San Marcos. Martín Rico y Ortega. Acuarela. Museo Nacional del Prado. Otro interesante documento de un extrarradio de Segovia a mediados del siglo XIX. En primer término, apenas insinuada, la cinta blanca de la carretera que conduce a la ciudad desde el arrabal; a la derecha la modesta iglesita con su torre, a la izquierda unas casas que se ven modestas y en el centro, donde se construyó el fielato de consumos que hoy es local social, cuatro copudas olmas; detrás está la masa caliza con las cuevas labradas por la erosión, ayer refugio de pobres y en estos momentos tapiadas. Corriendo el tiempo, el paisaje se transformaría mucho con las plantaciones de árboles en la ribera del río y con la construcción en la margen izquierda del arroyo Clamores de la carretera de la Cuesta de los Hoyos.

Convento del Carmen. Martín Rico y Ortega. Acuarela. Museo Nacional del Prado. Viendo esta acuarela yo pienso que al artista le tuvo que gustar mucho el lastreño paisaje de Segovia, con sus calizas encendidas y la rica gama de ocres con que la Naturaleza las había pintado. Voy a describirla. En primer plano, una tira de lastra, una carretera mal definida, tanto en trazado como en color; la cerca de la finca que delimita por levante el conjunto conventual y los volúmenes de las construcciones de éste, entre los que destacan la cubierta de la cúpula, con un campanario a la izquierda, desaparecido, y otro pequeño a la derecha, el que marca la capilla del sepulcro de San Juan de la Cruz. Detrás, los cálidos tonos de las Peñas Grajeras y, a la derecha, las ermitas unidas a la memoria del santo fundador, con los dos árboles, el pino de amplia copa y el ciprés de silueta columnar, que plantó en el aparentemente desolado paraje.

Martín Rico y Ortega. La Vera Cruz vista por el sur. Acuarela. Museo Nacional del Prado. Otro bello paisaje meseteño con detalles a los que el artista presta atención: una cruz, la iglesia con planta poligonal y torre cuya construcción se atribuye a los Caballeros Templarios, los restos de una segunda torre que ponía límites al cementerio del que hay restos en todo el entorno del templo y otros más perdidos y apenas esbozados como el vallejo del primer término, la carretera que conduce a Zamarramala, el borde de falla que parte en dos la lastra y las tierras que van escondiendo sus límites al confundirse con la lejanía, visible en una delicada y estrecha línea añil. El cielo, como otros muchos en estas acuarelas es limpio. La tierra seca de Castilla, simplemente atractiva para el que supiera verla. Como la vio el artista.

Martín Rico y Ortega. La Vera Cruz desde la carretera que conduce a Zamarramala. Acuarela. Museo Nacional del Prado. En la carretera, para dar la escala, hay un grupo de personas que se acercan a un jinete. Luce el borde de la lastra, resuelto con increíble realismo, así como el verano surgiendo de hierbas y musgos agostados. La iglesia está tratada no como lo haría un artista sino como vista por un arqueólogo, con atención a planta, portadas, ventanas, cornisas, contrafuertes, tejados y volúmenes. También reprodujo lo que por ese lado se veía de la arruinada torre separada del conjunto. Del cielo apenas otra cosa que una mancha uniforme de azul, plano, como fondo para que destacasen bien en él los volúmenes del templo

Martín Rico y Ortega. Monasterio del Parral. Acuarela. Museo Nacional del Prado. El gran monasterio jerónimo, abandonado unos veinte años antes de que lo pintara Martín Rico, mantiene todos los volúmenes, muros y techumbres de sus mejores momentos pues aún no se habían cebado en él los expoliadores que luego lo harían llevándose, de su interior, pinturas y esculturas, y de su exterior piedras labradas y aún tejas. Me llama la atención la sombra del lado derecho porque no puedo entender de donde viene; también que arriba no aparezca la encina milenaria, pero me gustan el color de la roca que llena el lado izquierdo, el de la llanada y la Sierra que pintó detrás y las nubes oscuras, de tormenta, que iban llenando el cielo y que podían ser las que producían la fuerte y oscura sombra.

Catedral de Segovia vista desde el lado norte, con la muralla y la Puerta de Santiago. Martín Rico y Ortega. Acuarela. Museo Nacional del Prado. Unos tres cuartos de siglo después de que lo hiciera el joven pintor que aquí presento, el gran escritor Pío Baroja se plantó en el mismo lugar para ver Segovia y la describió admirado: “Como la corola sobre el cáliz verde veíase el pueblo”. Los pétalos de la flor adivinada por el literato eran las casas, torres y fortificaciones; el cáliz verde, las arboledas y jardines que la ciudad había ido plantando en esos eriales, Cuesta del Doctoral, Calle del Pozo de la Nieve, Calle de Santiago…, tan descarnados, que nos muestra esta impresionante acuarela de Martín Rico. Hoy, con el anillo de verdor que rodea la ciudad, es imposible apreciar esta bella imagen. Yo agradezco al artista que la pintara para que podamos conocer esta increíble imagen de la Segovia del pasado reciente.

Martín Rico y Ortega. Portada del ex convento de Santa Cruz. Acuarela. Museo Nacional del Prado. Ante este edificio que fue de la orden dominica, el artista se fijó sólo en la afiligranada portada y en unos personajes derrotados que nos hablan del destino que se había dado al edificio en aquel momento, asilo. Es un apunte precioso, en el que se aprecia bien la técnica del joven artista, que no dibuja con líneas sino con el color amarillento de la piedra caliza y con la luz. Aunque es de pequeñas dimensiones, el artista muestra en él su habilidad como dibujante, reproduciendo con gran fidelidad la decoración escultórica de la portada, en la que destacan, en el tímpano el grupo de la Piedad, con las estatuas orantes de los Reyes Católicos; arriba, el Crucificado con dos santos dominicos; en las enjutas dos ángeles tenantes y en los laterales, otros dominicos y delicados motivos heráldicos bien trazados.
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* Supernumerario de la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce
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