El próximo lunes comienzan las clases en los colegios. Una semana después en el instituto. Aunque todavía queden las fiestas del Cristo del Caloco y de San Rafael Arcángel, son muchas las familias que están pensando en que ya empieza el curso escolar. Entre los pequeños y entre sus padres, se repiten las mismas preguntas: ¿Quién me dará clase? ¿Quién será quien dé clase a la criatura?
A veces se crean lazos muy fuertes entre quien enseña y quien aprende. Entre los claustros y las familias. Pero con cada final de curso surge una duda: ¿seguirá…? Y la incertidumbre se completa con un nombre apreciado (o con otro que no se quiere escuchar). La respuesta la trae septiembre, cuando golondrinas y veraneantes ya se han ido. Entonces llegan los reencuentros o los encontronazos (que también los hay), entonces llegan las sorpresas y las caras nuevas que acompañarán a niños y adolescentes desde los tres años hasta los 16 o 18.
Pero a nadie se le escapa la gran movilidad de profesorado que hay en nuestro municipio -ha habido años en los que se ha renovado más de la mitad de la plantilla-. Esa inestabilidad impide proponerse objetivos a largo plazo -pese a lo refrescante que resultan la llegada continua de con nuevas ideas y procedimientos diferentes-. Pero, ¿por qué se van? Cada cual tiene sus circunstancias y el apego al hogar es muy fuerte. Y con todo, a veces sucede que algún docente elige este lugar como su casa.
Si fueran más los que decidieran quedarse durante más tiempo, se podrían poner en marcha ideas y proyectos que repercutirían en el municipio y en las personas que forman su comunidad. Por ello, ahora que empieza septiembre, no estaría de más recibir a esos profesores y profesoras -que han elegido pasar un año aquí- con los brazos abiertos, porque, tal vez, surja el flechazo.
