«No seáis nunca hombres y mujeres tristes: un cristiano jamás puede serlo. Nunca os dejéis vencer por el desánimo». Con voz fuerte y animada, el Papa Francisco inauguró ayer ante más de 250.000 personas el tiempo litúrgico más importante para los cristianos.
En su homilía del Domingo de Ramos, en la que de nuevo volvió a mezclar la lectura con la improvisación, el Pontífice denunció las guerras, los conflictos económicos que se abaten sobre los más débiles, la sed de dinero y de poder, la corrupción, los crímenes contra la vida humana y contra la creación y subrayó que con Cristo se puede vencer el mal que hay en los hombres y el mundo. Además, pidió a los miles de fieles que le escuchaban en la plaza de San Pedro del Vaticano que nadie «les robe la esperanza».
Ante una multitud que se extendía por la Vía de la Conciliazione hasta el río Tíber, el Santo Padre basó su homilía tras el Evangelio en tres palabras: «cruz», «jóvenes» y «alegría». Ésta última ligada a la fe, porque, según Bergoglio, la felicidad del cristiano radica en sentirse acompañado siempre por Jesús, «incluso en los momentos difíciles, aun cuando el camino de la vida tropieza con problemas y obstáculos que parecen insuperables».
Sobre el símbolo cristiano, el Pontífice recordó que Jesús entra en Jerusalén para morir en la cruz y que es precisamente ahí «donde resplandece su ser rey, porque «su trono regio es el madero».
En ese momento, el Obispo de Roma destacó las «heridas» que inflige el mal a la humanidad en este momento, como las «guerras, violencias, conflictos económicos, la sed de dinero, de poder, la corrupción, las divisiones, los crímenes contra la vida humana y contra la creación», por lo que remarcó que «Jesús en la cruz siente todo el peso del mal, y con la fuerza del amor de Dios lo vence, lo derrota en su Resurrección». Además, refiriéndose al momento de la muerte, enfatizó que nadie puede llevarse el dinero consigo.
Dirigiéndose a los jóvenes, afirmó que «con Cristo el corazón nunca envejece, da igual que tengas 20, 60, 70 u 80 años», una frase que provocó los aplausos de la multitud. Como ya hicieran sus antecesores Juan Pablo II y Benedicto XVI, el argentino exhortó a los cristianos de menor edad a ser testigos de Jesús.
Bergoglio llegó a la abarrotada plaza de San Pedro en el jeep blanco, que ya utilizase durante la Misa de inicio de su Pontificado. El Papa, revestido con ornamentos rojos y portando el báculo, presidió la procesión, que salió de los palacios pontificios y se dirigió hacia el obelisco de Sixto V instalado en el centro del lugar, donde bendijo las palmas y las ramas de olivo, símbolos que recuerdan la entrada de Jesús en Jerusalén.
Al término de la Eucaristía, el Pontífice recorrió el lugar en el mismo vehículo y no dudó en bajarse del coche para saludar a niños y enfermos.
