Simeone ha contagiado de multitud de cosas al Atlético de Madrid. La primera de ellas, y una de las premisas vitales cuando todo va bien, es repetir hasta la saciedad los éxitos. En el fútbol los éxitos hace tiempo que tomaron el nombre de victorias. Causa-consecuencia de ellas llegan los títulos y la capacidad de repetir una foto que cambiar cada año en la mesa de la oficina: la de Gabi levantando un título en un palco. El que sea.
Sin embargo, la recogida del merecidísimo título de Liga de la pasada campaña se demoró hasta ayer. Venía a ser todo una anticipación en forma de metáfora de lo que estaba a punto de suceder. Un Atlético de Madrid que conseguiría los tres puntos, sí, pero quizá sin vivir el mejor de sus mundos posibles y rememorando esos fantasmas del Calderón que siempre han sido personificados en la desconfianza.
Las cosas se pusieron pronto de cara. Lo primero por esos arreones rojiblancos de inicio que, sin embargo y con el avance del partido, dieron la sensación de ser una aspirina efervescente en el tiempo.
Balón parado
Una vez más (y van…) el Atlético de Madrid volvió a hacer valer su capacidad para las jugadas a balón parado. Y es que si hablábamos de cosas que repetir de Simeone esta es la principal. Koke botó un córner cerrado con el guante que usa por bota. En el primer palo se encontraba Miranda para peinarla muy dentro. Irureta no llegó y los marcadores, que fallaron en la cobertura y el conocimiento del sistema, tampoco.
El segundo de los goles fue más de lo mismo. Aunque a este se incorporó un recién llegado: Mandzukic. Gabi botó de manera interior también una falta en la peligrosísima línea de los tres cuartos que el croata mandó a la red. Línea interior esta por la que se ha empezado a echar de menos a Turan y que ha sido suplida tácticamente por el cambio de posición natural de Griezmann y Koke. De esta manera, ambos recortan por dentro dotando al Atlético de Madrid de ese juego interior del que carece sin el turco. Dotando o teniendo que dotar, de lo que dista un mundo.
Combatividad
Ahora que nos hallamos inmersos en plena vuelta ciclista, diremos de los de Garitano que ganaron la combatividad. En el tiempo que duró el cero a cero inicial quisieron ser valientes y demostraron aquello que se había dicho durante toda la semana en ruedas de prensa: querían dar el susto en el Calderón.
Lo dieron con fútbol. Principalmente el que brota de las botas de Javi Lara que es mucho. En una de estas muestras de fútbol, Arruabarrena, tras una escepcional combinación, dejó el balón para que Abraham buscara la escuadra de Moyá que nada pudo hacer. 2-1, fantasmas y el fin.
Si después de todo esto esto hubo algo fueron los arreones de los armeros. El Atleti se hizo cada vez más pequeño y ni la entrada de Jiménez ni la de Saúl cambió nada. El centro del campo rojiblanco fue en la segunda parte un pastel empalagoso de comer, un aceite peligroso que tragar y que sirvió para empezar a visualizar, quizá, el año que espera.
Consiste en esto en recrear también la parte mala de esas cosas comentadas al inicio y que por medio del entrenamiento visceral y corágico consiste en repetir, también los errores. Au sente Arda y con Mario más fuera de los partidos que dentro, la memoria colectiva no puede sino mirar de soslayo a Tiago y a todo lo prometido. Pero hablando de las causas-consecuencias, el rodaje fue el inicio de aquel partido a partido.
