Por más que al cierre de esta edición la cumbre del G20 en Toronto apenas acabara de empezar, lo cierto es que las filtraciones apuntaban a que los Estados más ricos del mundo serán capaces finalmente de ponerse de acuerdo… pero solo para sugerir la creación de un impuesto a los bancos y entidades financieras, principales culpables de la crisis. Además, apostarán con toda solemnidad por una reducción del déficit público, que puede llegar alcanzar el 50% en el horizonte de los tres próximos años. Eso sí, el inoperante foro, cuyo proyecto de declaración final ya se había filtrado y que se mostrará «favorable» a la posibilidad de que cada miembro pueda aplicar tasas a las entidades bancarias para financiar sus respectivos planes de rescate fiscal, reconoce que no todos los países estarán capacitados para contemplar esta medida.
Así, el grupo más poderoso e industrializado del planeta «expresa su apoyo para que el sector financiero realice una contribución justa y sustancial para pagar cualquier carga asociada con las intervenciones del Gobierno dirigidas al sistema de las finanzas».
«Algunos países están buscando aplicar un impuesto a los bancos. Otros Estados están tomando, o han decidido adoptar otras medidas», indicaron las mismas fuentes consultadas bajo condición de anonimato. Entre los más timoratos está Canadá, convencido de que sus bancos actuaron de forma conservadora durante y no deberían ser castigados.
En todo caso, la declaración final de los líderes se centrará en la economía, la regulación financiera y una reforma a las instituciones internacionales, pero no contará con recomendaciones específicas para los países.
Asimismo, el G20 dejará meridianamente clara la necesidad de reducir el déficit público de manera drástica y contundente. Tal es así, que, según el documento que será debatido, todos los integrantes del foro acordarán bajar a la mitad sus respectivos déficits en el año 2013, así como estabilizar o reducir la deuda en proporción al Producto Interior Bruto (PIB) en 2016.
Con todo, el texto no incluirá ninguna recomendación específica y se limitará tan solo a reconocer la necesidad de reducir los saldos negativos, aunque al ritmo que marque cada economía nacional.
En suma, lo cierto es que, pese a que se tratará de dar impresión de unanimidad, los líderes de las mayores economías del planeta dejarán que cada país decida cómo reparar su afligido presupuesto sin detener el crecimiento.
Tal diáspora es fruto, sin duda, de que la recesión global ha conducido a una recuperación de tres velocidades, con el crecimiento de Asia en la cabeza, la recuperación estadounidense avanzando lentamente y Europa rezagada, lo que se ha traducido en la imposible unidad del G20.
De hecho, en la UE, donde los problemas de deuda de Grecia han centrado la atención sobre el insostenible gasto público, el énfasis está en las reducciones presupuestarias para restablecer la confianza, mientras que EEUU quiere que el resto del mundo impulse la demanda interna.
Ángel Gurria, secretario general de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) con sede en París, explicaba ayer que ignorar la carga de la deuda podría aumentar los costos de los préstamos, pero que los recortes demasiado precipitados del estímulo podrían empeorar el desempleo. «Tener el balance correcto es primordial», indicó.
Por supuesto, ese mar de fondo no alteró un ápice las sonrisas de todos los dignatarios reunidos en Toronto, que ayer ocuparon ceremoniosamente sus puestos en las mesas redondas del lujoso centro vacacional Deerhurst.
