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El triunfo de la voluntad

por Julio Montero
18 de noviembre de 2020
en Tribuna
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Hace ya muchos años Leni Rienfesthal realizó una película en la que mostraba la trayectoria de un personaje de tan férrea voluntad que él solito había cambiado el alma de un país. Había conseguido hacer, de un Estado derrotado y explotado injustamente por las soberbias e injustas potencias extranjeras, un pueblo orgulloso que sabía definir bien quiénes eran sus enemigos interiores y exteriores y estaba decidido a combatirlo hasta el triunfo final. El héroe nacional era, nada más y nada menos, que Adolf Hitler. La película, que Youtube ha retirado de su almacén por nuestro bien (somos débiles mentales), se titula ‘El Triunfo de la Voluntad‘.

Siempre hay que agradecer que existan gentes así, como los gestores de Youtube, preocupadas por nuestra salud mental y verdaderos vigías de los valores de la cultura occidental, que se hayan dignado a convivir con pobres idiotas como nosotros, incapaces de distinguir el bien del mal, lo que nos conviene de lo que nos hace mal. Pero hoy me importa más el triunfo de la voluntad en nuestras sociedades y algunos de los problemas que deberemos resolver.

Es claro que el respeto a las personas hoy llega no solo a lo que son, sino a lo realmente importante y definitivo: lo que quieren ser

Es claro que el respeto a las personas hoy llega no solo a lo que son, sino a lo realmente importante y definitivo: lo que quieren ser, lo que se sienten interiormente como definitivo en ese momento, lo que están convencidos de ser. Desde luego ya estaba claro que en el ámbito sexual uno es lo que siente ser: da igual la dotación genética, que no deja de ser un represor estuche biológico repartido al margen de nuestra voluntad (sin consultas, sin preguntas) que puede acabar encerrando de modo tiránico una identidad absolutamente diversa, pero profundamente sentida y asumida.

Pero empiezan a presentarse algunos puntos de fuga que conviene atender. Uno inmediato, casi actual, y que los medios de comunicación han ignorado de manera cobarde. Trump, no cabe duda, se siente presidente de los Estados Unidos. De hecho lo es. Pero no parece que entienda la necesidad de abandonar la Casa Blanca en la fecha de caducidad establecida. Pero claro, si el voto y el sistema es un constructo social que no puede atentar contra sus emociones más íntimas y sus deseos tan clara y definitivamente expresados, debería tenerse en cuenta esta identidad tan radicalmente asumida y respetarla de alguna manera. Si somos rigurosos este es un problema que razonablemente habrá que resolver.

Y lo de Hitler tuvo su miga. Los alemanes fueron respetuosos con él. Como todo el mundo sabe nunca hubo nazis en la Alemania de entreguerras. Eso ya quedó plenamente demostrado en los procesos de desnazificación que los aliados pusieron en marcha tras derrotarle en 1945. Aquellas gentes cultas, ordenadas y trabajadoras dieron sencillamente un paso adelante en lo que luego serían las sociedades plenamente democráticas e inclusivas. En realidad, solo hubo personas respetuosas con la indudable identidad de un austriaco que no solamente se sentía alemán, sino que lo era porque lo así lo sentía profundamente.

El profundo convencimiento identitario, sea en el sentido que sea, puede plantear dificultades

En realidad Hitler y la Alemania de entonces fueron unos adelantados de las modernas ideologías de la voluntad definidora de lo que somos por querer serlo. Y lo más importante: los habitantes de una Alemania, derrotada y agobiada por las indemnizaciones de guerra y la ruina económica desde 1929, que acababa de dejar de ser un imperio y convertirse en una república, fueron adelantados a su tiempo. Se necesitaría medio siglo para que los demás países entendieran que había que ser no ya tolerantes, sino agentes proactivos en la potenciación de la voluntad propia para facilitar el cumplimiento de aquellas identidades fuertes con todas sus consecuencias.

El profundo convencimiento identitario, sea en el sentido que sea, puede plantear dificultades. No solo en su financiación, que no está mal para empezar. También habrá que definir el alcance temático de estas decididas voluntades por ser lo que sienten ser. Imaginemos que un grupo subjetivamente apreciable de personas se identifique plena e irremediablemente como médico sin haber pasado por una facultad, o sin que la facultad haya pasado por ellos, y menos aún por un hospital. Eso sí que será una pandemia de primer orden. De hecho ya nos pasa en el ámbito de la educación donde cada vez hay más personas que se sienten plenamente docentes del escribir y el leer y ponen faltas de ortografía de almanaque y leen como Les Luthiers.

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