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El segoviano que construyó El Escorial

por Luis López
16 de septiembre de 2023
en Tribuna
LUIS LOPEZ EL ESPINAR ok
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Me acerco a Villacastín para encontrarme con la memoria de Antonio Moreno; Fray Antonio de Villacastín, hijo de la tierra y en palabras del Marques de Lozoya: “El verdadero constructor de El Escorial”. Paseando pregunto por el monumento a Fray Antón. El zagal se encoje de hombros y me contesta: “Vaya usted por ahí… Yo no tengo ni idea”.

En 1944 coincidiendo con la declaración de Monumento Nacional de su Iglesia de San Sebastián—de igual traza herreriana que la de El Espinar— se erigió un monolito y se instaló una placa glosando las virtudes de aquel hombre, nacido en Villacastín en 1512 y que, desde su orden de San Jerónimo, alumbró la maestría de obras del monasterio de El Escorial. De él, Antonio Rotondo en 1863 escribía en su Historia del Real Monasterio de San Lorenzo que estaba dotado de gran modestia y que muy bien pudiera llamarse el agente principal y el alma de la obra.

En buena medida la historia de Fray Antonio—Antón, como gustaba en llamarse por no “repulir su nombre”— nos llega gracias a la prosa, entre otros, de Fray José de Sigüenza, testigo de aquellos días y autor de “Historia de la Orden de San Jerónimo” a la que perteneció nuestro protagonista. Así nos cuenta que Antón pronto quedó huérfano. Salió de Villacastín sin dinero ni sustento en busca de una forma de ganarse la vida y al pasar por Campo Azálvaro se procuró el primer jornal reuniendo las acémilas de un arriero; un chusco de pan y unos tragos de vino. Llegó a Toledo y se puso al servicio de un maestro de obras que, a cambio de su trabajo, le enseño el oficio de asentar ladrillos, añadiendo techo, ropa y comida. En 1539, tras años de aprendizaje, tomó los hábitos de San Jerónimo en el monasterio de Santa María de Sisla —hoy unas ruinas al Sur de la ciudad de Toledo— llevando por todo patrimonio un real en el bolsillo. Desde allí y tal vez por ser de la misma orden religiosa jerónima, dirigió obras incluso para el Emperador Carlos V en el Monasterio de Yuste y todo desde un carácter forjado en la templanza y el recato. Llegado 1563 es llamado para ejecutar el Monasterio de El Escorial donde su oficio, maestría de obras —lo que hoy llamaríamos aparejador— se hizo notar de tal manera que el propio Felipe II ordenó a Juan de Herrera que antes de una decisión, consultase con Fray Antón. Su modestia era huidiza. Cuentan las crónicas que en cierta ocasión el rey estuvo persiguiendo al fraile entre los andamios para pedirle opinión hasta que consiguió arrinconarlo en su huida. “Hablamos de este edificio como si hubiéramos de verlo” dijo el rey. A lo que el fraile contesto: “Por el hábito que llevo que su Majestad lo habrá de ver acabado”. Y lo vio. Tal vez a Fray Antón le cupiera la decisión de contratar los más de seis mil pinos procedentes de La Garganta de El Espinar que trabaron la estructura del edificio y que se transportaron en carros por el primitivo paso serrano de Valathomé. Si, las entrañas y la fábrica de un edificio que compite por ser la octava maravilla del genio creativo humano, también tienen su puntito segoviano en maestría y materiales. Concluida la obra en 1584, Fray Antón quedó en El Escorial donde murió el 4 de marzo de 1603, prácticamente ciego.

Segovia es cuna de muchos prohombres que, según la ocasión, han quedado ceñidos al límite territorial de la región. Pocos lo han superado. El olvido social —el sueño de los justos lo llaman otros— pasado por el tamiz de la desidia, no es un buen baremo para medir la trayectoria de las personas y de una obra que acaba devorando al personaje. Es el caso. Tal vez a eso se refería el Obispo Pérez Platero cuando decía “Los monumentos dan fama a los hombres, pero los hombres hacen los monumentos” Y yo añado: Aunque la piedra perdure, la carne está destinada al olvido y al “yo no tengo ni idea” como cuando preguntas a un paisano por la memoria de fray Antón. Vale.

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