¿El voto latino es tan relevante en las elecciones presidenciales de Estados Unidos como se plantea cada cuatro años? Una de cal y otra de arena. Los candidatos demócratas suelen obtener las dos terceras partes de estos sufragios, pero nunca han nombrado a un hispano como compañero de ‘ticket’ para la vicepresidencia. Los latinos –un 18% de la población y un 13% del censo electoral- ya son la primera minoría; pero la tasa de participación es muy baja –un 47.6 por ciento en 2016-. Muchos inmigrantes naturalizados tienen escaso interés por su país de adopción o se muestran perdidos ante el laberinto burocrático para registrarse como votantes, máxime en tiempos del coronavirus.
Los hispanos no conforman un bloque electoral monolítico. Esto resta poder. La adscripción tradicional al Partido Demócrata –con la excepción de los cubanoamericanos- se ve amenazada por un fenómeno ascendente: el voto latino evangélico, con una agenda ultraconservadora en temas como la oposición al aborto. Este factor ayuda a explicar que Donald Trump, un personaje que coquetea con el supremacismo blanco, pudiera hacerse con un 28 por ciento del voto latino en 2016.
Muchos hispanos residen en California o Nueva York, pero su relevancia electoral queda mermada. Los demócratas ganarán sí o sí en dichas jurisdicciones. El sistema de colegio electoral desplaza la contienda a los ‘campos de batalla’: Estados pendulares que pueden cambiar de bando. Si un candidato gana por un puñado de votos, se lleva a la saca todos los votos del colegio electoral ¿Cuál será el papel del voto latino en este rompecabezas?
Si la expansión de la población hispana en el suroeste ha propiciado que se inclinen del lado demócrata Colorado y Nevada desde 2008, lo mismo podría ocurrir con Arizona en 2020, un Estado que no vota “azul” desde 1996. Si Joe Biden alcanzara la victoria en Texas, estaríamos hablando del mayor cataclismo en el mapa electoral desde hace muchas décadas. Los hispanos ya representan un 30 por ciento de los ciudadanos con derecho a voto en este feudo republicano. De forma inédita, los demócratas han incluido Texas en el maratón de la última semana de campaña.
Los republicanos saben que no resulta posible su victoria sin los 29 votos electorales que concede Florida –270 votos otorgan la Casa Blanca-. Por un lado, las encuestas sugieren que los cubanoamericanos se han radicalizado en su apoyo a Trump, incluso entre las oleadas más recientes de inmigrantes naturalizados. Un incipiente voto venezolano, que confía en el presidente como ‘halcón’ frente al régimen de Maduro, se abre paso en Florida. Por su parte, los demócratas confían en la avalancha de puertorriqueños que no cesan de emigrar a Tampa y Orlando ante los desastres naturales y el declive económico de su isla.
Las comunidades latinas se extienden por todo el país a partir de la movilidad geográfica del mercado de trabajo. Por ejemplo, la coalición que forman afroamericanos, hispanos, asiáticos y profesionales blancos con titulación universitaria podría otorgar la victoria a Biden en un estado sureño como Georgia que siempre vota republicano.
Una economía con pleno empleo representaba el principal activo de Donald Trump antes de la pandemia. Sin embargo, el presidente ha ninguneado el problema sanitario representado por la crisis del coronavirus, haciendo dudar de sus capacidades como ‘comandante en jefe’. Las estadísticas sugieren que los latinos tienen más probabilidades de enfermar de coronavirus y tener que ser hospitalizados. Esto ocurre en un contexto en el que el presidente ha intentado eliminar el programa de ‘Obamacare’, que trata de facilitar el acceso a un seguro médico con un coste razonable, una preocupación prioritaria para muchos latinos. Por el contrario, el ex vicepresidente Biden quiere reforzar la reforma sanitaria que lideró con Barack Obama y prioriza la lucha contra el coronavirus.
Muchos hispanos, especialmente los jóvenes, habrían preferido a Bernie Sanders como candidato demócrata más izquierdista. Joe Biden tiene más conexión con los afroamericanos que con los latinos. En cualquier caso, un gobierno del moderado Biden llevaría a cabo un fuerte aumento del gasto público para luchar contra las secuelas económicas de una pandemia que hace vulnerables a muchísimos latinos, frente a un Trump que solo alardea de la reducción de impuestos para los más ricos que ha llevado a cabo. El programa de Biden también incorpora propuestas en la línea de Sanders como el abaratamiento de las matrículas en las universidades públicas.
Los disturbios raciales, propagados a raíz de la violencia policial contra miembros de la comunidad afroamericana que han resultado muertos, aparecen como telón de fondo de la campaña electoral. Si Trump simboliza la división del país, Biden enfatiza la inclusividad con los lemas “nosotros, el pueblo” y “la lucha por el alma de la nación”. Un mensaje atractivo para los latinos, víctimas de tantos prejuicios.
Muchos hispanos son inmigrantes de primera o segunda generación. Si Trump está obsesionado con la construcción de un muro en la frontera con México, Biden ha prometido que, en sus primeros cien días de gobierno, lideraría una iniciativa para que el Congreso afronte la esperada reforma migratoria, susceptible de legalizar la situación de millones de indocumentados. Una declaración de buenas intenciones, más allá de su alcance real.
Los estadounidenses perciben la cita con las urnas como un plebiscito sobre Trump. El voto anticipado y por correo se ha multiplicado. Los sondeos otorgan una ventaja de 8-10 puntos a Biden ¿Aumentará la tasa de participación de los latinos? Una encuesta augura que se inclinarán por Biden -un 63%-, frente a Trump –un 29%-.