El enorme éxito de la trilogía de “El señor de los anillos”, dirigida por Peter Jackson, adaptando al cine los tres gruesos tomos de la novela de J.R.R. Tolkien, hacía previsible la vuelta al mundo fabulador y fantástico del escritor británico. Se ha tardado porque eran muchos los aspectos a tener en cuenta, pero finalmente se ha optado por el formato de una nueva trilogía dedicada a “El Hobbit”, curiosamente un solo tomo y mucho menos grueso que cualquiera de los tres de la obra citada.
Evidentemente se trataba, pues, de emular en lo posible las características de aquella esplendorosa trilogía, llena de magia, de épica, de acción, de espíritu de aventuras, pero la realidad acaba imponiendo su ley y “El Hobbit” no da para tanta ostentación, al ser una obra más reposada, menos dinámica, como su personaje.
Nadie pone en duda el arduo trabajo que ha requerido la nueva filmación: mucho tiempo empleado por un montón de gente. Los larguísimos créditos finales dan fe de ello. Sin embargo, no creo que el resultado sea tan bueno como el precedente, aunque la nueva trilogía encuentre un montón de seguidores. El argumento de la novela, bien estirado, puede dar mucho de sí, igual que un globo puede inflarse todo lo que se quiera y su revestimiento puede quedar muy aparente, pero dentro solo habrá aire o, en todo caso, un gas que tiende a perder fuerza cuanto más se expanda.
Se estrena entonces, de cara a las vacaciones navideñas, la primera entrega de la trilogía: “El Hobbit, un viaje inesperado” (The Hobbit: An unexpected journey, 2012), con casi tres horas de duración, que resultan excesivas, y algunos personajes, como Gandalf, que ya conocíamos, y otros nuevos tratando de que den un juego similar al de los héroes de “El señor de los anillos”, pero desgraciadamente no es lo mismo. Aquí hay mucha menos chicha, suena a dejà vu y, en su conjunto, aunque se entreveren secuencias muy vistosas, llega hasta a aburrir.
Está claro que esta nueva trilogía nace con tendencia a lo desmesuradamente grande, pero si en lo cuantitativo merece esa calificación, en lo cualitativo no tanto. Como tantas veces sucede, es más el ruido que las nueces. Tanta exageración formal ha dado como resultado no una película espectacular, sino una película aparatosa, que no es exactamente lo mismo.
Gusta Peter Jackson de usar amplias panorámicas que permitan lucir los espectaculares paisajes de su Nueva Zelanda natal, pero la cámara se desliza por ellos a tanta velocidad que a veces causa vértigo, mareo, e impide apreciar las excelencias de tan fastuosa ambientación que, por otra parte, luce magnífica en el interior de unas cuevas que parecen inspiradas en dibujos de Piranesi. Lo malo es que su diseño se antoja demasiado grande para tan escasa trama.
Por lo demás, me parece una producción demasiado infantilizada, con mucho ruido y mucho humo para esconder su poca sustancia. Nos pasamos toda la película viendo lo feroces que son trasgos y orcos, para finalmente resultar inofensivos: Tras tanto asalto veloz, tanta emboscada y tanta lucha armada, no causan ni una solo baja entre el grupo de enanos con quienes ‘viaja’ nuestro protagonista Bilbo, ‘El Hobbit’, un presunto héroe más bien sosote.
