Esta semana he tenido la oportunidad de participar en las fiestas de Santa María la Real de Nieva en honor a su patrona, la Virgen de la Soterraña, al ser invitado muy amablemente por la alcaldesa de dicho municipio.
Asistí al pregón municipal donde Don Vicente Merinero Pérez, persona emblemática y conocida por todo el pueblo y alrededores, pronunció unas entrañables palabras recorriendo la historia de la Villa, cuyo origen nace en 1392 con el descubrimiento de la imagen de la Virgen que se encontraba enterrada y una defensa acérrima de nuestras raíces y nuestra historia. La Virgen fue encontrada bajo tierra, debido probablemente a que después de la invasión árabe de Hispania y derrotado el ejército visigodo, las huestes sarracenas continuaron su invasión con rapidez, conquistando las ciudades y profanando los templos sagrados, muchos de los cuales convirtieron luego en mezquitas, quemando lo que no les interesaba. Por ello, muchas imágenes corrían entonces el riesgo de ser destruidas y como precaución eran enterradas en despoblados para protegerlas de la profanación. Similar, es el caso de la Virgen de la Fuencisla, patrona de Segovia, que fue escondida en la que fue la parroquia de San Gil.
Esta historia y devoción a la Virgen María en nuestras fiestas patronales, me han hecho reflexionar sobre la situación actual que tenemos en España. Me hago la siguiente pregunta: ¿Qué hemos hecho por defender nuestras tradiciones y nuestra historia?
Segovia cuenta con 12 advocaciones marianas, desde la mencionada Virgen de la Soterraña, pasando por la Virgen de la Fuencisla hasta la Virgen del Henar. Unas advocaciones nacidas de unas raíces judeo-cristianas que han influido a lo largo de los siglos y han conformado de alguna forma nuestra civilización.
Estas raíces de contenido religioso, han aportado tolerancia y libertad, tal es así que la Revolución francesa de 1789 (hito de la libertad) se basó en la regla de los frailes dominicos para redactar una constitución respetuosa con los derechos humanos. De hecho, las palabras igualdad y fraternidad proceden de ahí.
Pero hoy observamos con preocupación cómo la pérdida de valores y principios adquiridos durante siglos, gracias a dichas raíces, está desapareciendo.
Primero, por la desaparición de la enseñanza de religión y moral católica, prevista en los acuerdos de las Iglesia y el Estado desde 1979, y que durante 40 años esta materia ha sido escogida, entre un 70 y un 80% por la sociedad española. Ahora gracias a los gobiernos de socialistas y populares padecemos trabas a su impartición.
Segundo, la imposición de una nueva corriente laicista tratando de desnaturalizar las tradiciones religiosas.
Y tercero, por la llegada masiva de inmigrantes que se han beneficiado del multiculturalismo impuesto por las élites europeas, que atacan nuestras tradiciones y valores, y que ha resultado un sonoro fracaso en Occidente.
Yo no quiero renunciar a unas raíces y unos valores en los cuales adquirí conciencia de la dignidad y la libertad y cuyas consecuencias han sido el reconocimiento de los derechos del hombre.
Si olvidamos nuestra cultura, si renunciamos a nuestras raíces estaremos condenados a desaparecer o ser dominada por otra más fuerte.
Yo prefiero seguir defendiendo aquello que nuestros abuelos nos enseñaron —como Don Vicente en su pregón—, en definitiva, los valores y principios morales que construyeron nuestra civilización.
