Hubo una época en la que en algunas películas bélicas se podía ver en la estancia donde el protagonista tomaba las decisiones estratégicas de la guerra, un retrato del comandante de las fuerzas enemigas contra las que luchaba. No solo era una muestra de respeto, humanizándolo, sino también de intentar comprender la psicología de su adversario para adelantarse a sus movimientos. Sin embargo, esta “humanización” del enemigo, no la vemos con el adversario en la política, más bien al contrario, vivimos un tiempo en el que la deshumanización es moneda corriente y no parece que tenga visos de mejora. Ya lo dijo recientemente S.M. el rey en el mensaje de Nochebuena reclamando serenidad a los políticos ante “la atronadora contienda política”. Pero no solo, porque si hasta la guerra tiene sus normas ¡cómo no las va a tener la política!, normas, que por mucho que algunos se ufanen en ignorar y destruir, nos volvió a recordar el rey que consisten en la necesidad de acordar “en lo esencial”, aquel “pacto de convivencia donde se afirma nuestra democracia y se consagran nuestros derechos y libertades, pilares de nuestro Estado social y democrático de derecho” que debemos preservar. Se refería como no, a la Constitución. No son palabras huecas, ni mucho menos extemporáneas, sino expresión de una honda preocupación de los que siguen de cerca los asuntos públicos.
Y esta deshumanización es la consecuencia, entre otras cosas, de las mal llamadas políticas de ‘memoria’ cuyo objetivo final no es otro que evitar la alternancia política a través de la división de los españoles en víctimas de primera y de segunda, de españoles con derechos y sin ellos (algo a lo que nos viene acostumbrando este Gobierno), y en definitiva la división entre los que creen poseer la superioridad moral, y el resto. En este sentido han pasado desapercibidas las palabras de Alfonso Guerra en la presentación del libro ‘En defensa de la Transición’ de Teresa Freixes, en el que sintió que durante la Transición los llamados progresistas no hubieran “abandonado la idea idílica de la Segunda República” para mejor abrazar -todos juntos- la democracia parlamentaria que iniciaba su andadura. Para mi abuelo, ministro de aquella república, no fue ni mucho menos algo ni idílico ni que valiera la pena repetir. Por tanto, estas políticas son, como decía Unamuno “la chifladura de exaltados echados a perder por indigestiones de la mala historia”.
Llama la atención que nuestro Gobierno repita una y otra vez que no hay que mirar atrás sobre temas como el terrorismo de ETA o el golpe independentista de 2017 (casualmente en ambos casos con responsabilidad directa de sus socios parlamentarios), justificándose en que la “ciudadanía ya lo ha superado”. Sin embargo, según este planteamiento, los españoles debemos tener una memoria muy selectiva pues hechos ocurridos hace mucho más tiempo, parece que no hemos olvidado.
Me refiero como no, al centenar de actos conmemorativos del fallecimiento del resucitado Caudillo que se inician este miércoles como la continuación pertinaz del recuerdo a lo que nos divide, única posibilidad que este Gobierno tiene de mantener el poder: ante la disyuntiva a la que pretende llevar a la nación -a favor o en contra de Franco- siempre habrá al menos un español que esté a favor de las tesis del Gobierno. Este es el reduccionismo al que pretenden inducirnos, olvídense de los problemas territoriales, de la igualdad, del paro, de la vivienda, del papel de España en la UE, de la agricultura, de los damnificados de la DANA, de la enseñanza y… ¡ah sapristi! de la corrupción. Estamos ante la única política de calado, con consecuencias destituyentes a largo plazo llevada a cabo por un Gobierno intervenido desde Waterloo por un fugado de la justicia, paralizado legislativamente por su minoría parlamentaria y judicialmente por la presunta corrupción del entorno monclovita cuyo principal programa de gobierno consiste en “aguantar” mientras se lobotomiza la memoria de los españoles cual gota malaya, para cambiar la historia de España.
La deshumanización del adversario, y la negación de espacios compartidos va íntimamente ligada a las leyes de memoria, que pretenden acabar con el principio de pluralismo político consagrado en nuestra Constitución.
Este año que empieza, será el inicio del quincuagésimo aniversario -hasta 2028- del proceso político conocido como la Transición, el nacimiento de nuestro sistema político contemporáneo, y por tanto de recuperación de nuestras libertades. La sociedad civil tiene previstos muchos actos porque desea celebrar lo que nos une y no lo que nos separa. Por eso, una vez más, este Gobierno experto en la construcción de narraciones alternativas (“nos van a ganar el relato”), ha perdido una oportunidad más para subirse al carro de lo mejor que ha dado España en su época moderna.
No olvidemos que el 24 de octubre de 2019 se exhumó al dictador del Valle de los Caídos con el único propósito de dividir el voto conservador en las elecciones repetidas del mes posterior, como efectivamente sucedió, aunque no previeron el retroceso de tres escaños en su propia bancada. Algunos de sus votantes reconocieron la jugada.
Uno se imagina en el despacho del presidente del Gobierno un retrato de Francisco Franco, solo que, en esta ocasión y dado que el general falleció en la cama hace casi cincuenta años, no puede ser para prever sus próximos actos, sino más bien, para emularlos. Bienvenidos al año Franco.
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* Es director de la Fundación Transición Española.
