Al igual que usted recorre las páginas de su periódico para conocer la vida de la ciudad, nuestros ancestros (los de ayer y más lejos) lo hicieron teniendo menos donde elegir, pero llevados por un mismo interés: el saber. Con la llegada de la digitalización el ‘ver’ lo de ayer es posible. Una muestra.
Nos asomamos al año 1897. Era Rey de España Alfonso XIII, si bien, por su minoría de edad gobernaba su madre Cristina de Hansburgo, teniendo como presidente del gobierno a Práxedes Mateo Sagasta. En la ciudad gobernaba Mariano Villa, y en los primeros días de julio ‘cogió’ el bastón Mariano Sáez y Romero.
A la faena. En su número del día de San Juan, El Adelantado, el de los Ochoa, publica el siguiente suelto:
‘Debemos hacer constar que la Corporación Municipal no está suscrita a este periódico, y si nosotros la enviamos un ejemplar de cada número, lo hacemos espontáneamente para que tenga conocimiento de cuantas quejas o reclamaciones pudieran formular en defensa de interés público’.
Concreto y clarísimo.
Fue hacia la mitad del sexto mes del año cuando se produjo un hecho que fue muy comentado. Sucedió en el término de Revenga. Habiendo personas que para poder comer buscaban entre los restos de la metralla que quedaba esparcida por las inmediaciones de la montaña después de los ejercicios militares de tiro, la prensa local (17/6/) describía así un terrible suceso:
‘Lucas Barreno, peón caminero del Real Patrimonio y sus dos hijos, se encontraban descargando una bala de cañón para reutilizar la pólvora que mantenía. La manipulación no fue acertada muriendo uno de sus hijos. El otro fue trasladado al Hospital de la Misericordia donde fue preciso amputarle ambos brazos’.
No era la primera vez, ni por desgracia fue la última, que segovianos buscadores de chatarra, siempre peligrosa, sufrían accidente similar. Fue una negra y larga noche.
No aprovecho la coyuntura actual pero sí comento el hecho de la subida del precio del pan de aquel año. El producto, como sucedió durante largos tiempos, era ‘pieza’ principal en las familias que mostraron su inquietud a las puertas del Ayuntamiento. El alcalde, sensible a la grave situación del paro en la ciudad, reunió a los fabricantes. Les pidió que no subieran el precio, pero no hubo acuerdo, y ante la postura negativa el alcalde emitió una orden (El Adelantado 3 de junio):
‘Podrán pasar por los fielatos de cobros de arbitrios sin tener que pagar el impuesto, los panaderos de La Granja, Carbonero y Valverde, pudiendo vender cuantas cargas de pan traigan a la capital’.
Las citadas localidades eran grandes productoras de pan, lo que hizo que la competencia bajara el precio. Agentes de consumo de la ciudad habían decomisado días antes nueve hogazas de dos kilos por falta de peso a panaderos locales.
Otro tema. Lo que publicó El Faro de Castilla en mayo de 1888, nada tiene que ver con la actualidad… ‘La alcaldía de Barcelona invita al Ayuntamiento de Segovia a asistir a la inauguración del monumento a Colón. El Ayuntamiento contestó dando las gracias y felicitando a la corporación catalana por su generosa y patriótica iniciativa’.
Ahora, 134 años después, la invitación, créanselo, sería para asistir al derribo.
También las agresiones, que por un ‘quítame esa mosca de encima’ o por menos, se sucedían. El Porvenir Segoviano (Abril 1898) publica nota del Ayuntamiento;
‘Esta alcaldía, tras reprobar la agresión sufrida por el guarda del Jardín Botánico, ha decidido que aquellas personas que deseen visitar el citado recinto habrán de proveerse en este Ayuntamiento de una tarjeta o pase intransferible, sin el cual no les será facilitada la entrada al jardín’.
La Gaceta de Madrid (3/6/1892) publica una Real Orden dando contestación a una petición sobre dónde poder enterrar. Lean:
‘Se autoriza a los Carmelitas Descalzos de la Alameda de La Fuencisla, a que puedan llevar a efecto enterramientos de individuos de la comunidad, en el recinto del Convento’.
El cementerio de la ciudad, el ‘oficial’, lo habían construido a un par de kilómetros del arrabal de San Marcos. El camposanto del barrio, atrio de la iglesia parroquial, ya no estaba en esa fecha en funcionamiento. Sus habitantes tenían que hacer el ‘paseo’ tras el carro del féretro. En los días de invierno, al ritmo cansino de una ‘marcha’ fúnebre, se hacía largo el camino.
