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«El ultraísmo es la clave para entender la obra de creadores posteriores»

por Redacción
1 de mayo de 2012
en Nacional
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A sus 59 años, este reconocido investigador, que nació en París, continúa manteniendo viva la llama de la curiosidad y la ilusión por el conocimiento. Autor de los poemarios La patria oscura, Café des exilés, Polonia-Noche y Nord-Sud, edita ahora la antología ultraísta Las cosas se han roto (Fundación José Manuel Lara), con los versos de los protagonistas que dieron vida a un movimiento trascendental con la declarada intención de enfrentarse al modernismo y recuperar los ismos europeos.

En esta ocasión, priva al lector de sus composiciones y edita un volumen con todos los poetas del ultraísmo. ¿Qué razones le han empujado a hacerlo?

Llevaba más de 30 años trabajando sobre esta época tan especial de la poesía española, y cuando Ignacio Garmendia y Jacobo Cortines me propusieron hacer esta compilación, pensé que era el momento. Aunque para lograrlo tuve que viajar por medio mundo, partía con la ventaja de tener mucho material en casa. En esta antología, viva y verdadera, he reunido a los poetas que estuvieron juntos entre los años 1918 y 1925.

¿Desde cuándo y de dónde le viene su interés por esta corriente cultural?

Mi devoción la heredé, siendo muy joven, de mi padre y de mi tío-abuelo Evaristo Correa Calderón, que hizo poemas a medias con Jorge Luis Borges, y que editó después una revista en Lugo en el año 24, aunque el desencadenante tal vez fuera el hecho de que cayera en mis manos un libro sobre la historia del ultraísmo, publicado por la estudiosa argentina Gloria Videla en 1963.

El nombre que le da a esta recopilación, Las cosas se han roto, sugerente y lírico, ¿es algo más que un título?

No hay una segunda lectura en el título. Lo he tomado prestado de un verso de Pedro Garfías, un autor puro, de extraordinario lirismo para describir Madrid y Andalucía como pocos.

¿Qué producción literaria ha dejado la poesía ultraísta?

Esos poemas, que cantaban al arrabal madrileño, a las tabernas, a esa Gran Vía que para sus autores era lo más parecido a Nueva York, aunque no hubiera ningún rascacielos en ella, introdujeron la cotidianidad de las cosas y libraron una batalla por la modernidad. De hecho, el ultraísmo es la clave para entender la obra de creadores posteriores.

Sin embargo, se la consideraba una vanguardia maldita…

Tuvo mala fama por ser episódica, con pocas obras, pese a que contaba con una producción mayor de lo que se aseguraba. Surgió en una España convulsa, con huelgas generales y con muchos problemas. Cayó en el olvido por la canonización de la generación del 27, el clima de la guerra posterior y de la postguerra, que creó otros derroteros. De ahí que se diga que el ultraísmo fue un episodio breve.

¿Dónde nació esta escuela y qué aceptación tuvo entre las voces más exigentes?

Surgió cuando los integrantes de la tertulia de Cansinos Assens, en el Café La Colonial de la Puerta del Sol, creada para alejarse del grupo de Ramón Gómez de la Serna, en el Café Pombo, se contagiaron del deseo de adherirse a los ismos europeos. De la Serna, que estaba en contacto con los cubistas, como Picasso o Juan Gris, vio a los ultraístas como unos advenedizos. Sin embargo, Juan Ramón Jiménez les miró con simpatía, y se fijó en dos de ellos de manera especial: en Juan Chabás y Antonio Espina.

¿Quién manejó los hilos para que este movimiento histórico comenzara a caminar?

El que encendió la chispa, el primer poeta que se adscribió, previamente en París y luego en Madrid, fue Vicente Huidobro. El grupo habría llegado a la poesía cubista francesa, pero él fue el puente de paso. Un papel importante tuvieron también Borges y el chileno Joaquín Edwards.

Y entre todos ellos, la única voz femenina de Lucía Sánchez Saornil, ¿o es más correcto decir Luciano de San-Saor?

A mí me interesan mucho las vidas oscuras de los personajes de esta recopilación. Saornil es una figura curiosísima, con poemas modernos sobre el aeródromo de Cuatro Vientos, con los aviones como pájaros, o sobre el cinematógrafo. Lo llamativo de ella es que siendo la única mujer del grupo, la mayoría de los poemas los publicó con máscara masculina. Esta telefonista, de origen humilde, reapareció después con su verdadero nombre como una de las fundadoras del sindicato cenetista Mujeres libres. Fue muy activa durante la guerra; se exilió después a Francia y terminó sus días en Valencia, donde se dedicó a la pintura y a escribir poemas místicos.

¿No eran bien recibidas en el grupo o es que ellas no estaban interesadas en integrarse?

Norah Borges, la hermana del poeta a la que tuve la suerte de conocer, y que contribuyó al movimiento como ilustradora de revistas ultraístas, me comentó que en aquella época las señoritas no iban al café. «Lo frecuentaban las otras, las de la mala vida», apostillaba. También estaba Sonia Delaunay, que hacía esculturas en chocolate y ropa de papel, una musa que les atraía mucho.

Si tuviera que elegir a tres de los autores que incluye en este libro, ¿por quién se decantaría?

Escogería a Antonio Espina, por su faceta irónica. A Pedro García, por su gran limpieza, y a Rafael Lasso de la Vega, un poeta que en los años 40 decide que su vida anterior no le gusta y fue capaz de reinventarse a sí mismo.

¿De qué forma ha influido el ultraísmo en su obra poética?

Me fascina tanto, que tal vez haya en mis composiciones un aspecto de poema breve, sincopado, y más teniendo en cuenta que soy sensible a la dimensión del canto urbano o suburbano.

En su opinión, ¿la poesía actual goza de buena salud?

Es un momento de grandes autores de peso en la poesía española y latinoamericana.

¿Cuáles son sus preferidos?

Andrés Trapiello, porque marca un poco nuestro tiempo. Me atrae la obra del mallorquín José Carlos Llop. Tengo que destacar a Juan Bonilla, un autor y narrador que conoce la vanguardia, y no puedo olvidarme del soriano Enrique Andrés Ruiz, que logra una poesía muy espiritual, paisajística, poblada de cerros castellanos y vencejos.

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