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El privilegio de la izquierda

por Jesús A. Marcos Carcedo
13 de septiembre de 2023
en Tribuna
JESUS A. MARCOS CARCEDO
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Pretenden nuestros líderes salir de la actual situación de igualación de fuerzas entre los bloques políticos y del impasse que la acompaña corriendo de un lado para otro en busca de alianzas y pactos que les proporcionen, aunque por la mínima, una mayoría parlamentaria. Nuestro sistema permite que los partidos con más diputados, que son los de la derecha, tengan que, probablemente, ceder el gobierno de la nación a los de la izquierda, quienes, por separado, han quedado en segundo lugar, pero que son los preferidos de las fuerzas periféricas y centrífugas. Lo curioso del asunto es que si los periféricos se alían con la izquierda no es sólo porque coincidan en muchos o algunos aspectos de sus programas e ideologías, sino, sobre todo, porque la izquierda ha ido adquiriendo, a veces con razón, a veces, sin ella, una hegemonía cultural que se traslada a la práctica convertida en privilegio para hacer y deshacer, calificar y recalificar.

Ha dicho Feijóo que a él también le resultaría fácil ser investido, bastaría con que concediese a Junts o al PNV las cosas que piden. Y es cierto y a uno se le pasa por la cabeza la pregunta de por qué no lo hace, a la vista de que los otros, de todos modos, lo van a hacer. La respuesta, inmediata por obvia, es que no lo hace porque esos partidos pretenden alcanzar objetivos que van radicalmente en contra de la integridad ideológica y moral de su partido y de sus votantes. Pero ¿no debiera el partido socialista verse frenado en su afán de poder por las mismas consideraciones? Sin embargo y aunque carezca aparentemente de sentido, los socialistas se mueven con total desparpajo, pactando a sus anchas con quien sea y sin que eso, al parecer, desdibuje su proyecto ni mueva un pelo de la elástica cabeza de su líder carismático.

Pero la cosa va más allá. Todos intuimos que, si Feijóo diera ese paso y pactase con los separatistas, no sería lo mismo: estos, entonces, resultarían malos y malo también el Partido Popular y todos ellos constituirían una confabulación retrógrada y cavernícola. Pero no se lo parecería solo a los socialistas y sus satélites, sino que tal percepción penetraría en la mayor parte de la sociedad, aunque, como es natural, en distintos grados. Y es que los españoles hemos concedido a nuestra izquierda política, al modo como se concedían los privilegios en el Antiguo Régimen, una cátedra excepcional desde la que se le permite exaltar o vilipendiar, según su conveniencia, a quienes le dé la gana.

No importa quién esté al frente del Partido Socialista o del Comunista: sus dirigentes hacen y deshacen, conceden bulas y amnistías, y todos, en mayor o menor medida, nos dejamos llevar por una condescendiente fe en sus palabras. Quizá ocurra por la capacidad hipnotizadora de sus mantras igualitarios (desde siempre, la predicación igualitaria ha sido bien recibida porque no se conoce sociedad en la que no se dé la injusticia social). Quizá ayuda también la conveniencia sentida por todos de conservar la vida moral en un ambiente mayoritariamente parasitado por el discurso izquierdista. Así, por ejemplo, nos hacen aceptar que el derecho a una sanidad de calidad para todos equivalga a la exclusiva gestión estatal de los hospitales, como si no hubiera multitud de alternativas en las que lo público y lo privado pudieran concurrir provechosamente.

Ocurre esto, desde luego, en todas partes. Pero en España la potente presencia del fenómeno nacionalista lo hace flagrante. Por el solo poder de su palabra, la izquierda ha convertido en progresistas a los partidos separatistas, ignorando el conservadurismo social de unos y la proximidad a la violencia de otros. Y así, recalificados, serán soporte de su gobierno.

Si uno debe aliarse o no con los que buscan acabar con el Estado español parece plantear un dilema al estilo del de la fabricación de la primera bomba atómica, al que ahora nos ha devuelto la exitosa película dedicada a Oppenheimer: o lo hacemos nosotros o lo harán ellos y esto sería el desastre. La izquierda cree firmemente que es mejor tener en sus manos el apoyo explosivo de los secesionistas que ceder el gobierno a las que considera terribles formaciones de la derecha. Sin embargo, no hay aquí nazis ni peligro exterior y cualquier arma política indeseable machacará a los propios españoles, que, además, al menos en su mitad, no ven el enemigo en los mismas lugares que lo ven los socialistas.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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