Quizá la cita más conocida de Baltasar Gracián sea “lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Y nadie podría negarlo. ¿Cuántas veces nos perdemos en los circunloquios de los otros e incluso en los propios? Qué difícil resulta en algunas ocasiones seguir el hilo de un discurso oral o escrito si carece de adecuación, organización o nace con la intención de no querer ser entendido. Por eso, la obligación de ceñirnos a límites, como los 280 caracteres de Twiter, es un auténtico desafío intelectual para quién emite el mensaje y un descanso mental para el que lo recibe.
Y sin embargo, hay ideas, imágenes que superan los límites, que necesitan ir más allá para desplegarse y para transmitir todos sus matices. Una cosa es la síntesis y otra la simplificación del discurso. Las ideas –ya sean en forma de exposición, ya sean en forma de argumentación– son tripartitas como las narraciones: necesitan planteamiento, desarrollo y conclusión. Sin el equilibrio entre las partes no hay posibilidad de comunicación completa. Si renunciamos al buen desarrollo de las ideas, renunciamos a la complejidad del conocimiento del mundo que nos rodea y de nuestro mundo interior. Si nos quedamos con titulares, frases hechas u oraciones simples, la realidad se simplifica y se convierte en un collage de etiquetas y cliché.
La capacidad de síntesis es una gran virtud que todos debiéramos cultivar; la capacidad de desarrollar ideas de modo ordenado y pertinente, también. Ambas requieren esfuerzo, y ambas nos hacen más honestos.
¡Qué lástima que esta columna sea tan breve!
