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El sueño del cine dentro del cine

por Sergio Casado
17 de diciembre de 2023
en Segovia
La última película.

La última película.

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Taller naufragio, mi taller, con presencia remota, la del poeta y cineasta Manuel Altolaguirre para poder agarrarme a un tablón que flota: “(…) y deja que de nuevo te retrate/ deshojándote así de tu presente;/ que cuando ya invisible sólo seas/ alto perfume libre, alma y recuerdo,/ junto al tallo sin flor pondré caídos/ estos retratos tuyos, para verte (…)”
Estos retratos tuyos, para verte.

¿Qué hay en el taller naufragio? No tengo un taller real, tengo un viejo ordenador, temblores, papeles con sueños de cine dentro del cine, clavileños que meto en el bolsillo para escribir estos artículos y que cuando he copiado tecleando, reciclo en el contenedor de papel. Su vida es breve y frágil, pero luego están vivos en un periódico, El Adelantado, buscando algún lector y quizá encontrándolo. Un recuerdo de mis cines. Yo tengo un taller covacha, un taller sin espacio físico obvio, pero sí mental; también tengo una mesa llena de cuadernos, carpetas, llena de desorden. Y mi despacho son también las bibliotecas públicas, donde se puede acudir a leer y escribir. Hay que invitar, provocar a la lectura y la escritura. Hay que regalar libros, mantener vivas las librerías, mantenernos así libres. Comprar libros incluso si no tendremos tiempo para leerlos, comprarlos para mantener las librerías en pie. Repetiré y me repetiré en esos artículos y pido perdón al lector, pero seré consciente de esa repetición cuando se trate de invitar a leer y escribir.

La palabra matraca es “recuerdos”: “estos retratos tuyos, para verte”. Quisiese mantener en mi memoria el cine que veo, pero rápidamente se esfuma. Intento quedarme con algo con decisión, intento cambiar el punto de vista, cuando domina la tristeza, la decepción, la desolación.

Tengo reciente “Matinee”, la película de Joe Dante, sepultada por un patinazo en taquilla en su época. Alguien la recuerda. Mi amigo Rubén me dice que no la olvide, que la busque, que la tenga en cuenta. Y no habrá mejor manera de cambiar el punto de vista, como si desde lejos usase unos prismáticos para verla mejor. Es un regalo. ¡Gracias, Rubén!

Cerrar los ojos.
Cerrar los ojos.

El cine es recuerdo. De una trama, de unos intérpretes, de un equipo técnico, de una mirada… Y es, puede ser nuestro recuerdo, el de una persona real o ficticia. Recordamos la película, le damos nueva vida. El lema: “El cine también se hace viéndolo”. ¡Gracias, Carlos!
El Recuerdo. La Cura. El cine cura. El recuerdo continuo a mis amigos del cine, a los que veo vivan en Segovia, en Madrid, en Londres, en Zaragoza, en Amberes… Escribo para recordar a los Tres de Zamarramala, escribo porque Elena y mi madre me leen.

“Matinee” es el cine dentro del cine. John Goodman es el productor de cine total, que espera todo de su nueva película, “Mant”, sobre un gigantesco hombre hormiga. Espera con ansia una proyección en la que pretende lo máximo posible de un productor, para que el espectador tenga la mejor experiencia. Goodman lo dará todo. Él es cine. Y el público es variopinto, desde el que con miedo aparta la mirada de la pantalla al que ríe con ganas, al que se pitorrea, al que estudia la película con curiosidad. Algarabía. Felicidad. Y Goodman sonríe. El público no sabe lo que le espera. Mientras, el exterior del cine es temible. Una guerra acecha, el horror, la paranoia.

El cine está en otro mundo, que puede quemar la pantalla -literalmente-, que puede crear un hombre hormiga “real”.

Una delicia, “Matinee”, y Goodman avisa al final al joven héroe: “Mantén los ojos abiertos”.
Los ojos abiertos para que no se escape nada de lo que sucede en pantalla y los ojos cerrados para concentrarse, para detenerse en un instante, en lo que se está viendo. Cerrar los ojos es tantas cosas: concentrarse, imaginar, dormir, soñar, parpadear, morir.
“Cerrar los ojos”, de Víctor Erice, también es cine dentro del cine. Dentro de “Cerrar los ojos” está otra película, la ficción que empieza y finaliza “Cerrar los ojos”. Se llama “La mirada del adiós”. Nosotros somos los espectadores de “Cerrar los ojos”. Dentro de la película, los protagonistas ven una ficción, la de “La mirada del adiós”. Ficciones que pueden conmovernos. ¿Y a nosotros, quién nos ve? ¿Somos invisibles? ¿Hay algún espectador? Cajas dentro de cajas en una realidad incomprensible. Fantasmas contemplando fantasmas. ¿Hay sentido?

Blonde.
Blonde.

Queda poco metraje que rescatar de “La mirada del adiós”, la película del director protagonista, Miguel Garay (Manolo Solo); la película está interpretada por Julio Arenas (José Coronado). Garay necesita dinero y el azar le lleva a una búsqueda de un hombre, de un amigo, Arenas. Nada le detiene en su búsqueda, se empeña en ello, en comunicarse con su amigo que está en silencio, como el empeño por la comunicación que Bibi Andersson busca en “Persona”, de Ingmar Bergman.

Habrá que viajar en el tiempo, el de un cine que apenas existe, un proyeccionista que casi no existe, una vieja sala. Para intentar que el actor recupere un recuerdo. ¡Somos tan poco! El empeño es la amistad. ¡Cómo la necesitamos! ¡Cómo necesitamos al prójimo! Ya en 1987 Erice respondía al diario “Liberation” ante la pregunta de por qué hace cine: “He intentado, con todas mis limitaciones personales a cuestas, hacer cine, ponerme en relación con los demás, tender un puente”.

La película es una caja, llena de cajas como la pequeña de dulce de membrillo llena de tesoritos, la caja gigante que es el trastero de Garay. Como un libro. Un libro es una caja. Garay está en la Cuesta de Moyano, en un paraíso. Allí encuentra el libro que escribió de joven, “Las ruinas”. Encuentra el ejemplar dedicado, la persona a la que descubrir a través del hallazgo. El libro es una invitación. El poder del cine hace que el libro que él compra esté en uno de los cajones (esas grandes y maravillosas cajas de libros en la Cuesta), que tenga un compañero al lado, “Juntos desde la muerte”, el libro de cuentos olvidados de Manolo Marinero.

Martín Hache.
Martín Hache.

Es el testimonio de los viejos amigos, de viejos cineastas como Marinero, su amigo desaparecido, el de Miguel Garay, el de Víctor Erice. Marinero y Garay ahí juntos desde que llegue la muerte, libros ruinas de lo que fueron los autores. Al ser preguntado Erice por ese recuerdo a Marinero, responde: “Lo llevo conmigo, y me alivia el caminar”.

Tengo un listado amplio de peliculas con el cine dentro del cine, como aquella con un Kirk Douglas prodigioso, “Cautivos del mal”. También está “Splendor”, el cine maravilloso de Ettore Scola con Mastroianni y Troisi. “La última película” de Bogdanovich, que debería volver a ver lo antes posible y sacarla de mi olvido. Otra del género es la insoportable “Érase una vez en Hollywood” del pelmazo Tarantino. “Blonde” es una actriz, Marilyn Monroe, acechada por un villano cruel y despiadado. No hay respiro para ella. “En el curso del tiempo” de Wim Wenders para arreglar proyectores y para proyectar películas de otro modo, como dice la propietaria del cine: “no me obligarán a pasar, a pasar películas… …. de las que la gente sale endurecida y embrutecida por la estupidez. Películas que destruyen cualquier alegría de vivir y anulan cualquier sentimiento hacia el mundo y hacia ellos mismos…”.

“Dulce libertad” para una actriz apasionada (Michelle Pfeiffer), un guionista perdido (Bob Hoskins), una estrella rutilante (Michael Caine). Y el autor del libro original, confuso, encarnado por Alan Alda. “El aviador”, “The artist” o “King Kong”. La eterna “Cantando bajo la lluvia” o “El cameraman” de Buster Keaton, cine dentro del cine hace cien años. “Amator” del cerebral Kieslowski con un obrero en posesión de una cámara. Puede filmar a su hija y filmar el mundo. “Tesis” de Alejandro Amenábar. El pionero James Whale en su propia aventura en “Dioses y monstruos” y el chaval entusiasta, joven cineasta de “Los Fabelman”. El director Martín y su hijo Martín se reúnen con un actor y una montadora en “Martin (Hache)”. No saben que son observados, que hay un asesino difuso que no les pierde de vista. ¡Cuidado, cineastas!

Montones de películas.

Y yo soy cine dentro del cine. Estoy con los otros dos de Zamarramala y les digo, como si estuviera en una revelación, que somos cine.

Se quedan quietos, mirándome.

Sí, somos fotogramas dentro de la película, dentro de la lata, luego dentro del proyector, luego en la pantalla. Somos el cine que existe, que ha existido. Vuelve a revivir en nosotros.
Los Tres de Zamarramala siguen buscando taxi junto al acueducto. Uno de ellos se queja de la caminata. Cada vez soy más consciente de la revelación, que no es habitual, que he sentido en contadas veces, cuando llega mi desequilibrio. Es una revelación estar con ellos, compartir un día. ¡Recuérdalo! ¡Recuérdalo!

Intentaré contar algo más la historia de esta historia de cine dentro del cine.

Gloria Swanson es Norma Desmond en “El crepúsculo de los dioses”. Una actriz interpreta a una actriz. Y siempre es un buen momento para un poema, en este caso de Alfredo Taján: “La muerte cinematográfica de Gloria Swanson”: “(…) Pero las heroínas y las bestias se extinguen/ en acolchado ejercicio de caída abismal:/ ¡ha irrumpido el sonoro!/ y la Swanson lentamente recoge/ sus ciento veinte baúles de los estudios Paramount/ y el contrato suicida que firmó siendo niña./ Volverá años más tarde pero con otro nombre,:/ Norma Desmond”.
En la alfombra fantasía una voz me dice que trabaje, que lea, que escriba.

Si soy cine, era cine cuando estaba dentro de mi cine. Era la vida del cine que proyectábamos dentro de las salas. ¡Otro cajón o arcón gigante como el de “Cerrar los ojos”! Al principio, fugazmente cuando era espectador del cine, durante años. Después, durante horas cada día. El cine caja era limpio, seductor, impecable. Intocable, diría.

Trabajamos con entusiasmo y el gerente, Jesús Hernando, baja de su despacho a recoger las entradas. Es elegante y tiene buen humor, viste bien y es atento con los espectadores y con sus dudas.

Pero el gerente trabaja brevemente en ese cine y decide irse. El nuevo gerente, Julián Sesma, parece igualmente trabajador, pero pronto nos damos cuenta que descuida la elegancia y que el cine no parece su motivo principal de trabajo. Pronto averiguamos que lo que le gusta es el fútbol, escapar pronto del cine del que quizá sólo le interesa el dinero. No lo sé. Desanima.

Así que pronto se rompe una cortina de una de las salas y el gerente decide no cambiarla. La cortina era instante fugaz de un umbral que separa la ficción, la imaginación, el sueño (la sala de cine) frente a la puerta de entrada, el límite para la realidad.

Se perdía, sin la cortina, la magia de ese umbral. Nos invadía un veneno, una toxina, un organismo invisible.

Con Sesma ya no se usa el seguro de rotura del proyector y hay amenaza de estropicio. Jaime, el proyeccionista, siempre sonriente, deja el cine, se va a otro cine lejano.

Olvido las películas y en mi memoria se va diluyendo el recuerdo de aquel cine, de aquellas salas. Desaparecen los espectadores, sus rostros; desaparezco yo. Sin el Recuerdo no hay alivio en el camino.

Delerue, su prodigiosa música nos espera en “La noche americana”. No sé si alguien recuerda a Truffaut. ¿Recuerda alguien “Ocho y medio” de Fellini? Las vi pero las he olvidado. He olvidado la mejor obra de Woody Allen, “La rosa púrpura del Cairo”. El actor sale de la pantalla y Mia Farrow vive en la alucinación.

Necesito medicina, cura frente a la toxina. En “Cerrar los ojos”, el proyeccionista Max se une a Miguel Garay. Hay que ayudar al amigo, no darle la espalda. Me gusta su camaradería. Recuerdo también a Coronado; le cala la lluvia a Arenas y vacía de agua sus zapatos. Garay imagina una película, sí, la filma. La estamos viendo. ¿Es real? O quizá es tan ficción como nosotros mismos. Cajas dentro de otras cajas. Cajas del cine dentro del cine. Una Aventura.

¡Buena suerte!

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