Tenemos que ayudar todos para frenar esta locura. Ya son demasiadas las personas queridas que nos arranca esta terrible pandemia. Hoy llega la de mi amigo del corazón Fernando María ‘Fernandito’.
La Asociación de Jóvenes nos unió hace 50 años y unos meses; entonces, siempre supo estar en el papel que le tocaba. Después, nada nos ha separado ni enfadado. Nadie podría enfadarse con él, porque a todos hizo bien y a nadie mal. Solemos decir que una persona es buena el día de su muerte, pero él lo fue todos los días de su vida. Me lo decía mi madre, cuando le veía por la ventana: “Por ahí sube tu amigo Fernandito, que es el más bueno de todos tus amigos, no lo olvides”. Sin duda. Mi madre no exageraba y yo no lo olvidaré nunca.
Durante estas semanas que ha estado ingresado en el hospital, he vivido con el alma en vilo, sobre todo desde su segundo ingreso en la UCI, una angustia que solo me aliviaba la entereza de su mujer, Consuelo, al informarme cada día de su evolución. Al final, ha llegado lo inevitable. Ha muerto como vivió, repartiendo cariño entre los suyos y en coherencia con su inquebrantable fe religiosa, que alumbró cada uno de sus pasos. Para encontrar un dolor tan grande, en carne propia, tengo que remontarme a la muerte de mi hijo Tatán. Ahora están juntos.
