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EL VERANO (I): LOS VERANEANTES

por David San Juan
13 de agosto de 2025
en Tribuna
DAVID SAN JUAN
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Luis Mester

¡Aquellos trenes de vapor!

LA UE Y EL INDULTO A PUIGDEMONT

Ha llegado el verano a Segovia y con él los hijos retornados a los pueblos. Un mes se quedan algunos; dos los más afortunados; quince días los que no perdonan chiringuito y bronceador. Y con ellos, otro tipo de veraneantes que cada vez abundan más en estos predios serranos y mesetarios: aquellos que, careciendo de raíces familiares en el lugar, han comprado o alquilado casa y hacen suyo el modo de vida rural al que tanto ansían pertenecer durante unos días. Bueno, hacen suyo… a su manera, claro.

Ha llegado el verano a Segovia y los pueblos cambian su fisonomía hasta ser irreconocibles. La referencia para conocerlos de verdad es, son, las mañanas brumosas de febrero o los tempranos anocheceres de noviembre, cuando la campana de la iglesia, al dar las horas, es la única lengua que parla por las calles. En esos días en los que se impone la realidad, son los cuatro incondicionales del vermú de la mañana y los asiduos del tute de la sobremesa los que salvan la caja del único bar que permanece abierto todo el año. En verano, a eso íbamos, la población se multiplica por dos, por tres o por cinco, según el caso. Y todo es distinto. La plaza se puebla de banderitas, abren las peñas de los quintos de todas las quintas y los adolescentes —entre los 15 y los 35 años— organizan su planning de botellones y fiestas patronales por los pueblos vecinos, tan bien repartidas que nunca se pisan, lo que es la devoción… Las familias con niños hacen enjambre tomando el vermú de la tarde en el parque o en la piscina vigilando de reojo a los pequeños que juegan en los columpios. Y los que, por la edad, ya no tenemos la obligación de atender a los hijos en la distancia corta, buscamos nuestra cuadrilla natural, la de toda la vida, y ocupamos las terrazas que hacen su agosto en el mes más propio para ello. Y vengan comidas. Y vengan cenas sin venir a qué.

Fiestas en Navas de San Antonio.
Fiestas en Navas de San Antonio.

Sí, los pueblos en verano, sin dejar de serlo, son otra cosa. Y yo me debato reconociendo la bendición que supone ver tanta vida, tanta chiquillería, y tanta gente que se reencuentra y disfruta del lugar al que están vinculados emocionalmente, con otras reflexiones que me hacen menos feliz. Me refiero al carácter propio de los pueblos, a ese carácter tradicional, a esa ruralidad que poco a poco vamos perdiendo con el empuje de los tiempos. De forma inevitable, arrolladora, los veraneantes van imponiendo su visión urbana, que convierte a los pueblos en una extensión de la gran ciudad y los relega, casi casi, a la categoría de parques temáticos. Muchos de aquellos, por las tardes o muy de mañana los más resueltos, se entregan a la causa caminando, corriendo, pedaleando o arrastrando el perrito por los caminos del término disfrutando de la naturaleza. Es curioso: la mayoría no habla de campo, que es lo suyo, sino de naturaleza, que da un tono distinto, como de más nivel, a su presencia en el lugar. Experiencias, lo llaman ahora.

Hay una imagen propia de estos días caniculares que me tiene atrapado por lo simbólico y lo premonitorio de lo que nos espera. Cuando cae la tarde, en el camino de la ermita, que es como la calle mayor de mi pueblo, las mujeres mayores que pasean del brazo por parejas, a veces tienen que parar, volverse, y ceder el paso a una familia a quien nadie conoce montada en sus bicicletas, ocultos rostros y voluntades tras sus cascos, sus gafas reflectantes y su impecable indumentaria del Decathlon. Ellas saludan con la mano y no hay respuesta. Lo urbano que se impone. Bueno, al menos aparentemente, porque a la Antonia, a la Juanita y a la Ignacita, bien poco se les da quiénes son esos velocípedos de colores. Y van a dormir igual de bien que cualquier otro día.

Me van a perdonar si insisto, pero es que hay cosas que no acabo de entender. Al menos, a mí me llaman muchísimo la atención. Desde el cariño y sabiendo que rozo el tópico por querer abusar de la ironía, pero cuando uno está sentado en una de esas terrazas que decíamos, disfrutando de la compañía y del fresco que sólo agosto sabe regalarnos al dejar ponerse al sol, se da cuenta de que las conversaciones de muchas mesas giran sobre un tema omnipresente en la mente y los corazones de sus ocupantes: Madrid. Y muy poco más que Madrid. Y vuelta a las cosas de Madrid. Y dale molino. Y escucha una vez más, más de una vez, dos lugares comunes, de lo más cansinos, grabados a machamartillo en el imaginario urbanita y proclamados como codas recurrentes al momento de finalizar el encuentro. A saber: uno, «Qué aire más puro se respira aquí»; y dos, «Eso sí, por la noche con una manta, que en la sierra ya se sabe».

Es sólo un detalle y estoy seguro de que no es una muestra de arrogancia. Más bien lo es de la solidez de los constructos mentales articulados durante toda una vida, de los que tan difícil es liberarse. En cualquier caso, me da a mí que muchos madrileños, independientemente de dónde duerman ese día, no son, nunca serán, capaces de salir del Foro. O de sus estupendas ciudades dormitorio, llenas de torres de ocho alturas, parques ajardinados y centros comerciales. Ya lo dijo alguien que sabía mucho de la condición humana: De lo que rebosa el corazón habla la boca.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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