Va por ti Quintín.
No sé si recordarás, que sí, aquellos años en que por las mañanas de los domingos (o eran los sábados…) nos veíamos en el Teodosio, tú al frente del equipo de balonmano de Nava, proyecto nacido de una LDC (Locura Deportiva Colectiva), animando a los, entonces, jóvenes jugadores que participaban en la competición provincial.
Puede, es una simple deducción, que no habrías seguido ese camino si en el Instituto de Coca, Miguel Ángel, el profesor, no hubiera abierto la lata de las posibilidades y creado un equipo de balonmano ¡mira tú!, en el que además te vestiste de portero. No fue de extrañar que, años después vuestra hija jugara ¡oh casualidad! al mismo deporte que su padre y, además, en el puesto de portera con innumerables éxitos, superando al progenitor por los cuatro costados. Como debe ser.
Pasaron los años y se incrementó la LDC. Podía haber sido un mal pasajero. Vamos, como una gripe, pero ¡quiá!. Así, cada jugador que llegó se implicó en el proyecto. Lo hicieron de tal forma que la bola fue creciendo, ampliando caminos hasta hacer que, por sus logros, hubiera ‘entendidos’ en deporte que se fijaran en ‘aquello’ y en lo que estaban logrando. Tanto fue así, que hubo políticos que después de haber puesto zancadillas y observando por el rabillo del ojo izquierdo (u el otro) que aquello no paraba, se engancharon al LDC.
Escribo esto, Quintín, dirigido a ti. A tu trabajo. Más olvidadizo sería si no extendiera mi afecto a Tinín, Santi, ‘los’ Villagrán, ‘Zurri’ (el imprescindible de las pequeñas cosas), Bruno Vírseda, David de Diego, Darío (en nombre de los Ajo), Simón, Carlos Domínguez, Álvaro Senovilla… y en el impulso final, el empujón que tan necesario era para alcanzar la meta superior, en la figura de un gran empresario volcado con la LDC: Julián Mateo.
Desde la satisfacción que siento por el éxito que habéis logrado, ¡enhorabuena! a todos.
Gracias por la ilusión que habéis transmitido a un pueblo, a una provincia. Se llama Asobal, y es un honor.
