El auditorio del Museo de Arte Contemporáneo Esteban Vicente fue escenario en la tarde de ayer de la presentación del catálogo de la exposición que el centro exhibe desde el pasado mes de marzo, ‘Esteban Vicente. Dibujos 1920-2000’, muestra que podrá visitarse durante todo el verano, hasta el próximo mes de septiembre.
El catálogo fue presentado por la directora del centro, Ana Martínez de Aguilar, que se ha encargado también de realizar el texto introductorio. En esta presentación, hace notar que con esta exposición el museo “inaugura una nueva vía en los estudios acerca de la figura del artista, adentrándonos de manera más profunda en su proceso de creación a través del estudio del dibujo, que él entendía como el instrumento de indagación sobre la realidad”.
Martínez de Aguilar dio paso al profesor Alfonso Palacio, que imparte clases de Historia del Arte en la Universidad de Oviedo, quien se ha encargado del texto del catálogo y quien ofreció una conferencia sobre el dibujo en la obra de Esteban Vicente.
‘Esteban Vicente. Dibujos. 1920-2000)’ es una colección de 128 obras, de las que finalmente, y aunque la idea inicial era recurrir sobre todo a los fondos propios del museo, un centenar pertenecen a colecciones externas al centro segoviano. La muestra sigue un criterio fundamentalmente cronológico, comenzando por las obras de los años veinte, en las que se observa la influencia de Cezanne, en cuanto a la estructura; y Matisse, por lo que se refiere a las tonalidades.
La sala dos está íntegramente dedicada a la ciudad, fundamentalmente Barcelona y París, las ciudades en las que vivió Esteban Vicente antes de trasladarse a Estados Unidos; en la capital francesa, el artista segoviano formará parte de la Escuela Española, una corriente que se enmarca en el postcubismo, y que se ha dado en denominar pintura lírica o poética.
Ya en Nueva York, en los años cuarenta, Vicente pasa por momentos complicados, con el divorcio de su primera esposa y la muerte de una hija que tenía enferma. Pictóricamente, según describió Martínez de Aguilar, son años de búsqueda, “en los que no está cómodo con lo que hace y vuelve a un dibujo más figurativo, menos moderno, como puede verse en una de las salas, dedicada íntegramente al desnudo”.
A partir de los años 50, su trabajo entra en una amplia etapa de madurez, de la que Martínez de Aguilar reseñó “la equiparación entre forma y espacio; como en los bodegones de Morandi, en los que tiene tanta importancia el espacio entre las botellas que pinta como las botellas mismas”. La última etapa se caracteriza por un proceso de depuración y despojamiento, hacia la creación de un mundo propio, de paisajes interiores con formas orgánicas o geométricas que flotan en una atmósfera serena.
