Durante el tiempo que llevamos de confinamiento hemos podido reflexionar, con más o menos perspectiva, sobre muchos aspectos relacionados con las consecuencias de la pandemia. Probablemente, en el carrusel de emociones en que nos encontramos inmersos a lo largo de estos días, no en vano somos una montaña rusa mental, nos sentimos muy cercanos a todos aquellos que velan por nosotros exponiendo su salud e incluso su vida. Nunca encontraremos forma de agradecerlo. Por otro lado, sentimos desesperación ante la despedida de una parte de la generación de nuestros mayores, que no solamente contribuyeron a forjar el país que somos, sino que también fueron una tabla de salvación en la reciente crisis económica. Y puede que sintamos rabia ante una situación que consideramos injusta, buscando culpables. Quizá no sea el momento de reprimendas, sino de caminar juntos por la senda de la esperanza. Quizá tampoco sea muy productivo intentar pasar factura; más rentable será aprender para un futuro que nos puede volver a sorprender o simplemente para centrarnos en tener una mejor sanidad. Aunque me sumo a la teoría de que un pesimista es un optimista bien informado creo, que cuando todo esto pase, entre reproches, olvidaremos el significado de los aplausos. Mientras tanto hagamos lo que nos toca.
