En el bar de la esquina, somos muy fans de Chomsky. Sus teorías y opiniones no nos dejan indiferentes. Sabemos que, dicho material, constituye, en gran parte, el respaldo argumental de toda la órbita chavista y por inercia oportunista, también de ‘la nueva política’. La obra de Chomsky, que pasa por ser lectura obligada o por lo menos y con la venia de los chicos de ‘La teoría del Big Bang’, está vinculada a la biblioteca virtual de muchos ámbitos académicos de “las ciencias sociales y políticas”, en la barra del bar, aún considerándonos profanos en ‘estas lindes’ y sobre todo, nada expertos en la inmersión en las gélidas aguas de los códigos profundos de la lingüística, como buenos españoles, nos gusta opinar y como aficionados, teorizamos al respecto. Para hacerlo, partimos de referencias puntuales y perpetramos observaciones superficiales sobre cualquiera de sus opiniones del panorama político-social. Una de estas reflexiones, generadas y que se prestan al debate de cantina, partió de la premisa de que, visto el panorama unidireccional de los acontecimientos, pudiera haber quien pensase que, sólo el hecho de llegar a ‘la pobreza general’, constituiría un verdadero revulsivo social que, por fin, detonaría la concienciación igualitaria. Una especie de ‘fuego purificador’. Entonces, nos preguntamos si se podría ver en la pobreza, “un proceso necesario” de recreación del escenario optimo que facilite el desarrollo de herramientas sociales de solidaridad y conciencia. Dirán que está un poco forzada la teoría, pero desde la perspectiva de unas cuantas rondas de botellines, se exploran muchísimos matices. Por ejemplo: imaginen que en vez de gestión incompetente, hubiese una firme intención y que, como consecuencia de unas premeditadas decisiones destructivas, se disparasen los indicadores económicos y sociales más negativos, hasta llegar a las cifras típicas del denominado ‘tercermundismo’. Ya saben: aquellas que reflejan incrementos en el desempleo, burocracia infinita, pérdida de garantías y de seguridad jurídica, inflación endémica, una disminución en la esperanza de vida, pagas de subsistencia, violencia, sordidez y corrupción política.
En el bar, hay quienes puntualizan, como primer y principal indicador que nos conduciría inexorablemente a esa pobreza progresiva, ‘la desaparición de las clases medias’ o mejor dicho: la desaparición de ‘la clase aspiracionista’, como acostumbra a definirla el gran amigo de Chomsky, Andrés Manuel López Obrador. Eso sí, de cara a la desamortización y para evitar un trauma general en la ciudadanía, el proceso requerirá unas medidas más sutiles y progresivas, como las políticas de subsidio, por ejemplo, que aumentan el número de individuos dispuestos y convencidos de engrosar el respaldo social de esta dinámica y donde poder incluir aquellos que, por traerlo de serie, vengan ya adaptados a la economías precarias y con capacidad de naturalizar altos índices de violencia. Quién sabe si ante una urgencia de cambio, actuarían como catalizadores para ir cortando de raíz, cualquier tipo de reticencia en el resto de ciudadanos. Recuerdo una ocasión, en la que alguien de la política madrileña y como no podía ser de otra manera, también, muy fan de Chomsky, comentó en una entrevista que, a España, “venían los mejores y los más valientes”, pero nadie le preguntó “para qué”. Seguramente, obviando la respuesta de “para lo que se nos viene encima”.
De cualquier forma y siguiendo por esa línea de pensamiento de ‘enrasar’ por lo bajo el panorama social, también se trataría de demonizar y de atacar de forma directa mediante el espolio sistemático a los empresarios y hacerlo hasta que la desmotivación se adueñe de toda iniciativa emprendedora. Porque no lo olviden, a día de hoy, después del Gobierno, en este Reino, los empresarios siguen siendo los mayores creadores de empleo y por ende, quienes provocan expectativas y garantía de estabilidad económica, que en definitiva, es lo que genera en las clases medias y trabajadoras, esas “ínfulas de burguesía”. Ya saben, el famoso “aspiracionismo” según los amigos de Chomsky y que provoca que, a continuación, la ciudadanía se venga arriba teniendo sus propias ideas e intenten materializar sus propios proyectos, corriendo sus propios riesgos, con su propio dinero y si no lo tienen, asumiendo sus propias deudas, con la única y “de momento”, legítima intención de poder ser dueños de sus propias vidas y forjar libremente sus propios destinos ¿no será ese el verdadero problema? Porque, después de unas cuantas rondas, algo empezamos a temernos en el bar de la esquina.
