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El rey electo

por Eduardo Juárez
13 de marzo de 2022
EDUARDO JUAREZ 1
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Salvemos nuestro patrimonio en riesgo de ruina

Intrascendente celebración

Jacinto Guerrero y ‘El Huésped del Sevillano’ en el Cervantes

Dice Jerek Colón, alumno de quien suscribe en la Fundación Ortega y Gasset-Gregorio Marañón, que España no es una democracia plena. Que, tras analizar las características de todo lo que constituye nuestro sistema político, detecta ciertos atisbos de impureza democrática. Le pregunto al respecto y, mirando por la ventana de la clase hacia la imponente mole del alcázar toledano, duda si seguir con el discurso. Es posible que crea ofensivo cuestionar la integridad democrática de un país que le acoge y arrulla entre atardeceres sosegados a la sombra de Alcántara, recorriendo callejuelas y callizos por la calle del Locum, portillos sin goznes en la cuesta de la Mona y días intensos, eternos de estudio y debate en las viejas aulas del convento de San Juan de la Penitencia. Por fin vuelve su mirada hacia un servidor y puntualiza su comentario, mientras el resto de la clase contiene la respiración. Que nunca se sabe lo que el profesor puede reportar ante tamaña osadía. Si un exabrupto nacionalista lamentable envuelto en la bandera vacua de la españolidad más ofendida o una carcajada extemporánea entre aplausos de confirmación, que también. Empieza su diatriba sin ambages, como les he rogado desde el primer día. Centra su argumento en la esencia de la jefatura del Estado español. Un rey. Un rey en tiempos de democracia. Un rey en una sociedad global que lucha por la igualdad entre mujeres y hombres, paisanos y foráneos, ingenuos y esclavizados. Un rey en la España del siglo XXI.

Ni exabrupto, ni bandera, ni carcajada.

Centro mi respuesta en otras monarquías europeas donde la calidad de su democracia no está contestada: Noruega y su inaplicable modelo social disperso; Dinamarca y su natalidad desplomada; Suecia y su violencia desatada; Los Países Bajos y su sistema sanitario incompleto; el Reino Unido y sus monarcas inmortales conservados en fina ginebra irisada con retazos de bergamota; Bélgica y su oscuro cobijo para impresentables fugados varios; Luxemburgo, Liechtenstein y Mónaco, con sus fiscalidades tramposas, cobijo de falsos mitos, criminales internacionales y politicastros podridos por el ansia de privilegio.

Nada parece convencer a Jerek.

En toda monarquía subyace el mismo problema: la inelegibilidad del monarca. Ahora soy yo quien guarda silencio por un momento. Un suspiro perdido en el horizonte de una ciudad magnífica vestida por una monarquía transmutada en imperio que no deja de gritar su identidad en cada columna, pilastra, torre, espadaña, portalón. En cada teja roñosa y podrida por una eternidad de lluvia seca y sol sangrante. Los estudiantes parecen impacientes. Puede que sea ésta la primera vez que su profesor no encuentre respuesta alguna.

Cierro los ojos un santiamén. Vuelvo al Paraíso.

Estoy entrando por la carretera de Segovia, dejando atrás el viejo puente de Santa Cecilia, donde colgara los guerrilleros como pendejos el infame Pier Marie. Llego a la altura de la primera plazuela. Me detengo frente a la verja forjada de un hotel imponente. Ese que Francisco Serrano y Domínguez, general, tirano, dictador y regente; Duque de la Torre y Conde consorte de San Antonio; ese edificio tan británico de césped ajardinado y a la sombra de secuoyas perdidas, cedros inconmensurables y discretos pinsapos distraídos; ese, digo, que el general construyó en el terruño robado al concejo de Segovia al extender de forma torticera el predio del Real Sitio hasta la Casa de los Perros y el nuevo plantel en la Huerta del Venado.

La democracia no consiste únicamente en votar, sino en entender que todo es posible en un marco constitucional donde se respeta la diversidad

Allí me detengo, con los ojos cerrados desde mi clase en Toledo, una fresca y húmeda mañana en el verano de 1870. 5 de julio, para más señas. Veo entrar a la casona un sinfín de encopetados señorones de negras levitas y sirvientes atentos. Los carruajes llegan, sueltan, marchan. El ambiente es extraño, pues los saludos alegres y confiados son delatados por miradas sombrías. Esas de ceño fruncido y soslayo traicionero que tanto enfadaban a mi Señor Padre. Creo reconocer a Joan Prim a la cabeza de tan insigne milicia política. Dentro se celebra un consejo de ministros reducido, pero singular. Prim presenta los candidatos a ocupar el trono español. Unos meses antes, entre alegría y jolgorio generalizado, la revolución había estallado expulsando a los Borbón de España para caer en la cuenta de que, poco tiempo más tarde, los líderes restantes decidirían que el país era una monarquía y precisaba de un monarca. Veo salir el consejo de ministros entre saludos taimados y resquemores sordos, que eso de elegir rey en el congreso no cuadra con la España inmemorial envuelta en trapos de colores adornados por coronas varias. Aún así, el 16 de noviembre se produce la votación. Más del 60% vota al candidato de Prim, Amadeo, Duque de Aosta; Un 9%, a Antonio de Orleans, el taimado Duque de Montpensier; menos de un 1% a Alfonso de Borbón, hijo de la denostada reina Isabel. Algunos, confundidos, votan a María Luisa de Borbón, hermana de la reina expulsada y esposa del duque de Montpensier. Casi un 3% a Baldomero Espartero, que sale corriendo hasta Logroño y un 6% decide votar en blanco. Resultado, Amadeo I, rey electo. Guerra carlista. Guerra en Cuba. República. Golpe de Estado. Monarquía revenida. Golpe de Estado. República. Golpe de Estado. Guerra Civil. Dictadura. Democracia con rey.

Abro los ojos y miro a Jerek. La democracia no consiste únicamente en votar, sino en entender que todo es posible en un marco constitucional donde se respeta la diversidad. Donde sólo hay personas obstinadas en tener un futuro en comunidad lejos de los privilegios, más allá de la injusticia social, en ese lugar en que la política está al servicio del común y no atada a los intereses de los tradicionales pelafustanes. Ya ven, más de un 25% de aquellos diputados españoles votaron que se proclamara una república federal o unitaria, viendo que, en toda monarquía, en toda magistratura pública subyacía, subyace, un privilegio desatendido por el sentido común, si no se fundamenta en un único compromiso con la justicia social.

La clase queda en un silencio espectral, abotargada por la reflexión. Vuelvo mi vista hacia el ordenador y paso la diapositiva. Aparece el sistema judicial español. Esbozo una sonrisa. Inspiro con fuerza y retomo la atención de la clase. A ver cómo explico ahora la calidad democrática de mi país…

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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