El Palacio de La Granja ardiendo. Ese fue el titular que el mismo día del incendio, el 2 de enero de 1918, recoge la edición de El Adelantado de Segovia, en una crónica que ya alertaba de la gravedad del suceso, y que el diario fue confirmando los días posteriores. Dentro de dos años se cumple el centenario de este siniestro que afectó a la cubierta de la residencia real de verano y devastó, además, obras de arte y documentos históricos que la Familia Real había acumulado en sus estancias desde su construcción en el siglo XVIII .
La crónica de ese 2 de enero informaba a los segovianos de que las autoridades de la capital segoviana habían recibido noticias del incendio a las once y media de la mañana, por lo que inmediatamente se dispuso un dispositivo para salir hacia el Real Sitio con urgencia formado por personal y material de la Academia de Artillería, del Regimiento de Artillería pesada y del Cuerpo de Bomberos de la ciudad, además de Guardia Civil y peones de Obras Públicas.
En ese momento no se conocía la causa del suceso, aunque se apuntaba como origen la botica —posteriormente se supo que fue en las buhardillas del Patio de la Botica—, pero sí que el fuerte viento había contribuido a la rápida propagación de las llamas por varias estancias, adquiriendo grandes proporciones en pocos minutos.
El Adelantado se hacía eco de los escasos medios existentes en La Granja para sofocar el incendio, a pesar de los esfuerzos del personal de Patrimonio y de los vecinos del municipio. “Al cerrar este número —hay que recordar que el periódico era vespertino en esa época— las noticias que recibimos de La Granja son desconsoladoras. El fuego sigue haciendo presa en todo el palacio, sin librarse de él la colegiata y la Casa de Canónigos. El fuerte viento y la falta de aguas dificulta los trabajos de extinción”, indicaba el cronista local.
Al día siguiente la noticia ocupaba prácticamente toda una página —entonces El Adelantado únicamente tenía cuatro— y el encabezamiento de la crónica no podía ser más negativo: “Horroroso incendio en La Granja. El Palacio Real destruido”. Desde luego, el periodista, que no firma la crónica, a falta de fotografías o ilustraciones que pudieran ayudar a hacer entender a los lectores la magnitud del siniestro, no ahorró calificativos: “honda consternación”, “voraz incendio”, “desgracia dolorosísima”, “inenarrable”, “inmenso pesar”, “abrumadora pena”, “espantoso”, “infinita pesadumbre”, etc. Valga este fragmento como ejemplo: “El llanto desconsolado que han vertido las mujeres de San Ildefonso al ver convertida en una hoguera colosal la grandiosa mansión regia es una prueba indudable del hondo sentimiento indescriptible, de la consternación que ha sembrado en aquella localidad cercana la catástrofe producida en tan incomparables proporciones”. Más adelante, insiste: “la fecha se recordará siempre como un caso excesivamente calamitoso por la actual generación”.
A continuación, el cronista hace una relación del palacio y sus enseres más valiosos, haciendo saber que “acaba de ser pasto de las llamas”. También incluye detalles como que el fuego alcanzó “inmensas proporciones, hasta el punto que desde Segovia pudiera percibirse el atemorizador resplandor”.
Informaba el periódico del 3 de enero de que, a pesar de los rumores sobre la llegada de Alfonso XIII al Real Sitio, la visita no había sido posible por la interrupción de la vía férrea y el mal estado de la carretera debido a la nieve acumulada en las horas anteriores. Por último, terminaba la crónica describiendo como se desprendían las techumbres sobre el mobiliario y los objetos de arte de las habitaciones destinadas a la Familia Real y que, al derrumbarse las torres de la colegiata, se produjo un gran estruendo y las campanas cayeron como fundidas por el fuego. “Fue un momento verdaderamente conmovedor y de una belleza trágica”, sentenciaba.
Hasta el 4 de enero el incendio no se dio por controlado. El Adelantado recogía ese día “quedan algunos focos que podrán ser fácilmente extinguidos, por disponer ya de agua en abundancia”. Indicaba, asimismo, que se había podido salvar buena parte del mobiliario noble, aunque en estado deplorable, y que “algunas de las joyas artísticas arrancadas a las llamas de la gigantesca hoguera presentan deteriorosos difíciles de reparar”. En la colegiata se perdió “totalmente” el panteón con los restos de Felipe V e Isabel de Farnesio.
En El Adelantado del 5 y del 7 de enero de 1918 se hace inventario de las principales pérdidas: las habitaciones de los reyes y sus hijos (no así las estancias de la Infanta Isabel ‘La Chata’ y el Salón del Trono), el altar de la colegiata o la tapicería. Se salvó el altar de campaña de Carlos V pero desaparecieron, entre otros, el zaguán y la escalera y un cuadro de Felipe V e Isabel de Farnesio, fundadores de este Palacio de La Granja. La botica quedó destruida al completo y con ella costosos perfumes del siglo XVIII, medicinas antiquísimas y curiosas como polvo de cráneo humano, uña de ciervo, esmeraldas y zafiros en bruto, víboras secas “y la riquísima quinacalisaya, que se supone valía un millón de pesetas, traída de América en 1750”.
