El PNV cree que el plato de su venganza ya está lo suficientemente frío y, tras comprobar con creces lo inhóspito que es mantenerse fuera del poder, ofertó ayer sus votos en la almoneda parlamentaria, sabedor de que serán esenciales para garantizar la supervivencia del Gobierno de Zapatero cuando llegue la hora de aprobar los Presupuestos del año que viene. Por boca de su presidente, Íñigo Urkullu, los nacionalistas se encargaron de recordar que su única vocación en el ámbito político nacional es, mucho más allá que la ideológica, ejercer como subasteros en el Congreso y mostraron su disposición a negociar con el Ejecutivo las cuentas públicas de 2011 «a cambio del desarrollo del autogobierno vasco».
Tras dejar claro que los próximos Presupuestos tendrán una «significación especial» por la situación de crisis y el plan de reducción del déficit, el dirigente de los jeltzales advirtió de que su partido no entrará «a una negociación estrictamente presupuestaria» y destacó que, en España, la crisis, además de económica, es también política e institucional.
Urkullu, que se negó a concretar lo que entiende el PNV por «acuerdo satisfactorio en torno al autogobierno vasco, sí avanzó que planteará «directamente» a Zapatero sus demandas, que hará públicas cuando tenga la respuesta del presidente del Gobierno.
Por supuesto, sin necesidad de ser adivino, resulta sencillo anticipar que el separatista busca, por encima de cualquier otra consideración, romper el acuerdo que mantienen PP y PSE en la región norteña y, si fuera posible, reemplazar incluso a los populares.
Sin atreverse a expresar en voz alta tales aspiraciones, Urkullu aprovechó la atención de los medios de comunicación para retomar el victimismo que mantuvo al PNV varias décadas en el poder, y explicó que el País Vasco sufre una «laminación de competencias» recogidas en el Estatuto y una «paralización del desarrollo de su autogobierno», de la que, a juicio del nacionalista, sería exponente la no admisión a trámite en las Cortes en el año 2004 del Nuevo Estatuto Político impulsado por el entonces lehendakari Juan José Ibarretxe, una iniciativa que fue aprobada por el Parlamento vasco, al igual que también lo fue el infausto plan para convocar un referéndum de independencia.
En un ejercicio de didáctica casi pueril, Urkullu dijo confiar en que Zapatero «sea consciente de su situación» política y parlamentaria y que, «si ha apostado por el PNV como primer partido con el que habla» para buscar apoyos, sepa que «no puede haber una estabilidad con el PSOE hablando tan solo de cuestiones económicas».
«No se puede apelar a la responsabilidad del PNV sin dotarla de contenido y, para el PNV, el contenido es económico y también político», apuntó en una nueva insinuación de que no habrá respaldo sin la entrega a cambio de algunas consejerías.
Como colofón y quizá para demostrar que su formación no solamente es capaz de transitar por la vida política a ras del suelo, sino que es incluso de levantar un cierto vuelo, Urkullu dejó caer a continuación que en la reunión que mantendrá con el presidente del PP, Mariano Rajoy, que todavía no tiene fecha, su planteamiento será «sustancialmente diferente» al que le hará a Zapatero, ya que con el líder conservador hablará «del contexto político y de los planteamientos del PP de cara a futuro».
