Adyacente a mi Cine Imaginación está mi Tren Imaginación. Quiero tenerlo presente, entrar en la estación, que tiene luces tenues, con el agradable soniquete de su pequeño café, desayunos o meriendas para el viajero. El tablón con llegadas y destinos. El andén, tan atractivo.
Surge la película que me asalta mientras escribo todos estos artículos desde mi guarida de la realidad, antes de subirnos al Tren Imaginación: ¿Cómo vivir? ¿Ir a la estación o no? ¿Coger o no coger el tren? ¿Y qué tren coger? ¿Cuál es el correcto, cuál es el destino correcto? ¿Ser maquinista o pasajero? ¿Viajes breves, de cercanías, o de larga distancia, a los infinitos?
He llegado a mi propia respuesta. Viajar a donde sea, pero con los nuestros, con nuestros seres queridos. Que los trenes nos acerquen a ellos. Sea en “Bullet train”, el tren bala, el bodrio-filme de Brad Pitt, o mucho mejor en la vieja locomotora de “El último tren” de Diego Arsuaga, el cine sencillo y humilde.

¡Sus billetes! -dice el revisor.
El viajero abre su libro. Lectura para el viaje, lectura quizá de este escrito para a continuación distraerse mirando por la ventanilla. ¡Traqueteo! ¡Traqueteo! ¡Películas!
Y arranco con José Manuel Caballero Bonald: “¿Sientes gemir la mano en la baranda, sientes también la mano aunque no gima aferrada a los hierros ferroviarios, tanteando las puertas más inhóspitas, adrede empavonadas de hollín y cardenillo? ¿No ves de súbito la sombra surcando los andenes, la estás viendo reptar bajo la marquesina donde un anónimo viajero se despide de nadie, donde tú mismo esperas la llegada de un tren que ya se ha ido?”
“No sabía donde ir excepto a todas partes”, dice Kerouac.
Así vivo. En la indecisión. O a veces en la decisión firme: ¡Este es el tren! El tren es decisión.
¡Trenes de cine! ¡Trenes de cine! Llevadme lejos. Llevadme a un misterio en el legendario Orient Express. ¡Que sueño viajar en ese tren! Eso sí que es viajar en un sueño. Eso sí es cine en estado puro. No importa el caso de Agatha Christie, los sospechosos. Cuenta el tren, sólo el tren Orient, sea pilotado por Sidney Lumet o recientemente por Kenneth Branagh. Y nuestro héroe, Hercules Poirot, será el encargado de descubrir al asesino.
Spielberg nos cuenta su infancia de cine en “Los Fabelman”: ese niño mira asombrado un tren de juguete, que él desea transformar en su cine propio. Spielberg crece y el joven Indiana Jones, en “Indiana Jones y la última cruzada”, ha de escapar en un tren, con zoo y magia incluida. ¡Corre, Indy! ¡Escapa de los villanos!
Buster Keaton es “El maquinista de la General”. Es una delicia volver a ver esa película, ver a Keaton en estado puro, ver ese cine de los pioneros, en su inocencia. Aquella inocencia.
Woody Allen está en el vagón del absurdo, del sinsentido, de la muerte. Se pregunta porque no puede ir en el otro vagón que viaja en otro tren en paralelo, el de la alegría y la felicidad. Ojalá pudiéramos ayudar a Woody en su viaje. Es “Recuerdos” (“Stardust memories”), una película en blanco y negro, con un encanto especial. Es el gran Woody Allen, cuando se manifiesta por arte de magia.

“Ved, la locomotora vigorosa y veloz que parece jadeante, sonando el pito de vapor”, nos dice Walt Whitman.
En el andén, el terror, el espanto del sinsentido para los amantes de “Breve encuentro”. Celia Johnson llegará a la paranoia de un no-puede-ser que Trevor Howard no puede tampoco resolver. Es el jeroglífico de nuestra existencia. Es una obra maestra del cine, detenida en el tiempo, magnífica.
Más terror -espeluznante- en el andén para Vivien Leigh en “Anna Karenina”. El andén del absurdo de esta vida.
Los hermanos Marx andan a lo suyo en “Los hermanos Marx en el Oeste”. Groucho se va a ejercer de maquinista mientras Harpo desarmará el tren entero, si hace falta, para mantener el fuego de la locomotora: “¡Traed madera! ¡Traed madera!”
Y Harpo la trae. Vaya si la trae. La alegría contagiosa de los Marx, un tren completamente distinto al de Celia Johnson en “Breve encuentro”, al de Vivien Leigh en “Anna Karenina”.
¿Cómo distinguir nuestro tren?
Antonio Machado: “(…) Corre el tren por sus brillantes rieles, devorando matorrales, alcaceles, terraplenes, pedregales, olivares, caseríos, praderas y cardizales, montes y valles sombríos”.

Siempre Jesse y Celine. He visto sus películas innumerables veces. El tren va a detenerse en Viena. Son pasajeros de un mismo vagón, pero al mismo tiempo no están cerca uno del otro. Van inmersos en la lectura, porque el viaje es largo. Oscar Wilde nos dice que hay que viajar con un diario para escribir, y siempre con algo estupendo para leer en el tren.
Jesse y Celine son Ethan Hawke y Julie Delpy intentando detener el tiempo en “Antes de amanecer”. Jesse y Celine se conocen en el tren siguiendo las instrucciones que nos marca Oscar Wilde. Los pasajeros son variopintos. Una pareja o matrimonio discute. Y esa discusión se tornará en decisiva para nuestros jóvenes viajeros. ¿Por qué no bajar ambos en el mismo andén vienés? Todo el sueño quedará encapsulado en el cine, quedará ese andén que les esperá al final de la película. Es una película más que nunca para ver en versión original, para escuchar la verdadera voz de Jesse y Celine.
¡Maldito temblor! ¡Cómo me atacas de repente! Mis manos están torpes al escribir, tanto a mano -tensas-, como con el ordenador -torpe-. Torpe como Patrick Swayze intentando aprender a ser fantasma en “Ghost”. Fantasma que quiere coger el tren, resolver un misterio. Tenso como el abuelo voltereta (Tom Cruise) en “Misión imposible”, de Brian de Palma. Nada en el cine como acción en el techo de un tren.
¡Y los zombis! ¡Cómo no! Estamos rodeados de zombis. Esperemos no ser uno de ellos, no convertirnos en uno de ellos. Cogemos tan tranquilos el tren coreano y todo parece tranquilo, un tren rápido, moderno. ¡Cuidado con los zombis! Es “Tren a Busan”. Una película para poner el cuerpo como un garrote, tensa, asfixiante.
No es mi tipo de cine el cine-garrote, pero existe.
Bastante tengo con mi temblor garrote.
Alfred Hitchcock es cine ferrocarril en “Alarma en el Expreso”. Es Hitch en blanco y negro, el prólogo del Hitch que estaba por venir. El héroe y la heroína no congenian. Ella no puede ni verle. Es un Hitch menor pero el escenario es perfecto. Los protagonistas se mueven por el tren, por los vagones (uno de ellos con magia). La heroína conoce a una mujer que desaparece misteriosamente. ¿Conspiración hitchcockiana? “The lady vanishes”, dice el título original y la dama efectivamente desaparece. Y lo más importante de la película es quizá la distancia, la frialdad de los pasajeros ante los hechos. A nadie parece importarle el pasajero prójimo, incluso sentado al lado.
Mejor quizá disfrutar con ese juego laberíntico que es “Con la muerte en los talones”. Cary Grant y Eva Marie Saint juegan. Juegan. Juegan en el tren y esos jueguecitos acaban como acaban si hay tren cama.

Estamos con humo, vapores, carbón, ferrocarriles en vía muerta, estaciones de paso, retrasos, pequeños y sencillos tranvías, apeaderos.
Corre el protagonista de “El azar” de Kieslowski. Corre y corre intentando montar en el tren que está saliendo. ¿Lo logrará? Siempre eso con los trenes: ¿Lo logrará? ¿Lo lograremos?
Kieslowski es el cineasta del azar, como en “El tranvía”. De nuevo la decisión trascendente, quizá de una vida, en un sencillo tranvía. Le tocará correr como al héroe de “El azar”. ¿Logrará la protagonista de “Decálogo 7” viajar con su hija? ¿O perderá el tren y su hija se quedará quizá por siempre con sus abuelos?
Toda una vida por metro o por un tranvía, por un ferrocarril.
Intento descubrir algo en mi pensamiento garrote, viajando en este Tren Imaginación que me he inventado. Viajamos sin límites, como tren bala o como viejo Regional Express.
Me gustan tanto los trenes que hace años decidí viajar desde España hasta Londres en tren. Fácil hasta París pero luego la cosa se complica porque hay que viajar por el túnel submarino. Llegué bien a Waterloo y fue pura alegría ver a mis amigos. Unos días y de nuevo el veloz tren submarino a París y de ahí a España.
¡Qué inventos! Quien se lo iba a decir a los hermanos Lumiere con su proyección del tren llegando a la estación. ¡1895!
¡Qué aventura! Rafael Alberti: “Nuevamente comienzan a pasar viejos trenes por mi sueño”. Y uno de mis escritores favoritos, tan sencillo, de tanta humanidad… Es José Emilio Pacheco: “Subo al tren del pasado/ Me conduce al sitio en que se borra la memoria/ Los puentes son abismos/ Cada túnel desemboca en la edad de las cavernas/ Desde el furgón de cola veo la vida./ Me dice adiós./ Y allá a lo lejos se va quedando solita”.
El transiberiano de Blaise Cendrars: “Estoy en camino/ Siempre he estado en camino”.
Y para mí, siempre, Adolfo Aristarain, su cine: “Un lugar en el mundo”. Un lugar donde encontrar los afectos, el amor verdadero, la amistad indestructible. Un tílburi que conduce Pepe Sacristán en la carrera final. El reto es una carrera con un poderoso tren, aparentemente indestructible. Sacristán y su joven amigo, poco más que un niño, preparan su ritual. El tílburi está a cargo del caballo Dumas. Don Alejandro, vamos. Y el maquinista del tren se apunta al reto. ¿Podrá con el autor de los mosqueteros? Es una película importante para mí, para mi Tren Imaginación.
Y de nuevo con Sacristán cuenta Aristarain para “Roma”. Aquí el joven Juan Diego Botto corre y corre por el andén. Si alcanza el tren tendrá una buena oportunidad de trabajo, la oportunidad de trabajar para Joaquín Góñez (Sacristán) ¿Y si pierde el tren y llega tarde?
Los ferroviarios de Ken Loach en “La cuadrilla” son también parte de nuestros trenes. ¿Qué hacer sin ellos, sin sus trabajos de mantenimiento? Loach nos pide nuestra mirada, quiere que les conozcamos. Existen. Pero no les vemos.
No sé donde ir excepto a todas partes, nos decía Kerouac hace un rato. ¿Y quedarnos en la estación, trabajando allí?
Las películas son innumerables… “Tren nocturno a Lisboa” o “La chica del tren”. Trenes de celuloide. Renfe, esa palabra nuestra, tan nuestra. Una señal de algo. Una promesa.
Y yo en mi Regional Express, con algún libro favorito o mi diario, apuntando detalles, sueños, esperando reencontrarme con mis amigos, con mi familia, con los míos, en definitiva.
“Viaje a Darjeeling” en el puro caos, en el delirio de Wes Anderson, en una de sus mejores películas. O “El último tren a Gun Hill”. La espera de los trenes. ¡Qué larga espera para Kirk Douglas! También la amistad puede ponerse a prueba, terminar en un tren. ¡”Imparable”! Tony Scott y un tren sin control, temible, violento.
¿Y el andén secreto de las películas de Harry Potter? Trenes, cines de fantasía como el nuestro. Puro Tren Imaginación. Y nuestros intocables de Elliot Ness en la estación de Chicago. De Palma mira a “El acorazado Potemkin” y se recrea en las escaleras de la estación.
“El caballo de hierro” en ¡1924! “Shanghai express” de Von Sternberg. “El polaquito” en la estación de Buenos Aires, gigantescos Abel Ayala y Marina Glezer. Trenes de esperanza en las mayores negruras.
Me voy quedando sin carbón para mi locomotora y además mi mano está cada vez más tensa, más garrote. Pasan pueblos aislados y abandonados, apeaderos de la nada. A veces quedo invadido por ese viaje, por la tristeza, por mis vacíos. Temo entonces estar acabado, estar en una vía muerta… … … Pero no nos pongamos siniestros. Me despido de los lectores con mi Tren Imaginación, pensando en llegar a muchos futuros escritos más, a muchas estaciones más, confiando en que me quede viaje por delante.
¡Ánimo, viajeros!
