Tras semanas de desacuerdos sobre la conveniencia o no de retirar los estímulos y abrazar la austeridad fiscal, el G20 convino en que son posibles las dos metas, es decir, avanzar hacia la reducción de la deuda pública sin poner en peligro el crecimiento económico.
El comunicado emitido ayer al final de su reunión establece que los países desarrollados tendrán que reducir los déficit «al menos a la mitad» para el 2013, así como estabilizar o reducir el peso de la deuda para el 2016.
Algunos dirigentes, como la presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, se mostraron satisfechos de que la reunión reflejara las dos posturas, sin que se haya producido el «choque de los dos mundos».
Lo cierto es que el G20 ha marcado un difícil camino para la economía mundial que en los próximos cuatro meses tendrá que demostrar que es posible caminar como un malabarista y guardar el equilibrio entre ahorro público y crecimiento.
La verdad se sabrá en la próxima cumbre de Corea del Sur, que se celebrará en Seúl del 11 y 12 de noviembre. Allí, los responsables económicos del G20 tendrán que exponer las medidas que cada país ha adoptado para asegurar un crecimiento más equilibrado, y se adoptará un plan de acción global para el futuro.
Una buena parte del trabajo que queda ahora pendiente se refiere al sector financiero. Los países tienen que abordar en los próximos meses una profunda reforma del sistema bancario, para dotarlo de más transparencia, solidez y responsabilidad.
Si bien el G20 no exigirá a los países establecer un impuesto bancario para financiar futuros rescates, el grupo sí estableció en Toronto que la banca debía hacer una contribución «justa y sustancial» para que el coste de las intervenciones del Gobierno no recaiga, de nuevo, en los contribuyentes.