitos, o querida por éstos. Sin más comentarios, por ahora.
Pero, haríamos un flaco favor a la verdad y, por ende, a España si nos quedásemos en esta colección de detalles no nucleares. La situación de nuestra defensa no es pujante, precisamente, por el cuasi abandono presupuestario que ha sufrido principalmente en lo que va de siglo, sin querer ahondar más en el pretérito.
El número de militares ha bajado a razón de casi mil por año desde 2010; una parte importante del material que tiene en dotación se mueve entre los 40 y los 50 años; y la Reserva no acaba de arrancar, con cifras raquíticas y una media de edad ciertamente provecta, lo cual no es obstáculo para que exprese, como siempre, mi admiración y devoción por sus componentes y el compromiso permanente que muestran.
A todo lo anterior, conviene recordar los problemas de eficiencia de nuestra industria de defensa en la entrega de materiales, con retrasos casi sempiternos. Posiblemente como consecuencia de la falta de presupuestos adecuados en las décadas anteriores, está poco engrasada para lo que se requiere, terminando a veces por exasperar a los usuarios, Ministerio de Defensa incluido. Sirvan como ejemplo los 20 años que se ha tardado en botar el submarino S-81 Isaac Peral; o el calvario que llevamos con el vehículo blindado de combate 8×8 Dragón, que ya acumula más de 15 años de retraso con sus homólogos francés e italiano, aunque no toda la responsabilidad sea de la industria respecto del plazo de tiempo indicado.
Demos un giro y vayamos al futuro inmediato. Se va concretando lo que ya anunciábamos en estas páginas a principios de marzo pasado sobre la Cumbre otánica de La Haya de 24-25 de junio, en cuanto a imponer a todas las partes una inversión en defensa del 3,5 % del PIB para 2030, ampliable a un 5% para 2035 o incluso antes, presuntamente como consecuencia de una menor atención de EEUU a la defensa de Europa. Varias decenas de miles de millones más que el 2% que invertiremos este 2025, por decisión propia, siempre que no haya trampas al solitario permitidas por la OTAN, hecho de casi nula probabilidad, salvo sorpresa mayúscula.
Entramos así en el centro del debate: ¿por qué estas cifras del 3,5 o del 5%?, ¿por qué no un 6 o un 2,5?, ¿podría absorber nuestro aparato de defensa ese esfuerzo económico en tan poco tiempo?, ¿o se trata más bien de tener que adquirir “forzosamente” material norteamericano para ayudarle en su deuda sideral y luego no poder utilizarlo por restricciones tipo Marcha Verde? Y, muy importante, ¿cómo afectarían estás cantidades al presupuesto del estado, si es que llegamos a tenerlo algún día? Creo que estaremos de acuerdo en que se barrunta un movimiento sísmico en la política española para verano y otoño como consecuencia de tan absurda imposición de “brocha gorda”, aparte de otras causas. ¿O es que el tema va a quedar como patata caliente íntegra para el gobierno que pueda venir después de 2027?
El planeamiento de la defensa debe ser soberano de cada nación, realista y metódico, según los escenarios previstos. Es por ello que la obligatoriedad a todos por igual, sea Polonia, Luxemburgo o España, es un disparate, mucho más teniendo en cuenta que el famoso artículo 5 de la Defensa Colectiva de la OTAN no obliga de manera taxativa en la forma de responder a una hipotética agresión armada a alguno de sus miembros.
Termino. España, y seguro que otros aliados, debería defender su soberanía en inversión de defensa, aún con la burda amenaza trumpiana de no ayudar a quién no cumpla su dictado. ¡Cómo si amenaza con marcharse de la Organización! Porque, me queda la duda: ¿nos ayudaría en Ceuta y Melilla, fuera de Zona OTAN, aunque cumpliésemos? Y, tirando por elevación, ¿a qué precio volverían los iberos a Cannas mientras Escipión entra en España? Esta última reflexión merecería una respuesta que excede por completo del presente artículo.
Mi más sincera felicitación a todos los que sienten a España y disfrutan del Día de las Fuerzas Armadas, en especial a sus componentes, que ahí siguen a pesar de tanta inanición, a la espera de un giro copernicano que nos lleve a subsanar la situación real en que se encuentran, aplicando -entre otras cuestiones de peso- un presupuesto certero y suficiente, sin imposiciones de dictados provenientes de fuera de la voluntad nacional. Muchas gracias por su atención y paciencia.