Cuando este artículo esté en la calle, el voto de la ciudadanía estará determinando, con la grandeza que supone el ejercicio de la libertad, qué España se quiere de entre las dos bien distintas que se perfilan. Tras una larga campaña –no exenta de sobresaltos, improperios y descalificaciones, para la captación de esa voluntad popular al final será su libre decisión la que abra –en el mejor de los casos- una ventana que renueve con aire fresco la imprecisión de un resultado constitucional, aunque siempre se generará otro paralelo de frustración en el movimiento político orillado.
Bien mirado, la campaña -por agobiante no más clarificadora- ha discurrido como se ha visto más por derroteros de enfrentamientos y críticas respecto a la valoración de una gestión de gobernabilidad más propia de un “estado del país” que clarificadora de los programas que cada cual propugna para el futuro de España. Aunque en la intención del voto que ahora está decidiendo ese destino haya influido de alguna manera lo poco que se haya traducido de semejante acontecimiento. No es menos cierto que por encima de todo parece evidente que pese a las frecuentes y constantes encuestas de todo signo y las promesas y compromisos contraídos en el fragor del mitin, la mayoría de las corrientes siempre conducen de antemano a la fidelización política en cada caso, constitutivas de bloque prácticamente inamovibles si bien, eso también, se ha peleado firmemente por el voto de los indecisos y por los escaños, uno a uno, que hayan podido “arañarse” en las provincias. Aunque llamará evidentemente la atención el volumen de abstención que además de la normal por decaimiento, los miles de votos por correo, huérfanos en las oficinas postales sin recoger por indolencia o por una falta de logística más que censurable que podrían haber puesto en entredicho la legalidad de la convocatoria.
Tampoco ha sido muy ejemplarizante la machacona insistencia de los partidos mayoritarios acerca de los “pactos” (algunos consolidados y otros aún inconcretos). En todo caso ciertamente “manoseados”. En ese sentido tampoco creo yo que semejante tozudez haya podido influir en la decisión que hoy se adopte. Especialmente virulenta la argumentada por el PSOE y Sumar contra el PP con VOX, que ni quedaron claro ni con el cara-cara Sánchez-Feijoo ni en el debate “a tres” del día 19 Sánchez-Sumar-Vox quien ni definió claramente su postura ni exigió tampoco al PSOE clarificar los suyos con ERC, Sumar y Bildu ni tampoco exigió a Yolanda Díaz que explicase públicamente cuáles son ya los pactos firmes con los partidos separatistas e independentistas que conforman sus siglas SUMAR para “articular una coalición del espacio progresista (Podemos, IU, En Comú, Más Madrid, Compromís, CHA, Nies, Drago, LV-Equo, Mas País, Chunta Aragonesista, etc. fundamentalmente separatistas). De eso ni se habló.
En cualquier caso, por encima del resultado que pueda extraerse de la voluntad popular que ayer se asomó a las urnas limpias de sospechas y de inmaculadas intenciones, debería prevalecer más confluencia que enfrentamiento; en cualquier caso, un comportamiento democráticamente constitucional y un profundo respeto a la voluntad libre de la ciudadanía, una asunción generosa de cualquiera que sea el resultado (tanto si lo fuera para la remodelación de una nueva España con un Gobierno diferente, como si lo fuera en el sentido de un continuismo en el de inspiración “progresista” como el de estos últimos años.
Es de suponer –y de esperar- que el futuro de este país discurra por los cauces del entendimiento político, de servicio a la convivencia y el progreso (que en ese espíritu descansa –o así se les supone- en todos los que conformarán el nuevo arco político esperanzador de un país más próspero, más limpio, más feliz y más europeo, dejando atrás tanto las prepotencias que generan las victorias como las posibles decepciones y frustraciones por la derrota que las urnas pudieran reflejar, que no vendrá a ser, al fin y al cabo, más que la voluntad popular democráticamente expresada. Ni más. Ni menos.
