La teoría se han enumerado en más de una ocasión: en esta dualidad eterna, imparable, entre Real Madrid y Barcelona, es literalmente imposible que a los dos les vaya bien o mal al mismo tiempo. Sus biorritmos están cosidos, y las alegrías de uno son inversamente proporcionales a las del otro. Reflejan el perfecto equilibrio en los dos platos de la balanza. Cuanto mejor está el primero, peor el segundo.
El Barcelona ha pasado de sufrir a divertirse. De ser un club que coleccionaba tantos triunfos como dudas a disipar las segundas mientras los primeros siguen engordándole el mejor arranque de la historia de la competición. 46 puntos sobre 48 posibles, una barbaridad estadística que, al tiempo, va acompañada de una agradable sensación de mejora. Ha aprendido a sudar, remontar y volver a divertirse como antaño, cuando los pequeños enganchaba la pelota y se la escondían al rival con mil y un filigranas imposibles de detectar. El Barça va camino de la historia con una naturalidad asombrosa, como si la descomunal Liga de los 100 puntos y los 121 goles que firmó el Real Madrid el pasado ejercicio no hubiera sido más que un mero accidente.
Con un Piqué que se agiganta con el paso de las jornadas, un Busquets ubicuo, un Iniesta que hace magia en cada balón que toca y un Messi que ha adquirido la sana costumbre de marcarlos a pares (ojo, está a punto de igualar otro récord histórico, el de los siete dobletes seguidos de Telmo Zarra en la temporada 46/47), el Barça transmite tanta alegría… como depresión el Real Madrid.
Ante un bravo Espanyol, se le escaparon algo más que dos puntos: la credibilidad del proyecto. Hasta la fecha, José Mourinho había sabido controlarlo todo, tal y como había hecho en el Oporto, el Chelsea o el Inter… pero el Real Madrid es algo mucho más grande que todo eso. Su ideario se desangra; por menos que su discurso (llegó a decir que veía la Liga «imposible») han rodado cabezas de entrenadores. Antes, el portugués era ruido y eficacia; ahora solo le queda el ruido, el enredo, la polémica… Y la sensación de que, si no gana la décima, su salida del banquillo blanco puede ser la más traumática de la historia del club. Ningún técnico ha tenido tanto poder en más de 110 años de historia. Ninguno, tal vez, había generado tanta polémica y expectación. Pero si al tercer año le vuelven a coger la vuelta, si su cariz de antiBarça no le ha funcionado y tira la Liga en diciembre, es que su proyecto ha fracasado.
¿Cómo soportará el madridismo un ambiente así de irrespirable? Agarrados a Europa como si no hubiese mañana. Es lo único que le queda. Esperar que la diversión azulgrana no tenga final feliz.
