Con materiales y formas de los empleados en lo que llamó recuperación de las plazas públicas para la práctica del arte, que ha realizado en numerosos espacios de España, Italia o Portugal, la instalación que alberga el jardín del museo es como un resumen de su carrera.
Y es que, paradójicamente, este artista bajito de larga barba, ya de andar lento, al que llamaban hippie en los sesenta y no sabía si era un insulto o un piropo, empezó con 18 años en la vieja escuela que ocupaba el antiguo palacio de Enrique IV, hoy museo.
«Mi vida como artista empieza aquí y termina aquí, me siento ya muy cansado, harto de tanto trabajo», confesaba esta mañana junto a algunas de sus piezas de colores o tonos metálicos y plateados, que en su día convivieron en el paseo marítimo de A Coruña, en las calles de Ceuta o en la plazas de Segovia, Salamanca y de Cáceres.
La instalación, fruto de una obra que irradia luz y color, se inaugura hoy pero no se podrá volver a ver hasta la noche de luna llena, el sábado, organizada por la oficina de la candidatura de Segovia como capital europea en 2016.
En estos días Moro también presentará un libro, resumen de toda una vida dedicada al arte, de una vida de escultor, desde que el profesor de modelado Toribio García le eligió como aprendiz, mientras adolescente dibujaba en la vieja escuela un rostro del Séneca.
Se fue a casa saltando, apenas con 18 años, alegría que compara con la que le produjo la invitación de la directora del museo, Ana Martínez de Aguilar, para llevar a cabo la instalación, en el jardín donde reposan los restos de Esteban Vicente y de su esposa Harriet