El futbol es un vehículo de convivencia y puede ser una profesión tan exigente como compleja. Apenas un uno por ciento de los chicos y chicas que aspiran a convertirse en futbolistas llegan a la élite.
El primer objetivo en toda planificación de una escuela o cantera, debe de ser formativo y de desarrollo personal a partir de la apuesta por la educación como base de una buena carrera deportiva. Hay que educar en valores para que puedan afrontar el reto deportivo desde la madurez.
El fútbol siempre te pone a prueba y debes estar preparado para vivir cualquier situación y poder rendir al máximo en cada momento. Hay que tener muy claro que la fórmula del éxito es guiarles por su camino para alcanzar un nivel suficiente que les permita llegar a categorías superiores.
Es indiscutible que tener talento y querer ser un deportista de élite van estrechamente ligados de la mano. Es innegable que niños y niñas tienen su propio desarrollo y por ello debería tenerse en cuenta. Cada vez más, y a una edad más temprana, se hacen más comunes los seguimientos, los controles y con ellos más fichajes o patrocinadores.
Más allá de impulsar únicamente el talento como deportistas, hay que valorar el desarrollo del futuro futbolista tanto a nivel social, cognitivo o afectivo. Insignificantes pequeñeces a priori pueden cambiar su crecimiento como persona. Protegerlo de estas particularidades no significa que disminuya su potencial como jugador.
El peligro llega cuando se da la bienvenida a nuevos actores con cláusulas menos exigentes y se obvia el propio desarrollo del menor. ¿No se debería proteger la figura del menor con unas mínimas condiciones y una regulación jurídica?
