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El verano (II): las semanas culturales

por David San Juan
20 de agosto de 2025
en Tribuna
DAVID SAN JUAN
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Luis Mester

¡Aquellos trenes de vapor!

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El verano, además de grados que añadirle al mercurio, trae a los pueblos de Segovia usos que van convirtiéndose en tradición. Hablamos de las semanas culturales, cada vez más consolidadas en esta época del año aprovechando el aumento de población de nuestros municipios. Ya saben: los hijos alejados que retornan y se abrazan a sus raíces, los veraneantes, las segundas residencias… El verano, con la vidilla que hay en los pueblos, es el momento para organizar este tipo de actividades y bien que podemos disfrutar de ellas.

Eso sí, primero habría que aclarar qué entendemos por «cultural» y considerar cuánto de cultural tienen las «semanas culturales» que se organizan en la provincia. Si examinamos los programas oficiales de los ayuntamientos, llama la atención la diversidad de enfoque de unos y otros. Pueblos hay en Segovia que apuestan por unos actos potentes y originales. Potentes dentro de la modestia y la limitación de recursos, claro está, no todos somos La Granja, pero actos preparados con mimo y que sí entran en lo que entendemos como oferta cultural: conciertos, talleres, conferencias, exposiciones, teatro, cine al aire libre, lectura de poemas, cuentacuentos… Todo esto, acompañado del necesario divertimento popular en forma de comidas de hermandad, verbenas y demás, algo que viene de serie.

En contraposición, otras corporaciones optan por seguir abonando el erial de lo cultural y sus propuestas más merecen ser llamadas «fiestas de verano» que otra cosa. En estas, la presencia de lo formativo es mínima o inexistente, y son las charangas, las macro orquestas y los DJs los protagonistas de la semana. Además de las competiciones de cartas y, en casi todos los casos, la misa en honor al patrón, ocasión pintiparada para vestirse de bonito y orear pendones y estandartes.

Aquí podríamos pararnos y hacer una reflexión. ¿Qué es lo que queremos como sociedad, qué es lo que necesitamos? ¿Cómo deberíamos de ocupar nuestro tiempo de ocio y el de nuestros hijos? ¿Qué queremos, fiesta o cultura? ¿Ambas? ¿Nos quitamos los complejos y apostamos sólo por la primera? Realmente esta dicotomía no debería ser tal. La fiesta, lo saben los antropólogos, es una de las primeras manifestaciones culturales de todo pueblo, de toda civilización. La fiesta es un tiempo necesario —y limitado— para contemplar con distancia las penosas labores humanas y darles sentido celebrando la vida en comunidad. Hacer lo que no se puede hacer enredado en la rutina, en la lucha por la existencia. Una ocasión para salir de uno mismo. Un inciso, si me permiten: me acuerdo mientras esto escribo de la canción «Fiesta», de Joan Manuel Serrat. «Gloria a Dios en las alturas, recogieron las basuras…». ¿Recuerdan la letra? Bueno, pues eso.

Otra cosa es, hablando de basuras, la farra casi continua en que se ha convertido el verano en los pueblos. Hay dos imágenes que ya hemos normalizado a pesar de lo escandaloso. Una, la de jóvenes y adolescentes con sus bolsas de plástico y sus carritos de supermercado practicando el botellón orilla del escenario de la orquesta de turno, bajo la comprensiva mirada de sus padres, que bailan cubata en mano las primeras piezas de la función. Y dos, la del aspecto de la plaza a la mañana siguiente llena de porquería. De plásticos, cristales y vomitonas. Todos hemos sido jóvenes, vale, pero quizá hemos abierto demasiadas porteras y el rebaño —el rebaño somos todos— se ha desparramado y la cosa tiene mala vuelta atrás. ¿Qué muchos de estos jovencitos, al ir madurando, irán sosegando su fogosidad y acabarán apreciando el arte, la belleza y las tradiciones de sus mayores? Sin duda. Otros muchos no. De momento, hoy, salvo excepciones, la cultura más parece un refugio para vejetes, raritos e inadaptados, que ese alimento espiritual que los intelectuales de hace un siglo reclamaban para sus contemporáneos.

Pero no se acaba el mundo. Otra cosa hay que decir: que lo cultural, al menos en los pueblos, no se restringe sólo a lo artístico y lo elevado. Hay otras actividades sencillas que se organizan para intentar unir a la gente y fortalecer el sentido de pertenencia y que, para mí, también son cultura, buena y necesaria cultura popular: un paseo de grupo por el campo conociendo el término, una exposición de aperos tradicionales o de fotos antiguas, competiciones deportivas para los niños, unas hacenderas… Y también las docenas de paellas, calderetas y sardinadas comunitarias que animan el verano de la provincia. ¿Por qué no? Todo une. Todo alimenta. Todo instruye.

En cualquier caso, dejando aparte los arrebatados análisis sociológicos que pueden llevarnos al desaliento, lo más importante de las fiestas de verano y las semanas culturales es el encuentro del personal y la oportunidad que suponen para afianzar los lazos de identidad y comunidad. Muchas familias hacen un esfuerzo y organizan sus vacaciones para no faltar en unas fechas innegociables del calendario. Mucha gente (asociaciones, peñas, particulares), con la mejor de sus voluntades, ponen su granito de arena a mayores del programa oficial proponiendo juegos, concursos y actividades que hacen de esos días algo distinto y entrañable. El pueblo que se esfuerza por agradar al pueblo. Por darse, por hacer crecer y aprender. Un motivo más para sentirnos orgullosos de nuestro pequeño rincón del mundo y querer volver a él si es que todavía no hemos decidido quedarnos para siempre.

Acaba uno cansado de tanta fiesta y tanto acto, es verdad. Y también lo es que hay quien rehuye el exceso y está deseando que llegue el lunes de la semana siguiente. Yo no soy de esos. Yo creo que merece la pena disfrutar de lo que se nos ofrece. Y de lo que sabemos ofrecer a los demás, si es que en algo estamos implicados. Como en otras muchas ocasiones en las que no reparamos en ello, estaremos viviendo momentos que no volverán. Y con tanto lío y tantas cosas a las que uno se apunta, corremos el riesgo de no valorar el auténtico sentido de la fiesta. Pero cuando uno juega al chito o al dominó sabiendo que nunca va a ganar, cuando uno escucha un poema que no conocía a la sombra de la olma, o cuando baila la contradanza delante de la carroza del santo y acaba agotado, está llenando sus días de vida. Y construyendo clavo a clavo, duela a duela, el arca donde conservar los recuerdos, que serán nuestro único asidero cuando ya no tengamos vista para contar los puntos de las fichas ni fuerza para sostener una piola entre las manos.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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