La crisis económica se ha llevado por delante el optimismo antropológico de aquel joven diputado casi desconocido que hace más de una década ganó por sorpresa las primarias del PSOE y que, contra todos los pronósticos, llevó a su partido al palacio de La Moncloa cuatro años después.
Nacido bajo el signo de Leo (4 de agosto de 1960) en Valladolid, el mandatario se crió en León en el seno de una familia de clase media y tradición socialista, que le llevó a afiliarse con tan solo 16 años a la formación de izquierdas, marcado también por el pasado de su abuelo, republicano y fusilado en verano del 36.
Diputado por León desde 1986, dio un paso al frente en el año 2000 al encabezar la corriente reformadora Nueva vía, nacida con la idea de modernizar la formación de izquierdas tras la crisis de liderazgo en la que se veía sumido desde la dimisión de Felipe González en 1997.
El espíritu de este grupo, decidido a regenerar el partido «sin renegar a la herencia recibida», logró el milagro en el 35 Congreso del partido, donde por tan solo nueve votos, Zapatero ganó las primarias al veterano político José Bono y llegó a la Secretaría General del partido.
Comenzaron entonces cuatro años de renovación en la oposición, caracterizados por el talante, el diálogo y la firma de importantes acuerdos con el Gobierno que por aquel entonces dirigía José María Aznar, como el Pacto Antiterrorista.
Esa nueva forma de hacer política caló hondo en el PSOE, que le eligió en el año 2002 de forma unánime candidato a las elecciones generales que se celebraron en 2004.
Con todas las encuestas en contra, tres días después de los atentados del fatídico 11 de Marzo, los socialistas ganaron esas elecciones, Rodríguez Zapatero fue investido presidente un 16 de abril y desde su llegada a La Moncloa decidió cumplir su compromiso de retirar las tropas españolas de Irak.
Esta decisión se convertiría en la bandera de su primera legislatura, marcada por iniciativas emblemáticas para la izquierda como la ley del matrimonio homosexual, la reforma del divorcio, la ley de igualdad, la Alianza de Civilizaciones o la ley de la memoria histórica.
Su proyecto más complicado, la negociación con la banda terrorista ETA, un diálogo en el que arriesgó hasta, como el mismo ha reconocido en varias ocasiones, equivocarse al confiar en que el fin estaba cerca pocos días antes del atentado de en la T-4 del aeropuerto de Madrid-Barajas.
Ese ha sido el principal error que se ha reprochado un presidente del Gobierno, calificado por sus colaboradores como serio, discreto, con las ideas muy claras, y a quien, al menos hasta los últimos tiempos, siempre le acompañó la diosa fortuna.
Él ha hecho gala de su paciencia, su disposición al diálogo y su incapacidad para enfadarse, aunque algunos de los ministros que ha dejado caer en estos siete años de Gobierno socialista le han reprochado la frialdad con la que puede abandonar o apartar a sus colaboradores.
Se le ha criticado también su «personalismo» a la hora de regir los destinos del país, su tendencia a escuchar y rodearse de amigos y asesores cuyas ideas alcanzan más peso que las de los propios ministros del gabinete.
El 9 de marzo del año 2008, Rodríguez Zapatero ganó por segunda vez las elecciones generales y en abril fue investido presidente en segunda vuelta, pero esta nueva legislatura se convirtió, casi desde sus inicios, en su calvario, abocado por la crisis a aprobar proyectos impopulares, alejados del ideario de la izquierda y contestados en la calle.
Con un mensaje mesiánico, el leonés aseguró que iba a trabajar por España, sin pensar en las consecuencias para su persona o para las expectativas electorales de su partido.
Ayer anunció que no volverá a ser candidato y manifestó que, cuando hace siete años llegó al palacio de La Moncloa, ya pensaba que dos legislaturas eran un período razonable y conveniente, tanto para el partido como para el país y su propia familia.
Una mujer, Sonsoles Espinosa, y dos hijas que ha intentado mantener con mucho celo detrás de los focos y que han sido su refugio en estos años.
