Hace tres décadas no existían las redes sociales ni la inmediatez de las noticias en internet, pero durante aquel 23 de febrero de 1981, Manuel Hernández de León, Manolín, redactor gráfico de EFE lanzó al mundo las primeras fotos de la intentona golpista en el Congreso de los Diputados. Acompañado de su colega Manuel Barriopedro, no olvida la fría mirada que le lanzó, pistola en mano, el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero.
Sus nombres ya forman parte de la moderna historia de España, porque fueron los únicos que tuvieron la sangre fría de sacar los carretes en los que habían registrado la entrada de los guardias civiles en la Cámara Baja y los primeros en dar a conocer, al país y al mundo, las imágenes de un acontecimiento que a punto estuvo de acabar con la, por entonces incipiente, experiencia democrática.
Tan solo medio mes antes, Manuel Hernández de León y la redactora de la agencia Teresa Pérez Alfageme se habían presentado, sin avisar, en la casa del cabecilla del asalto al hemiciclo, implicado en la denominada Operación Galaxia.
«Para nuestra sorpresa, Tejero, que nos recibió en pijama, estuvo muy amable, incluso me dijo que si se ponía el uniforme para la sesión fotográfica. Yo estaba alucinado. Le hice las fotos, junto con sus hijos, y negó que estuviese implicado en nada», recuerda Manuel.
Cuando las puertas del Congreso saltaron aquella tarde por las patadas de los asaltantes y por el marco de una de ellas apareció Tejero «creo que me reconoció -señala- y esa mirada está en una de las fotos. Yo no sabía dónde meterme».
Manuel Barriopedro, situado en la tribuna para fotógrafos frente a la de su compañero, oyó los gritos y los tiros en el exterior del salón de plenos y comenzó a disparar su cámara y no paró hasta la llegada de Tejero, pistola en mano.
«Hacía fotos sin saber lo que estaba haciendo y me dio tiempo a realizar una secuencia de 11 fotogramas», relata Barriopedro, mientras que su compañero, colocado en el estrado de enfrente, pudo sacar entre 18 o 20 de un carrete de 36.
En la plataforma donde se encontraba Manolín, los golpistas exigieron a los fotógrafos la entrega de los carretes, pero él le depositó uno vacío y dejó el otro en la cámara.
«Luego, poco a poco, cuando nadie me miraba -explica-, iba rebobinando el carrete hasta que pude sacarlo de la máquina y esconderlo en la camisa, a la altura del pecho».
Por su parte, Barriopedro hizo sus 11 fotos y sacó rápidamente el carrete de su Nikon, momentos antes de que los golpistas les exigieron que dejaran las cámaras en el suelo.
«Lo tuve en la mano unas dos horas. Si nos llegan a obligar a abrir las cámaras y ven que la mía no tenía carrete, no sé qué hubiera pasado», afirma.
Desde las cinco de la tarde, hora en que empezó la votación, hasta las 11,30 o las 12 de la noche, los fotógrafos permanecieron en el Hemiciclo. «Yo pensaba que si al salir me registraban me pillarían el carrete así que tenía que cambiarlo de sitio», recuerda Manuel Hernández de León.
Se dirige entonces al guardia civil más cercano y le comunica que tiene que ir al lavabo. «Éste quiere mear», le dice a su superior. «Pues acompáñale», responde el mando. Allí, decide ocultar el carrete en su ropa interior.
Manuel Barriopedro encontró otra manera de guardar su preciado tesoro, en los zapatos, debajo de la planta del pie.
«Cuando al final deciden soltarnos, mi obsesión era caminar sin cojear y mi temor a que el escondido carrete fuese descubierto por el detector de metales de la entrada. Pero, o estaba apagado, o había reventado con tanto armamento, porque no sonó».
Nada más salir, cada uno se encaminó en su coche a la sede de EFE, en la calle Espronceda, pero con el temor de que estuviera vigilada por el Ejército.
Llegaron por separado y dieron más de una vuelta hasta que les confirmaron que la situación era normal y decidieron entrar.
Luis María Ansón, por entonces presidente de la agencia, les esperaba impaciente, bajaron al laboratorio y comenzaron a revelar el contenido de los carretes.
Las 10 primeras de Barriopedro están movidas o cortadas, pero en la penúltima aparece Tejero, con la pistola alzada, perfectamente encuadrada, con la luz adecuada…
«Yo sabía que tanto Manolo como otros fotógrafos presentes habían hecho fotos, pero nunca pensé que él y yo éramos los únicos que habíamos sacado el material», recuerda Barriopedro.
¿Por qué se arriesgaron? «Porque éramos jóvenes, vivíamos la Transición y teníamos experiencias en hacer fotos de manifestaciones y esconderlas para que no nos la quitaran los policías, y posiblemente eso nos valió», señala el redactor gráfico.
Con las fotos todavía mojadas del laboratorio, Luis María Ansón las vio y ordenó que se emitieran todas, incluso las que estaban movidas. Todavía no sabían que eran las únicas, hasta que sobre las 12 de la noche les llegó el primer telegrama de felicitación: era del diario El País.
Después, llegó el reconocimiento, los premios nacionales e internacionales, como el World Press Photo. «Es verdad que hubo más fotografías que días después se publicaron en otros medios, pero creo que no tenían la fuerza de las nuestras», opina Manolín, que sigue recogiendo la actualidad con su cámara, consciente de que aquellas imágenes representaron «la exclusiva que cualquier periodista persigue durante 100 vidas».
Manuel Barriopedro, actualmente jubilado, reconoce: «Las nuestras fueron las primeras y eso fue definitivo y lo que nos dio la oportunidad de enmarcarnos en un hecho histórico como fue el 23 de febrero de 1981».
